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"Estar condenado a la eternidad es una maldición, salvo que seas un ególatra narcisista"

Alejo Ibáñez. Foto: Adrián Díaz Foch
Nos encontramos con Alejo Ibáñez muy cerca del Cine Velasco y un poco antes de la presentación en Elektra Cómics de su hilarante, etnográfica y muy leonesa novela 'Amancio vampiro de pueblo'

Nos encontramos con Alejo Ibáñez en Astorga, muy cerca de su “segunda casa”, el Cine Velasco, que regenta desde hace casi año y medio. De antemano sabemos que nos va a dar juego. Es nuestro entrevistado un tipo poliédrico, escritor con enjundia, cineasta y mantenedor de una puerta abierta a la fantasía, un cine, en esta ciudad que ya no llega a los diez mil habitantes. Tan osado concursante es este Alejo, un tipo entrañable, de recién estrenada cuarentena.

De sus tres facetas como exhibidor cinematográfico, realizador y técnico, y autor de la hilarante, etnográfica y muy leonesa novela “Amancio, vampiro de pueblo” trataremos de hablar. Se dejará, seguramente.

Por cierto, que Alejo estará este jueves, 27 de noviembre, en la Librería Elektra Cómics de la capital leonesa presentando su novela a las 20:30 horas.

Comenzamos, Alejo, por un tópico. Y es saber de tu primer recuerdo en un cine. ¿Qué película viste y dónde?

Lo recuerdo clarísimamente: Teatro Emperador, año 1990, estreno mundial de “Las Tortugas Ninja”. La verdad es que no dice mucho en favor de la cultura del cine. Encima mi madre no quería llevarme porque en aquella época había empezado ya una sensibilización en contra de la violencia gratuita, la preocupación por los roles, los tacos en el lenguaje… esas cosas del cine de Tarantino, por ejemplo. Pero me puse pesado, ya sabes, con eso de que “todos los niños van a verla”. La verdad es que, a pesar de tener sólo cinco años, tengo un recuerdo muy vívido… refrescado además porque la tengo hasta en VHS y también en DVD: la he visto unas cuantas veces.

Pero sobre todo la recuerdo por el tema del doblaje, que es muy curioso. Las tortugas eran algo “hippies”, surfistas y, al final de la película, chocan las manos y dicen “cowabunga”, un término surfero hawaiano, en la versión original. Los directores y guionistas de doblaje al español comprendieron que aquello no se iba a entender y lo sustituyeron por “de puta madre”. Así que hay estábamos toda la chavalada diciendo el improperio. ¡Vaya ocurrencia llevar al niño a ver esta película!

El caso es que, sin querer (o no), hay un paralelismo entre esta película y “Amancio…” Son, después de todo, unas tortugas normales que crecen por una mutación, y que son apadrinadas por una rata también mutante, Splinter, que se convierte también en su maestro. La existencia de Amancio va un poco y en parte de eso, intentar formar una familia con los que tienes o con los que te encuentras… Y no es “spoiler”.

Bueno, eso de niño. Después, en la adolescencia, ¿también típico cine o ya te pusiste algo más “intenso”?

Yo no tenía entonces ninguna intención de dedicarme al cine. Tenía un primo mayor que era paleontólogo, para mí una especie de ídolo. Un hombre que se iba al Desierto de Atacama o al Gobi a excavar, imagínate… pero enterarme de que había que estudiar siete años y desanimarme fue todo uno. Después también quise ser médico forense, y hay anécdota. Cuando levantaron el suelo de la iglesia del pueblo (Santa Marina del Rey) y exhumaron los restos de las tumbas de los ricos, pegadas al ábside, lo hicieron con una retroexcavadora, de manera que destrozaron muchos de los cuerpos. Los que quedaron “enteros”, o por lo menos ordenados, los volvieron a enterrar bajo el mismo suelo tras la reparación, pero el resto de huesos y fragmentos los tiraron y enterraron cerca del río. Ya me ves corriendo a realizar una nueva exhumación para obtener dos cráneos de adulto y uno de niño… imagínate la aventura para un chaval de diez o doce años. De lo que no pude convencer a mi madre es de que me dejara encender un cirio sobre alguna de ellos, emulando a Edgar Allan Poe… Bueno, indecisiones en la juventud, que recuerdo que hasta quise ser ginecólogo.

