Gente sin casas. Casas sin gente
No soy muy original. Puestos a escoger títulos o lemas, prefiero los prestados, que ya tienen hecho el rodaje y son cosa segura, tópicos aparte. Hoy he tomado uno de una gran artista, Silvia Pérez Cruz, cuyo repertorio les invito a repasar para su deleite. En su canción “No hay tanto pan” se encuentra el verso que intitula esta columna. Belleza en la palabra y drama en los hechos.
Y es que hoy me entero por publicación hermana y de habitual consulta, que bien está beber de varias fuentes en procura de lo cristalino de las aguas y no de la turbiedad del partidismo económicamente interesado y la torticera opinión de “chusmadores”, de un término del que no tenía noticias: “Área Urbana Funcional”… chúpate esa, si te queda saliva.
Y ha aparecido asociada al nombre de una institución que valoro, el Instituto Nacional de Estadística, si bien es verdad que hay quien dice que hay tres tipos de mentiras: las que lo son a secas, las cochinas y las estadísticas. Ni quito ni pongo, pero es que lo que hoy se nos brinda como noticioso por parte del departamento adscrito, por cierto, al Ministerio de Economía, Comercio y Empresa, a través de la Secretaría de Estado de Economía y Apoyo a la Empresa (respiren), me resulta chocante o más. Como chocante me resultó en su día el apellido del ministro: Cuerpo, ¡ese cuerpo, Carlos!
Y voy, que me diluyo en humoradas y no era mi intención. El caso es que León capital, esa futura Gran Ciudad, que ya veremos en qué se sustancia más allá del caramelito electoral pepero, prolonga su área urbana funcional a lo largo y ancho de veintidós municipios, en principio aledaños, hasta incluir al de Cistierna. Pero no sólo hasta casa de Luis Mariano Santos, sino también hasta Pola de Gordón o Matallana de Torío.
Pues bien, como otro criterio cualquiera. Que bien puede ser falso o falsearse, ya que muchos de estos teóricos desplazados pueden mantener su padrón en villa del alfoz o área de influencia, pero residir “de facto” en León.
Y esta ampliación de la influencia de la Ciudad de León se debe a que una generosa proporción de la población activa de esos municipios, hasta un quince por ciento, trabaja en la legionense. Pues bien, como otro criterio cualquiera. Que bien puede ser falso o falsearse, ya que muchos de estos teóricos desplazados pueden mantener su padrón en villa del alfoz o área de influencia, pero residir “de facto” en León.
Porque los que vivimos en esa área ampliada, ahora sobre todo por el este, que abarca los municipios de Gradefes, Villasabariego, Valdepolo, Mansilla de las Mulas y Cistierna, vemos cómo nuestros pueblos están vacíos, o prácticamente. Testigos mudos las persianas bajadas, los postigos clausurados y, en estas otoñales fechas, la hojarasca arremolinada contra la puerta carretal. Y duele.
Duele porque, no hace mucho, leía sobre la perentoria necesidad de hasta tres mil viviendas nuevas en la Ciudad de León. Qué quieren que les diga, cuando en la provincia tenemos más de cuarenta mil vacías. El mensaje me suena a “ladrillismo” especulador y a avidez recaudatoria cuando el precio de vivienda nueva está absolutamente disparatado por una tensión especulativa, y a esas viviendas vacías en la llamada “área funcional” no se quiere ir nadie porque lo de vivir en el pueblo no se sabe qué tiene, pero sólo gusta para vacaciones, catar el jamón del abuelo si lo hubiera, y que la infancia se desfogue en patio prestado o en ese parque temático en que algunos insisten nos convirtamos los del rural.
Me abochorna profundamente que haya jóvenes pensando en fundar familia en León y asentarse en esta tierra deficitaria, y se vean sometidos al yugo de los 2500 euros por metro cuadrado que, como mínimo, se piden para pisos de nueva planta y no precisamente céntricos. Es verdad que lo que se vende, muchas veces por la cuarta parte de ese precio y como a veinte minutos de la capital, no reúne condiciones plenas de habitabilidad y que necesita reforma… y que ahora tienes que encomendarte a San Judas Tadeo para encontrar quién te haga la obra, y que es ejercicio de voluntarismo.
