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Y si en Villamanín impera, al fin, la cordura...

Lo ocurrido con la lotería en Villamanín es uno de esos hechos en los cuales todo el mundo va a quedar retratado...

Lo ocurrido con la lotería en Villamanín es uno de esos hechos en los cuales todo el mundo va a quedar retratado. Unos jóvenes, intentando recaudar fondos para organizar las fiestas, imprimen más papeletas de las que corresponderían con el número de décimos de la lotería asociados. Lo demás es conocido y básicamente tiene que ver con lo de siempre, unas personas -algunos de los compradores de participaciones-, que hace tan solo unas semanas tenían un sueño casi imposible, hoy se consideran dueños de un dinero que nunca hubieran poseído y que ahora resulta ser lo más importante de sus vidas. 

Es decir, el gran teatro del mundo. Incluso, entre ellos los hay ya dispuestos a desguazar el futuro de unos jóvenes con tal de no perder unos cientos de euros y contribuir con ello a una solución bastante equitativa. Y ello a pesar de que entre los miembros de la ya famosa comisión habrá hijos, nietos, primos, sobrinos, hermanos, amigos, pero no importa, para muchos la consigna es sencilla, "Toma el dinero y corre", aunque con ello se destrocen familias, amistades, vecindades.

Surge, por tanto, como colofón, la famosa frase atribuida a Séneca en todo su esplendor: “La avaricia no tiene fin, ya que siempre hay una nueva necesidad que debe ser satisfecha”. 

Personalmente, después de más de cuarenta años en el ejercicio de la enseñanza universitaria, la opción de una estafa organizada por parte de los miembros de la comisión de fiestas no la contemplo; normalmente, para ser un buen estafador hay que ser mayor que ellos. Para eso hace falta tener la edad de algunos de los que les reclaman un dinero que de sobra saben que los jóvenes no van a poder pagar, aunque hayan renunciado a cobrar su parte del sorteo. Surge, por tanto, como colofón, la famosa frase atribuida a Séneca en todo su esplendor: “La avaricia no tiene fin, ya que siempre hay una nueva necesidad que debe ser satisfecha”. 

Sin embargo, más allá del problema personal de cada cual, emerge un verdadero rompecabezas colectivo, que sin duda va a marcar la convivencia del pueblo por mucho tiempo y no parece que sea para bien. Resulta curiosa la condición humana, dispuesta a aceptar que unos golfos, alguno de ellos con el cargo de ministro, hayan podido desfalcar dinero a espuertas sin que su jefe se enterara, pero no a creer que el desaguisado creado con la lotería se deba a una mala organización, a un descuido o incluso a una cierta forma de estupidez. Y el “yo quiero mi dinero” se ha convertido en un dogma irrebatible en la zona. 

Todos hemos sido jóvenes y hemos hecho tonterías. Si por cada una de ellas nos hubieran llevado ante un juez, los habría que no tendrían vida suficiente para pagar condenas. Los chicos ya han perdido bastante...

Seguramente esos hiperventilados que no están dispuestos a ceder ni un céntimo de "su dinero" (ese que le deben precisamente al trabajo desinteresado de la comisión) estarán encantados y muy pomposamente decididos a acudir al juzgado para que al final sean los abogados los únicos que salgan ganando de esta torrentera de codicia. Es más, viendo y oyendo algunas declaraciones los habría también que experimentarían un enorme placer contemplando a los chavales colgados de los pulgares en la plaza del ayuntamiento.

Todos hemos sido jóvenes y hemos hecho tonterías. Si por cada una de ellas nos hubieran llevado ante un juez, los habría que no tendrían vida suficiente para pagar condenas. Los chicos ya han perdido bastante, verse en el foco de todo un país no es poca condena y todos ellos arrastrarán un punto de vergüenza probablemente para siempre, además de la pérdida que representa no cobrar nada de la lotería. Por jóvenes desconocen que el dinero y la guerra son capaces de desatar las mayores inquinas, los odios más reconcentrados, los ajustes de cuentas más sorpresivos, las venganzas más inesperadas, y todo por atesorar algunos dígitos más en la cuenta del banco. 

Villamanín tiene ante sí un dilema no menor como pueblo: pasar a la historia de la lotería como un gran fiasco o dar una lección a todo un país mostrando que la convivencia se valora por encima del dinero. Los avariciosos y los sedientos de sangre tienen la palabra.