Al final, nada que ver con todo ese mundo de la Medicina, me decidí a empezar la carrera de Historia y la de Cine. Y ahí sí, con dieciocho años empiezo a hacer cortos, con amigos y compañeros, con una cámara de súper8 que me compré cuando ya estaba claramente “demodé” y obsoleta. Me puedo definir como amante de lo clásico. De aquélla vivía en Madrid y mis locales favoritos eran los bares “viejos”, como los bares de taxistas, que me encantaban, donde encuentras una “fauna” de personajes un poco al límite de estar integrados en la sociedad, pero que tenían historias y vivencias que contar, muchas veces estrambóticas, pero muy interesantes. También decirte que no fue Madrid la primera estación desde mi marcha de León. Mi padre falleció cuando yo tenía once años y, por otras circunstancias familiares y personales, mi madre decide que nos vayamos a Tenerife y luego a Alicante por un imprescindible y catártico cambio de aires.

'Amancio, vampiro de pueblo'.

De la época de Tenerife recuerdo que fui a estudiar al Colegio “Fray Albino”, un sitio, digamos, conservador y que todavía mantenía una ostensible simbología franquista (y estamos en 1996). Al principio con miedo, pero después bastante relajado porque el nivel académico era bastante menos exigente que al que yo estaba acostumbrado.

Quizá el precedente más claro de porqué decido dedicarme al cine está en un profesor de Lengua y Literatura, Félix, que me dio clase en Alicante. Este hombre había hecho de figurante en una película de Jesús Franco, “Drácula contra Frankenstein”… y te estarás preguntando cómo diantre me he dedicado al cine con estos antecedentes. Pero Félix fue una influencia decisiva y positiva. Por supuesto que me pasaba “pelis” desastrosas o rarunas como las de Jesús Franco, pero también referentes indiscutibles del considerado “buen cine”. Ahí sí que se desató definitivamente el gusanillo. Esto de contar historias en imágenes, intentando plasmar los cuentos que ya escribía de pequeño, resulta que iba a estar bien.

Decidirme por esto del cine pasaba por matricularme en una escuela privada en Barcelona o Madrid, donde había abierto el TAI “Taller de Artes Imaginarias”, la primera escuela creada tras el cierre de la “Escuela Oficial de Cine”, donde habían estudiado, por ejemplo, Berlanga y Bardem. Desembolso importante que pude afrontar gracias a la herencia de mis abuelos, que me fundí. En paralelo asistía a clases de Historia en la Universidad Complutense, que lo del cine muy bien, decía mi madre, pero tendrás que estudiar algo de provecho… que no es que no me gustara, pero el ritmo cada vez mayor de prácticas en la escuela de cine hizo que “plantara” Historia y me matriculase en Comunicación Audiovisual, que veía más relacionada con el cine. Tampoco la acabé, estilo muy mío esto de empezar cosas. Además, para entonces abrieron los estudios de “La Ciudad de la Luz” en Alicante, donde vivía mi madre y ya me vi con 24 años trabajando en lo que me gustaba. Estos estudios fueron la habitual obra faraónica perpetrada en la Comunidad Valenciana y, lógicamente, colapsaron y han estado cerrados hasta hace poco, en que parecen volver tímidamente a la actividad.

Empecé como equipo de cámara, aunque había estudiado dirección, pero e que éste es un coto muy cerrado al que resulta muy difícil acceder. Así que como técnico de cámara al nivel más bajo comencé a desempeñarme, con tal brillantez que el jefe de cámara llegó a decirme un día que parecía que estaba haciendo dos películas a la vez. Vio mi rostro sorprendido y me lo aclaró: “sí, chaval, la primera y la última”. Cura de humildad.