Y se nos cae el castillo de naipes del posible sueño de algunos por poder irse a vivir a un pueblo cercano, hasta más accesible en vehículo propio al próximo polígono donde trabaja. Algo falla.
De entrada, muchas de esas viviendas cercanas a León se reactivan en verano merced a la pareja de abuelos “boomer y empujadores” que sirven de guardería. Otras no se venden por apego ancestral, pero tampoco se alquilan por desconfianza. Está claro que el no tener asegurado el cobro del alquiler, por pequeño que sea, retrae a los propietarios, que no están para dibujos ni para “inquiocupas”, esa especie de parásito raro y especializado que, no siendo muy abundante ni mayoritario, ha venido a enrarecer el ambiente del mercado inmobiliario. Y ahí, además, no valen alarmas “asustaviejas”.
Acabo de decir que faltan profesionales para llevar a cabo reformas, que los potenciales clientes no se eternicen en la espera de ese albañil, fontanero, electricista.
Amenazaba en otra columna con aportar alguna que otra solución, en intentar poner música para que alguien, desde donde sea, se pare a componer un verso, aunque sea libre, que venga a poner remedio a problemas de empleo, desistimiento de lo rural y extinción. Acabo de decir que faltan profesionales para llevar a cabo reformas, que los potenciales clientes no se eternicen en la espera de ese albañil, fontanero, electricista. La importación de mano de obra, aun interna, parece solución. Pero atraer a esos profesionales no es fácil si mantenemos las puertas de posibles hogares cerradas por desconfianza al forastero, presumible insolvente y sospechoso habitual por sistema, tal es el sentimiento en la indefensión del que podría alquilar una vivienda vacía.
Hablemos, entonces, de mecanismos de garantía, pero no al modo de la empresa “Alquiler Seguro”, que parece no lo es tanto para los inquilinos, a los que sometía a un régimen extraño de obligaciones que, más que al inquilino, corresponden al arrendador, tales como contratos de seguro de asistencia, estudio obligatorio de solvencia a cargo del propio inquilino y recorte de derechos en caso de desistimiento de contrato. No, no es eso. Que el arrendador no vea al inquilino como potencial enemigo depende de la confianza en el sistema que proteja sus derechos y en garantías legales de cobro.
Y aquí jugaría un papel primordial la Administración, seguramente la autonómica, a través de un ”instituto para la repoblación”, pero eso es pensar que en León importamos algo a la Junta que nos castiga, y que es amiga de privatizar gestiones. Mucho me temo que una iniciativa así la acabaría promoviendo Mañueco vía Somacyl y ya no cabría garantía de que no fuese extorsión.
Y sobre empleo, aparte de estos profesionales de la “ñapa”, trabajadores en el sector de asistencia domiciliaria a dependencia, comidas a domicilio, profesionales para el sector ganadero y estacional en agricultura.
Es probable que la solución más viable pudiera venir dada por un movimiento cooperativo al que habría que darle forma, pero que sería garante colectivo de los derechos de inquilino y arrendador. Esto es sociedad civil, figura adormecida entre los leoneses, pero estoy un poco “Don Erre que Erre” con este asunto porque no atisbo soluciones al problema del vaciamiento rural que vengan desde los poderes políticos. Y sobre empleo, aparte de estos profesionales de la “ñapa”, trabajadores en el sector de asistencia domiciliaria a dependencia, comidas a domicilio, profesionales para el sector ganadero y estacional en agricultura. Tanto por hacer, tantas necesidades no cubiertas y, en el fondo, tan poca voluntad política para aportar soluciones reales a problemas reales y urgentes que, no me digan, que no parece hecho a propósito.
Quizá se consuelen con que el problema de la vivienda dejará de serlo cuando ya no haya pobladores. Lo que no parecen ver es que también dejarán de tener a quien esquilmar. Y los tenemos muy acostumbrados, pobres.