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Se busca identidad

Me dice un amigo que en esto de la reivindicación de la autonomía para la provincia de León estoy anclado en la demanda por causa del agravio comparativo, el expolio económico y el desequilibrio presupuestario...

Me dice un amigo que en esto de la reivindicación de la autonomía para la provincia de León estoy anclado en la demanda por causa del agravio comparativo, el expolio económico y el desequilibrio presupuestario. Que me meto poco con el asunto identitario e histórico, campos en los que hay argumentos sobrados para pedir la autonomía, aparte del sentido de justicia que debería otorgar al pueblo leonés su autogobierno, ya que era su voluntad en el período de constitución de las comunidades autónomas.

Reconozco que debe ser verdad. Tengo el pecado original de haber llegado al leonesismo y al concepto de leonesidad tras escuchar una charla de Julio Lago y Javier Callado, exponiendo el estudio de Iniciativa Autonómica Leonesa, coescrito por ellos y por Santiago Asenjo y José Luis Prieto. De aquella reunión se me quedaron tatuadas las cifras del agravio y son motivo básico de lo que pienso sobre la necesidad de nuestra autonomía. Y no les aburro con la retahíla.
El tema histórico tiene numerosos estudiosos y la justificación es más que sobrada. Pregúntenle por ejemplo a Hermenegildo López sobre Alfonso IX y su papel como Emperador, su iniciativa de Cortes en 1188 y de cómo hizo hablar a todas las capas sociales del antiguo Reino de León. Cumplida glosa y reconstrucción de esto último la tuvimos este pasado domingo 1 de junio en el Claustro de San Isidoro, acto imprescindible.

En la cuestión identitaria soy más pudoroso. Para empezar, sólo soy leonés por elección y ahora quizá también por convicción. Pero el asunto es más profundo. Estamos todos sometidos a un proceso de globalización bastante acelerado. El caso de los leoneses quizá sea más sangrante porque son las propias autoridades autonómicas las que se encargan de desdibujar nuestra identidad, diluyéndola en este invento de lo “castellanoleonés” (que hasta el corrector de texto se hace cruces) e incluso se permite crear una fundación para fomentar tal sentimiento. Triste gracia si para desarrollar una emoción tenemos que buscar el amparo de un chiringuito político. A las antiguas plañideras se les pagaba para que llorasen en velatorios y entierros, pero de ahí a que sintieran lástima por el finado y compasión por los familiares hay un abismo.

Y digo que a todos se nos está diluyendo la identidad por la globalización. Los rasgos culturales propios se van por el desagüe de las prisas y la estandarización . Ya les empiezo a cansar, me parece, con tanta divagación. Así que les aclaro que hoy la cosa va de cocina, importante rasgo cultural e identitario, propiedad de la tierra y mercado de distribución, tratando de desentrañar cómo se está concentrando la propiedad, al menos como tendencia, cómo el mercado de distribución tiene un “campeón” indiscutible y cómo vamos a acabar todos comiendo “soylent green”, el alimento estándar de la película “Cuando el Destino nos alcance”, protagonizada por el estólido y “escopetero” Charlton Heston y un Edward G. Robinson crepuscular pero magnífico. El título del “film” en original inglés era precisamente ése: “Soylent Green”. Les recomiendo visionado porque, producida en 1973,  describe el Mundo esperado en 2022. Distópico, sí, pero puede que sólo un poco adelantado. Juzguen ustedes mismos.

Les pongo en antecedentes de lo que está pasando con la propiedad de la tierra en España. Son datos del Ministerio de Agricultura del año 2023. Para empezar sorprende el dato de que el 40% del terreno cultivado pertenece a personas jurídicas, o sea empresas. Pero esto no revela gran cosa, ya que en términos fiscales la constitución de sociedades por particulares suele aparejar ventajas. Otro dato es que en los últimos 10 años han desaparecido algo así como el 8% de explotaciones, pero entiéndase que para una misma superficie, moraleja: misma tarta para cada vez menos comensales. Y ahora la traca en cuanto a reparto de la tierra: sólo el 9% del número de explotaciones absorbe la mitad de la superficie agraria útil. Y hablo de tendencia, porque si nos remontamos a 1989, el número total de explotaciones era de 1,6 millones y hoy andaremos por 900.000. Eso sí, la producción y las exportaciones han crecido una barbaridad, del orden del 80%. Para no aburrir, otro dato importante es el envejecimiento, pero envejecimiento de verdad, que hasta el 40% de los agricultores tiene más de 65 años. Vamos, que en poco tiempo todos estos “boomers” se nos jubilan si pueden y ahora díganme ustedes a dónde van a parar esas propiedades... pues probablemente al alquiler a grandes empresas de explotación, tendencia ésta que crece exponencialmente en los últimos tiempos. Y ya está servido el primer ingrediente del cóctel: manipulación de los cultivos al estar en pocas manos.