Pero lo que sí puedo decir es que tengo con el cine una relación de amor. Lo disfruto como espectador y como realizador, aunque también tengo que decir que no “me sale” exactamente el mismo cine que me gusta ver. Me deleito con una obra maestra, como puede ser “Ciudadano Kane”, pero, a la hora de contar una historia o cómo hacerlo, el camino es distinto, más “macarra” y transgresor. Algo de ambivalencia, si quieres, de manera que en las tertulias sobre cine siempre era un poco “oveja negra”, no estando en esa ortodoxia de que sólo se puede valorar y disfrutar de una obra maestra y que “Loca Academia de Policía 2” es absolutamente intragable.

Como espectador, Alejo, háblanos de tus preferencias. Para empezar, una película y un director de “cine clásico”.

Sin duda tengo que decir que el director es Orson Welles. Es el perfecto ejemplo de cómo hacer más con menos. Me parece una referencia para el cine, como el mío, limitado de medios, en ese permanente ejercicio de imaginación para hacer ver bastante más de lo que hay, con un manejo de la cámara magistral.

Y la película, también sin duda, “El baile de los vampiros” de Roman Polanski. Ya ves que no salgo del tema. La veo de vez en cuando y no dejo de disfrutar porque tiene de todo: ternura, erotismo, terror, humor blanco, humor negro, negrísimo. Me encanta la ambientación, con esos decorados… bueno es el sueño, el epítome de lo que me gustaría hacer en cine.

Y hablando de Polanski, al que consideraremos clásico, aunque todavía vive, te diré que lo último que he disfrutado de él es “El escritor fantasma”. Una película en la que, como espectador, no estás muy seguro de que lo que cuenta está sucediendo de verdad o no… y mantiene esa incógnita hasta el final.

Y ahora, algo de cine actual, nacional o internacional.

Pues en este casi año y medio que llevo en el Velasco, que quizá es cuando menos cine he visto ya que tienes que estar pendiente de otras cosas, me ha parecido que “La ley de Jenny Pen”, con John Lithgow y Geoffrey Rush, es de lo mejorcito, elegante, fina… Stephen King a dicho de ella que es una obra maestra. La verdad es que paso por una fase en la que disfruto poco de lo que se hace ahora. Encuentro más y mejor refugio en lo pretérito.

Y hablando de cine español, sí te tengo que decir que lo que se hace últimamente me está pareciendo un notable avance. Se cuida cada vez más dónde colocar la cámara, el plano, el punto de vista, que quizá pueda parecer artificiosidad, pero tiene que haber un lenguaje narrativo: es la diferencia entre realismo y naturalismo. Me gusta lo primero, pero también que se elabore, que haya algo de “realismo mágico”. Para ver la realidad que nos rodea, el barrio, la calle, la abuela, el vendedor de cupones… en acciones cotidianas, tampoco me interesa demasiado, no es el tipo de cine que yo haría.

La película española que más me gusta es “Quién puede matar a un niño” de Chicho Ibáñez Serrador. Primero, porque es un raro ejemplo de cine de terror en un momento en que lo que se hacía en España era “Fantaterror”, al estilo de Naschy y Klimovsky. Unas realizaciones un tanto decrépitas en la línea de la productora Hammer, mezcla de monstruos, erotismo y oscuridad. Ibáñez Serrador se marcó una historia de terror a plena luz del día, algo que no se ha vuelto a hacer. Alucinante.

En España tenemos el déficit de, normalmente, no anclar el relato de ficción a un territorio conocido y familiar, y me explico: Sherlock Holmes vive en Baker’s Street y sus aventuras se desarrollan en reino Unido. Aquí tenemos Vetusta en vez de Oviedo, o el pueblo de los Alcántara de “Cuéntame”, que ni existe. Y es una lástima, porque creo que identificar acciones con lugares concretos es enriquecedor. Por eso la historia del vampiro Amancio sucede en lugares reales y conocidos.

Me parece que esto se hace por miedo a que te critiquen, a que la gente se sienta ofendida. Recuerdo que, cuando proyecté el corto que dio lugar a la novela de Amancio, tuve que explicar que era un cuento y una fábula distópica y que, por favor, nadie se ofendiese porque Santa Marina del Rey apareciera como un caserío abandonado. Me sorprendió que nadie hiciera ningún comentario… va a ser que los autores quizá tengamos la culpa de esta especie de autocensura.

