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El caso Trinidad Suardíaz: la desaparición que León nunca ha podido olvidar

Trinidad Suardíaz y Antonio da Silva.
Treinta y ocho años después, el Juzgado de Gijón reabre la investigación sobre la joven maliayesa y su hija Beatriz, perdidas en Matadeón de los Oteros. Vecinos y familiares rompen el silencio de un misterio que marcó a una generación

En Matadeón de los Oteros, una aldea de casas bajas y adobe, con poco más de 250 habitantes, el nombre de Trinidad Suardíaz, a la que los vecinos conocían como Teresa, sigue pronunciándose con cautela. Su desaparición, junto a la de su hija Beatriz, de tan solo trece meses, ha sido durante casi cuatro décadas una herida abierta en la memoria del pueblo.

A finales de los años ochenta, cuando Trinidad convivía con su marido Antonio da Silva, apodado El Portugués, el miedo se instaló en el vecindario. Nadie quiso hablar entonces y pocos se atreven ahora. “Son cosas de entonces”, dicen algunos, sin dar nombres, como si el tiempo hubiera decretado silencio. Pero el paso de los años no ha traído olvido.

Durante años, los rumores circularon entre susurros: discusiones, encierros, peticiones de auxilio. Una vecina recuerda haber visto un papel volar desde el patio de la casa donde vivían: era una nota de socorro escrita por Trinidad, que afirmaba que su marido la tenía encerrada. La denuncia permitió que Da Silva fuese detenido por maltrato, y que ella lograra huir momentáneamente de Matadeón.

Refugiada en Asturias, Trinidad volvió con sus padrinos, José María Sainz y Trinidad Vecino, en Villaviciosa. Sin embargo, la calma duró poco.

Un matrimonio marcado por la violencia

La historia de Trinidad y Da Silva había comenzado con un matrimonio celebrado el 6 de enero de 1985, en la iglesia de La Oliva, en Villaviciosa. No fue una boda cualquiera. El párroco de la parroquia natal de la joven, en Seloriu, se negó a oficiar la ceremonia porque sospechaba que El Portugués ya estaba casado. Aquella advertencia sería la primera de muchas.

Cuando Trinidad quedó embarazada, buscó protección. Pasó varios meses en la casa familiar de Bárzana y, más tarde, fue acogida por las Madres Adoratrices de Gijón. Dio a luz a su hija Beatriz en junio de 1986, en la Casa Cuna de La Gota de Leche.

Las religiosas la describieron como una mujer reservada pero agradecida. En septiembre de ese mismo año bautizó a la niña y, apenas unos días después, abandonó el refugio para volver con su esposo, pese a las súplicas de su entorno. “Sabíamos que algo malo podía pasar, pero ella creía que podía rehacer su vida”, recuerda una persona cercana a la familia.

Nunca más se supo de ellas.

El miedo que aún se respira en Matadeón

En la casa donde vivieron —ya derribada—, los investigadores de la Policía Judicial y efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) trabajaron en marzo de 2016 removiendo el terreno en busca de algún rastro. No hallaron nada. Solo quedaron los cimientos y la sensación de que el misterio seguía escondido bajo tierra.

Antonio da Silva era un hombre temido. “Era un bala, un tipo peligroso”, dicen algunos vecinos.

Durante décadas, el miedo al recuerdo se impuso. Sin embargo, la familia de Trinidad nunca aceptó el silencio ni la versión de que había huido. Su insistencia fue clave para que la Policía Nacional continuara buscando, incluso cuando el caso fue archivado en 2017.

El regreso de una investigación olvidada

Ahora el Juzgado de Instrucción número 4 de Gijón ha devuelto ahora el caso a la primera línea judicial tras nuevas evidencias encontradas en una balsa minera de Berbes (Ribadesella). Allí, la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) ha localizado dos vehículos sumergidos en una charca de lodo.

La sospecha es que Da Silva habría arrojado los coches desde un barranco de 40 metros, en un intento por ocultar pruebas. Cerca de la mina se encontraba una de sus propiedades, el último lugar donde Trinidad y Beatriz vivieron antes de desaparecer.

Las autoridades han colocado boyas amarillas para marcar la zona exacta donde se hallan los vehículos, y se espera que en los próximos días una grúa los extraiga del fondo. Si en su interior se descubren restos humanos, la historia de Trinidad Suardíaz y su hija podría, por fin, hallar justicia.

Un caso que simboliza la impunidad de otra época

El reencuentro con este caso ha reabierto un debate sobre la violencia machista en los años ochenta, cuando muchas denuncias quedaban sin respuesta judicial. Trinidad había denunciado a su marido y tenía programada una vista en la Audiencia de León el 15 de julio de 1987, pero nunca llegó a presentarse.

En una carta encontrada tiempo después, dirigida a su esposo, escribió: “No vuelvas a molestarnos más. Lo que tengamos que arreglar, lo arreglamos en el juzgado. Y busca ayuda, porque no estás bien.”

Esa carta, junto con el hallazgo de los vehículos, puede convertirse en la clave definitiva para resolver un crimen que lleva casi cuatro décadas esperando justicia.