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San Bartolomé de Rueda recupera los oficios que forjaron los pueblos

San Bartolomé de Rueda: ecos de los oficios que forjaron un pueblo
San Bartolomé de Rueda: ecos de los oficios que forjaron un pueblo
San Bartolomé de Rueda: ecos de los oficios que forjaron un pueblo

La localidad leonesa aprovecha sus fiestas patronales para rendir homenaje a las profesiones que dieron vida al mundo rural

En San Bartolomé de Rueda, vive estos días sus fiestas patronales con un espíritu que combina devoción, alegría y memoria, cada calle conserva todavía el murmullo de los oficios que dieron forma a la vida cotidiana durante generaciones. Antes de que las máquinas suavizaran la dureza del trabajo y el asfalto cubriera los caminos, el pueblo latía al ritmo de manos expertas que transformaban hierro, madera, leche y lana en sustento, abrigo y comunidad.

El herrero era, quizá, el corazón metálico del pueblo. En su fragua, a golpe de martillo y fuelle, forjaba las herramientas del campo, herraba las mulas y arreglaba cualquier apero rebelde. El sonido del yunque era como un reloj, marcaba las horas de trabajo y recordaba que nada se lograba sin esfuerzo.

La cantina, el sastre y el carpintero

La cantina lugar donde se reunían para echar un vasito de vino y cambiar impresiones y discutir sobre los temas del momento con mayor o menor acierto.

El sastre encargado de realizar composturas en los vestidos y atuendos de la época y realizar trajes a medida.

Junto a él, el carpintero convertía tablones en arados, carros o muebles sencillos que acompañaban a las familias toda una vida. Su taller olía a resina y virutas, y siempre tenía un banco de madera donde se discutían precios, pero también se contaban historias.

El maestro y el guardia civil

El maestro en la escuela, representaba la otra cara del trabajo: la de preparar a los hijos de labradores y artesanos para un futuro que entonces parecía lejano. Con tiza y paciencia, enseñaba a leer, escribir y sumar, convencido de que la educación era la mejor herencia que podía dejarles.

No faltaba la presencia del cuartel de la Guardia Civil, sobria y vigilante. Sus agentes recorrían los caminos polvorientos, cuidando del orden y la seguridad en tiempos en que cualquier contratiempo, un robo de ganado, una disputa por lindes, podía alterar la paz del lugar.

El pastor y el vaquero

Pero la vida del pueblo no se explicaría sin quienes trabajaban a cielo abierto: 

El pastor y el vaquero, guardianes de rebaños y praderas. Sus silbidos y sus mastines acompañaban las jornadas, y su oficio, tan solitario como necesario, abastecía de leche, lana y carne a la comunidad entera.

La comadrona, el sacristán y el panadero

Junto a estos oficios principales, convivían muchos otros: la comadrona que traía al mundo a los niños, el sacristán que tocaba las campanas, o el panadero que, al amanecer, llenaba el aire de las calles con un olor a pan que aún hoy se recuerda con nostalgia.

Hoy, San Bartolomé de Rueda conserva el recuerdo vivo de estas labores en la memoria de sus mayores. Oficios humildes, sí, pero esenciales; trabajos que, más que sustento, tejieron comunidad.

En un tiempo en que el mundo corre deprisa, esta crónica no es solo un homenaje a quienes forjaron el pueblo con sus manos, sino también una invitación a mirar atrás y reconocer que, sin ellos, no estaríamos donde estamos. Otras personas como el señor Cura, o el Señor Presidente del pueblo que también realizaban tareas para en bien de la comunidad.