Imagen promocional de la novela de Alejo. Foto: Marciano Sonoro

Vamos ahora con un asunto más delicado. Vivir del cine como realizador.

En la época en que trabajé en la producción cinematográfica tenía “veintipico” años, vivía en casa de mi madre, y podía permitirme trabajar en tres o cuatro películas, seis meses al año. Tengo que decir que en esto no soy precisamente un triunfador, no conseguí vivir del cine básicamente porque se trata de una apuesta a largo plazo, vivir en Madrid o Barcelona, donde está centrada la mayoría de la producción. Sin músculo financiero es muy difícil. Hijos de gente con dinero se dedican al cine, pero como se dedican a la Fórmula 1. El ascensor social, hay ciertas carreras y oficios que requieren estar manteniéndote tiempo sin ingresos regulares y no todo el mundo lo consigue.

El caso es que, dado lo escaso de los recursos, en la última crisis de 2008, que en el cine se notó algo más tarde, en 2012 decido irme al extranjero. Me fui primero a Colombia y luego a México a intentar buscarme la vida en ese mundo también. Tenía un amigo que, desde la escuela de “La Ciudad de la Luz” de Alicante se había marchado a Bogotá. Es Colombia la tercera industria de Sudamérica, Tras Brasil y Argentina. Agoté en Colombia la visa turística sin conseguir nada estable y me trasladé a México porque tengo familia allí, pero acabé trabajando de “mesero”, camarero aquí. Es lo que hay: si quieres que te sigan llamando, tienes que acabar accediendo a trabajar en cualquier sandez y así estar en las agendas para cuando surge algo de verdad interesante. Como les ha pasado a algunos amigos que se quedaron y han acabado por trabajar en series, ese filón y un poco burbuja.

Y, entonces, la aventura del corto “Amancio, vampiro de pueblo”.

En 2018, a la vuelta de México, no “encuentro el sitio” en España. Me había desenganchado del mundo del cine nacional, de manera que volvía a mis trabajos ocasionales en hostelería. Con un amigo decidimos afrontar el proyecto de un rodaje modesto, consiguiendo financiación por “crowfunding” de unos siete mil euros, aunque el corto de Amancio llegó a los veinte mil de presupuesto.

Es cuando aparece Netflix en escena. Yo habría dejado el proyecto aparcado, pero se nos ocurrió presentarlo y quedamos finalistas. Es ese contexto en que la plataforma necesita guiones para rodar, como estaban, “a dolor”. Después de dos o tres reuniones con ellos me di cuenta de que Amancio se podía desvirtuar, lo que de original tenía el personaje se iba a perder: querían poner a alguien joven y atractivo, nada de tercera edad. Presumir, como lo hacían, de que querían algo nuevo y original para acabar convirtiéndolo en un cliché. Qué más da que nos cuentes la historia de un robot transexual que viaja en el tiempo, si la cosa acaba en un “chica conoce chico”. Otra forma de proceder es posible: cuando HBO producía “Los Soprano”, la dirección de guion sólo pedía a sus guionistas que escribiesen novela, literatura. Luego se adaptaría, pero no al revés, siguiendo un patrón preestablecido. Y es algo no tan fácil de superar. Yo mismo, que a la vez escribía la novela y el guion para la posible serie, sufrí de cierta contaminación cruzada porque estás atendiendo también a la manera en que se tiene que “ver” la novela.

Al respecto de esto, y a la hora de pensar en el actor para encarnar a Amancio, cuando contacté con Felipe García Vélez me contó que él había nacido en Tragavivos, una aldea de Cuenca que ya no existe. Aparte de su interés por ser el vampiro leonés en el corto, me di cuenta de que no tenía que explicarle gran cosa más del personaje.

