El último adiós a Felisa, la vida hecha coraje
Adiós con pesar a Felisa Álvarez, vecina muy querida de Valdepiélago, nacida el 24 de junio de 1936, hija de Julia y Basilio. Sexta de seis hermanos, su infancia quedó marcada por la pérdida temprana de su madre, cuando apenas tenía nueve años. “Se me acabó la niñez y casi la juventud”, solía recordar con la serenidad de quien aprendió demasiado pronto lo que significaba la dureza de la vida.
En aquellos años de escasez y hambre, Felisa tuvo que abandonar la escuela casi antes de empezar y, con solo once años, comenzó a servir en los pueblos cercanos, trabajando únicamente por la comida. “Éramos muchos en casa y no daba para todos”, contaba sin rencor, pero con la memoria viva de una generación que sobrevivió al sacrificio.
Del hambre a la abundancia del corazón
La vida, sin embargo, le ofreció la oportunidad de rehacerse a sí misma. A los quince años conoció al que sería su marido, con quien se casó a los veintiuno.
Juntos formaron una familia de tres hijas, aunque la mayor falleció joven. A partir de entonces, Felisa volcó su amor incondicional en sus nietos, ejerciendo de madre una vez más, con una entrega sin límites.
Pastora de canciones coplas y refranes
Transformó el dolor de la infancia en una alegría constante, la pobreza en generosidad, y la ignorancia impuesta por la falta de escuela en la sabiduría natural de quien se hace fuerte en la adversidad. Fue pastora de canciones, coplas y refranes, dueña de una voz que llenaba las reuniones con risas y nostalgia.
“Vale más un remiendo mal hecho que un agujero bien hecho”, decía entre risas, mientras zurcía pantalones con la misma determinación con que había cosido los pedazos de su vida.
“Sacó tiempo para todo y para todos”
Felisa siempre repitió que “sacó tiempo para todo y para todos, pero no pudo mirar por ella misma”. Consciente de la fugacidad de la vida, decía que “hay que tirar hasta que Dios quiera; la vida es así y no hay quien la cambie”.
Y ayer, con la serenidad que la caracterizaba, llegó ese momento que tanto había intuido: el descanso después de una existencia plena, luchada, amorosa.
Gracias, Felisa
Gracias, Felisa Álvarez, por tus enseñanzas, por tu humor, por tu ejemplo de vida sencilla y sabia. Gracias por enseñarnos que la dignidad no entiende de riquezas y que el amor, cuando es auténtico, no se agota ni con los años ni con la muerte.
Tu recuerdo quedará para siempre en Valdepiélago, en tus canciones, en las risas compartidas, en la memoria colectiva de toda la montaña.
Felisa ha muerto. ¡Viva Felisa! Porque hay vidas que no terminan: simplemente se vuelven eternas.