Lo de la distribución ya es harina, no de otro costal, sino de barco granelero de gran calado. Hemos hecho de Mercadona y Juan Roig el campeón nacional  indiscutible e indiscutido. Copa el 37% del mercado de la distribución, no sólo alimentaria, sino de productos de droguería doméstica. Y aquí me acuerdo de mi suegra diciendo que parecía mentira, que acabásemos comprando más para limpiar que para comer, que antes, con la botella de lejía y la lija para la chapa de la cocina, íbamos en moto. No entro a juzgar la política comercial de Roig porque es un éxito innegable. Con la menor oferta en referencias de todas las cadenas de la gran distribución ha conseguido una fidelización asombrosa. No soy nada partidario de este empresario tengo que decir. He conocido de cerca la ruina de un par de empresas a las que cegó con su política de “contabilidad abierta”, en la que se fijan los márgenes a cambio de la compra de producciones enteras, pero con condiciones fijas en mercados variables: mala comida. Lo mismo que ha ocurrido años atrás con el Grupo Siro, al que dejó de adquirir varias líneas de producto después de obligarle a inversiones millonarias. El grupo va saliendo hoy de un proceso penoso, tras tener que arrostrar una deuda de más de 300 millones de euros. Soy de los que piensa que las leyes del mercado son crueles, pero que la equidad y el equilibrio deben también estar presentes.

Otra cosa es la extraña relación que el grupo de Roig mantiene con sus empleados. Tras el barniz buenista de las mejores remuneraciones del sector, está la trampa de no cotizar por sus trabajadores a la Seguridad Social por contingencias comunes. Es una empresa autoaseguradora, de manera que es la misma la que paga a sus trabajadores cuando están de baja. Lógicamente ni se les ocurre cogerla, con un absentismo del 1,5%. Es relativamente fácil ver vendajes y férulas circulando por los supermercados. Saquen sus propias conclusiones, pero yo prefiero, aun siendo autónomo, tener una cobertura total.

Y ahora se nos despacha el señor Roig diciendo que las cocinas desaparecerán en el año 2050. Espero que la mía no, que seguiré en la garita de las esencias, si es que vivo porque no me he muerto de asco. A la vez, y cada vez más, amplía sus secciones de platos preparados y de zonas de comedor en sus supermercados. Viene probablemente a solucionar carencias de mucha gente que ya prefiere no cocinar y comer barato, rápido y dirán, crédulos, que sano.  La cocina forma parte del acervo de los pueblos, cocinar nos ha permitido desarrollarnos física e intelectualmente con mayor velocidad, ha sido nexo, excusa para la reunión, patrimonio en fin. Y ahora lo dejamos en manos de un “Gran Hermano” que dictará paladares probablemente con un sentido económico y empresarial.  Es una programada estrategia de “deskilling”, tradúzcanlo como recorte o merma de facultades. Primero nos quitó la habilidad de comprar alimentos en nuestro entorno próximo, ahora nos quiere privar de nuestra capacidad de procesarlos. Mejor no sigo escalando, que ya les he hablado de distopías cinematográficas. No las tenemos muy lejos. En Estados Unidos es mucho más fácil encontrar y adquirir una hamburguesa ultraprocesada a dólar cincuenta, que una manzana a tres dólares la unidad. Ya me dirán qué se puede permitir un estadounidense que cobre el sueldo mínimo de 7,25 dólares la hora.

Todo lo descrito tiene ya una dura vuelta atrás, pero algún paso habrá que empezar a dar. Pidamos autogobierno, pero intentemos gobernar también nuestras propias vidas. Ordenen sus prioridades y actúen.