A lo mejor por imagen estaba pensando en alguien más característico, como Manquiña, por ejemplo, con un rostro más anguloso, que diera algo más de miedo. Más “Lugosi”, que es la primera imagen de película que tengo de la televisión. Un tratamiento visual que me impactó también fue el del “Drácula” de Coppola, con aquellas primeras escenas de empalados, la leyenda de Vlad “El Empalador”. Tanto me ha marcado el personaje, que justo al terminar el corto decidimos, el amigo con quien lo había hecho y yo, alquilar un coche y recorrer Valakia y Transilvania. Visitamos, cómo no, la tumba de Vlad tepes, que da origen a la leyenda y a la novela de Stoker. Nos faltó ir a Lugos, donde nació Bela Lugosi, porque queda cerca de la frontera húngara. Lugosi puede que no fuera un grana actor, pero como Cristopher Lee, otro Drácula mítico, tiene algo especial que transmiten delante de las cámaras.

Y ahora, si te parece, ese Alejo exhibidor, regente del Cine Velasco. Algo heroico, quizá.

La verdad es que mantener un cine abierto en una ciudad que no llega a diez mil habitantes es fruto de la más absoluta inconsciencia. Mi primer propósito era, dada mi relación con el mundo de la literatura, intentar replicar un esquema muy habitual en México y que es una librería con música en directo, algo que entendía muy atractivo. Allí es algo habitual, trabajé en un bar, “Cueva de lobos”, en el que todas las noches actuaba una banda tributo a “Héroes del silencio”, “Café Tacvba” y otros. Imagina poder ir a un sitio a ojear un libro tranquilamente mientras de fondo suena una actuación en directo. En León no me pareció que los alquileres permitieran la viabilidad, con unos precios fuera de la realidad de lo que un negocio medio puede pagar.

Así que me puse a explorar por Ponferrada y Astorga, que era lo que más cerca me quedaba de Santa Marina del Rey. Y fue cuando se me cruzó la oportunidad del Velasco. No tenía un gran conocimiento de la ciudad, más allá de su patrimonio monumental. No sabía que había tenido abiertos cinco cines, uno de ellos, el Tagarro, con mil localidades, siendo la ciudad de Europa con mayor número de asientos por habitante. Casi no sabía de la existencia de un festival ni de la del cine Velasco, en el que se había exhibido el corto de Amancio mientras estábamos en Rumanía.

Cuando visité el cine acompañado del dueño, Vicente, y entré en la sala de proyección de 35 mm., me dije que aquél era el sitio. Me enamoré completamente del local, con la sala en esos colores rojo y negro, muy de la “Hammer”, un poquito decadente. Lo que sí había que afrontar era el cambio del equipo de proyección, que ya no estaba: proyector y todo el equipo de sonido.

El cine había estado cerrado desde 2007, cuando se jubila Vicente, hasta 2013, en que se hace cargo Proyecfilm. Es una empresa de Salamanca que vende equipos de proyección y que explota varias salas en España. Lógicamente cuando vuelven a cerrar la sala, se lo llevan todo, pero pude negociar con ellos mismos la compra de un equipo de segunda mano. Así que ya me veis haciendo la reforma, comprando el equipo y puliéndome otra vez una herencia, esta vez de tía fallecida. La gente, el público, te agradece mucho el esfuerzo de mantener una sala de cine abierta, pero ya queda dicho que es fruto de la inconsciencia. Si fuera un empresario al uso, me sentase y sólo viese números, está claro que no vuelvo a abrir el Velasco.

Alejo. Foto: Adrián Díaz Foch

¿Cómo se te ocurre la figura de Amancio? ¿Cómo llegas a él?

Bueno, la primera idea era hacer un corto al estilo “slasher” estadounidense o una realización de género “Giallo” italiano, como los de Mario Bava en los años sesenta. Películas un poco truculentas, con asesinatos bastante bizarros, sangre y algo de violencia psicológica. De ahí la cosa fue derivando a tratar una figura por la que siento especial atractivo, el vampiro. Las razones por las que me atrae quizá tengan que ver por mi afición al cine, que no deja de ser algo muerto, la imagen o fotograma, que resucita cuando lo pones en movimiento, y también por mi relación cercana con la muerte desde bastante joven. Quizá ese anhelo por que se cumpla algo imposible, que es que regresen a la vida tus seres queridos fallecidos, sea también motor de esta fascinación.

