Los bueyes, tiempo y agua
Asistimos, afortunados, a la presentación en la sede de la Fundación Cerezales Antonino y Cinia de la primorosa reedición por parte de Editorial Nórdica del libro 'La Lentitud de los Bueyes' de Julio Llamazares. A su lado, la otra autora, imprescindible, la arquitecta Leticia Ruifernández en funciones de acuarelista ilustradora. Tándem soberbio. Les acompaña y conduce el acto, introduciendo a los autores, el curador de la Fundación, Alfredo Puente.
A Llamazares se le ve cómodo, no en vano y en el fondo Cerezales es también su casa. Se siente satisfecho y recuerda la frase de Gabo: “Yo escribo para que mis amigos me quieran mucho y para que los que me quieren me quieran más”. La versión de nuestro autor es aún mejor y más universal, ya que, según él, uno escribe para que le quieran y para tener amigos. Estimado Julio Llamazares: éxito, pues, en la vida.
Y Cerezales... Allí llegó su padre como maestro con plaza en septiembre de 1945, después de ejercer como interino en Buiza y en la comarca de Gordón, y allí se quedó por ocho años, en los que tuvo tiempo de rondar moza en Vegas del Condado, casarse, tener dos hijos, y dedicarse a la apicultura como complemento al magro sueldo de maestro nacional, que no daba para pagar “patrona”, así era de mermado. La pareja se mudó con posterioridad al recordado pueblo de Vegamián, patria chica de nuestro autor, y con posterioridad a Olleros de Sabero.
Los bueyes
Pero Julio retornaba en Navidad a la casa de su madre en Vegas del Condado y desde la ventana de su cuarto veía salir cada mañana por la puerta carretal los dos bueyes de su vecino, soberbios, magníficos, humeantes de vaho, con paso lento pero inexorable sobre la nieve, encaminándose a beber a la Presa del Palacio. Cachorro y Navarro. Las dos formidables bestias que constituyen el primer recuerdo de infancia de Llamazares.
Y es ese recuerdo infantil el que plasma y da lugar a esta su primera obra, poemario excelente, Premio Antonio González de Lama 1978. En el jurado de aquella edición, tres grandes de la Literatura Leonesa, a los que Llamazares rinde sentido homenaje: Victoriano Crémer, Antonio Pereira, y muy especialmente Antonio Gamoneda, determinante en la edición del poemario ya que dirigía la Institución Fray Bernardino de Sahagún, a la sazón editorial de la Diputación Provincial. Como curiosidad, fue ésta la última obra editada por Gamoneda, sustituido en su función poco después por discutible concurso de méritos.
El viaje
Le salió bien la jugada a Llamazares en esto de presentarse al premio, bisoño a sus 23 años, huérfano de padrino y experiencia literaria previa, el magnífico poemario fue valorado justamente y constituye el “hurmiento” de toda su posterior obra. “La Lentitud de los Bueyes” es un solo poema en veinte partes, metáfora de un mundo agrario arcaico, pero sujeto a la tierra, que se diluye en la modernidad de los tiempos, de los avances tecnológicos, de la sustitución de la fuerza de brazos y bestias por máquinas, en un éxodo imparable de población rural a las ciudades en busca de un bienestar material que al campo parece negársele. Y ese mundo parece disolverse en agua, en ese agua siempre presente en la obra de Llamazares. El agua como río, como nieve, como escarcha...
Leticia Ruifernández
Y el agua presente también en las acuarelas, magníficas, de la ilustradora Leticia Ruifernández. Esos bueyes aparecen en las ilustraciones como casi mitológicos, como bisontes de Altamira de un mundo ya perdido, desvanecido, con una pátina que no es sino el velo del paso del tiempo. Con los mismos pigmentos que retrata el paisaje la artista pinta los soberbios animales, fundidos con la propia vegetación y aun con la decadente arquitectura del abandono.
Recuerda Leticia la experiencia de ilustrar el libro en connivencia con el autor, cosa que en el mundo editorial no es nada frecuente. Visita obligada fueron para ella los escenarios de la infancia de Llamazares: la puerta por donde salían los bueyes en Vegas del Condado, Redipuertas, Susarón, Camposolillo, Isoba, paisajes todos en los que era guiada por el escritor, aun en ausencia, hasta por teléfono. Labor exhaustiva que se nota.
Y el regalo llega. Llamazares nos lee poemas escogidos a la vez que el pincel de Leticia se desliza por el papel, dibujando paisaje presente y evocado. Y el presente, porque estamos en el exterior de las instalaciones de la Fundación, a la vista de esos bueyes que la institución mantiene, testigos del acto como si no fuera con ellos, presencia y, a la vez, ausencia.