"Cada persona tiene algo que enseñarte si la miras con la mente limpia de prejuicios"
A Marina Tejerina Cienfuegos (León, 2001) hay que escucharla hablar para entender que su vocación no llegó como una revelación, sino como un descubrimiento progresivo. “Me metí a estudiar Educación Social sin saber muy bien lo que era”, recuerda. Pero aquel impulso casi intuitivo acabó convirtiéndose en un camino nítido: el de acompañar a quienes la sociedad suele dejar en los márgenes.
Una vida entre teclas y carreteras
La música llegó antes que cualquier dilema vocacional. Empezó a estudiar piano con cuatro años y no ha parado desde entonces. Los últimos veranos los pasó subida a un escenario como parte de diferentes orquestas; donde más tiempo estuvo fue en Orquesta Berlín, tres años que le dejaron huella.
“Nunca pensé que podría trabajar de uno de mis hobbies”, confiesa. Pero lo que más recuerda no son las luces ni las giras por Castilla y León. “En Berlín siempre fuimos una familia. Ir a trabajar era como ir de campamento: tocar, viajar, comer juntos, dormir fuera… nunca se sintió como un trabajo”.
Descubrir una profesión que acompaña
En cuanto a sus estudios Marina terminó Bachillerato sin tener claro el futuro, así que se lanzó a Educación Social. El verdadero sentido de la carrera lo descubrió en las prácticas, cuando la teoría se volvió rostro, nombre, historia.
“Para mí, la educación social es acompañar. La palabra ‘ayudar’ no me gusta nada”, explica. “Acompañar es caminar al lado, apoyar, guiar, dar visibilidad. Que las personas puedan ser más autónomas y tomar las riendas de su vida”.
Ha trabajado con personas con discapacidad y dependencia, con menores infractores, en un instituto de alta complejidad social y ahora con personas mayores. Y en cada lugar, dice, ha encontrado un aprendizaje distinto, aunque siempre con un mismo punto de partida: mirar sin estigmas.
“Hay que quitarse la venda de los prejuicios y mirar como un niño, con la mente limpia. Conocer a la persona tal cual es, no lo que te han dicho que es”, reflexiona.
Historias que no salen en los libros
Cuando habla de su primer trabajo —con personas con discapacidad o dependencia— se ríe al recordar hasta dónde llega el acompañamiento real: “En la vida pensé que iba a arreglar frigoríficos, montar televisores o curar heridas. Pero allí estaba, haciéndolo. Hacíamos de todo”, recuerda.
Con los menores infractores descubrió la importancia de la palabra. “Hablar con ellos es fundamental. Compartir experiencias, que vean que tú también fuiste adolescente y que pasaste por cosas parecidas”.
En el instituto, desde el departamento de orientación, fue puente entre familias, profesorado y alumnado. “Todo era acompañar, acompañar, acompañar”, resume. Becas, conflictos, problemas personales… y siempre la escucha como hilo conductor.
Las voces de la experiencia
Ahora trabaja con personas mayores, en visitas domiciliarias diarias que la han sacudido y enriquecido a partes iguales.
“La gente mayor es muy sabia. Dicen que son anticuados, pero es mentira. Son abiertos, agradecidos, están encantados de hablar. Cada día visito a cinco o seis y de todos aprendo algo”, afirma.
Ve soledades profundas, algunas inesperadas: “Hay quien tiene cuatro hijos y aun así está muy solo”. Por eso reivindica parar, hablar, escuchar. “Muchas veces dejamos a los mayores como objetos viejos… pero viejos son los objetos, no las personas”.
Tiene la costumbre de escribir los consejos que le dan. “Son maravillosos. Al final es la voz de la experiencia. Ya me lo dice uno de mis señores: ‘Sabe más el diablo por viejo que por diablo’”.
Aprender a no llevarse las historias a casa
Pero Marina explica que trabajar con la vulnerabilidad ajena también exige un equilibrio personal. “Ves cosas duras. Hay días muy felices y otros que te dejan tocada”, admite. “Lo más importante es aprender a separar el trabajo de tu vida. Si no, no vives”.
Aunque reconoce que hay días en los que vuelve mal a casa, ha aprendido a poner límites para poder seguir acompañando sin perderse a sí misma.
El mensaje que quiere dejar
Si algo quiere transmitir Marina es que la educación social es una profesión infravalorada pero esencial. Y que detrás de cada persona (sea del colectivo que sea) hay una historia digna de ser escuchada.
“Todas las personas tienen algo que enseñarte y tú a ellas. Pero vivimos sin mirar al de al lado, cada uno a lo suyo. Igual hay alguien que solo necesita hablar con alguien… y ni nos damos cuenta”.
Por eso anima a abrir la mirada, a acercarse sin miedo, a olvidar etiquetas. “La sorpresa siempre es buena”, afirma. Y en su caso, esa sorpresa se ha convertido en vocación.