Pero no iba a ser esa figura del vampiro guapo, seductor, políglota, cosmopolita y aristócrata que encarna Drácula. La idea era que volviera del más allá alguien más cercano, como podría ser mi abuelo o el paisano del pueblo de aquellos años. Amancio es un tío muy normal, aunque algo, bastante, borrachín. Refleja un arquetipo muy corriente en los pueblos de León y de Castilla: hombre, normalmente viudo o soltero, solitario, refugiado en el alcohol, y que te sueles encontrar al fondo de la barra de los bares. Por supuesto, yo exagero sus rasgos en la novela y los llevo al histrionismo, pero es muy fácil encontrarlo. Además, al respecto de la relación con el alcohol, yo pasé una niñez, y creo que muchos conmigo, que una cierta cantidad de consumo estaba completamente normalizada… ¡pero si hasta bajabas de casa a por tabaco al bar!

Y también con Amancio y su alcoholismo juego con el símil. Su adicción a la bebida muta y se convierte en necesidad de sangre. Hay un paralelismo entre las dos vidas de Amancio, vivo y “no muerto”. También funciona el símil cuando pasa de aprovecharse de su familia, a la que parasita, a tener la necesidad perentoria de chupar la sangre, preferiblemente de algún vivo, parasitismo también al fin. Cuando descubre en lo que se ha convertido, cae en la cuenta de que no le gusta lo que ve y también se lamenta de su pasado, en el fondo tan parecido, cuando se servía de sus familiares.

También he querido reflejar un cierto ambiente que se vivió en la provincia allá por 1964, con Fraga como Ministro de Turismo, cuando se reabre el Parador de San Marcos y se conmemora, fastos incluidos, el vigésimo quinto aniversario del final de la Guerra Civil. Estaba casado en León y parece que venía por aquí a pescar, tratando de recuperar el Órbigo como coto. Y es justo en ese momento de auge cuando la vida de Amancio se va al garete. Creo que también es un potente contraste.

He huido, ya queda dicho del arquetipo de vampiro. No quería que fuese controlador ni indestructible. Me aburriría. No soy nada de superhéroes, de hecho, el que peor “me cae” es “Superman”. Puede hacerlo absolutamente todo y nada puede destruirlo… así que nos tenemos que inventar una piedra, la kryptonita, y meterla en todos los capítulos para introducir algo de suspense, o un antagonista del mismo nivel de poder… un rollo. Amancio no huye del ajo, que es de Santa Marina, ni de los crucifijos, que tenía un tío cura. Solamente la luz del sol le hace daño. ¡Ah! Y se refleja en los espejos.

Y por terminar con Amancio… estar condenado a la eternidad: ¿cómo te lo tomarías? A mi juicio es una maldición, a no ser que seas un ególatra narcisista, que lo único que te importe seas tú. Si no puedes tener a tus seres queridos, una sucesión de nacimientos y muertes a tu alrededor sine die. Aquí aproveché para hablar de una forma tangencial del despoblamiento, de la desaparición del mundo rural. Amancio se queda sin familia y amigos, pero su mundo también se desvanece.

Formula, Alejo, tres deseos. Lo mismo en lo universal, lo personal, lo profesional.

Un deseo en la órbita personal podría ser alargar este sueño del Cine Velasco lo máximo posible, ya en forma de cine, ya en forma de escenario para otros espectáculos. En un ámbito más general, me gustaría que no desapareciese todo el mundo que yo he conocido. No es que esté en contra del progreso, pero que, a cambio de ese avance, no tengamos que homogeneizarnos y que todo sea igual.

A nivel internacional o mundial, a ver si conseguimos no comportarnos todos como vampiros, que lográramos coexistir de una forma, no voy a pedir que pacífica, que el ser humano es como es, pero sí más armónica, intentando salir de esta vorágine autodestructiva.

Pues no se nos ocurre mejor cosa para ello que un buen rato de evasión siguiendo a Amancio en sus andanzas y, de propina, elegir alguna película de la selección que para nosotros hace Alejo en ese Cine Velasco, caja de sueños y ventana a la magia y la imaginación.


La novela: “Amancio, vampiro de pueblo” de Alejo Ibáñez. Editorial Marciano Sonoro.

Cine Velasco. Calle Alonso Garrote, 9. 24700 Astorga. León.
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