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Astorga y su comarca: ¿Qué modelo de desarrollo queremos para León?

Astorga despierta entre la bruma de la mañana y el olor de los campos húmedos, y sin embargo la comarca ya percibe la sombra de un destino impuesto...

Astorga despierta entre la bruma de la mañana y el olor de los campos húmedos, y sin embargo la comarca ya percibe la sombra de un destino impuesto. No es un capricho del tiempo ni un accidente de la historia: es la consecuencia de decisiones que llegan desde más lejos y que han convertido a León, y a su territorio rural, en una zona de sacrificio económico disfrazándolo de desarrollo. El macrovertedero de San Justo de la Vega, la planta de lodos de Piedralba y el Centro de Tratamiento de Residuos de San Román no son incidentes aislados; son piezas de un modelo político que externaliza riesgos, concentra beneficios y olvida a quienes viven en la tierra donde se ubican estos proyectos.

Estos megaproyectos prometen empleo, eficiencia y modernización, pero en realidad dibujan un paisaje de preocupación, contaminación y falta de control local. El macrovertedero, con capacidad para cinco millones de toneladas de residuos, incluyendo un millón de peligrosos, se levanta sobre acuíferos sensibles y zonas inundables, mientras los informes internos advertían de riesgos para la salud y el medio ambiente.

Ese conflicto. Es, sobre todo, la manifestación de un error político estructural: la apuesta de la Junta por un modelo centralizado, jerárquico y vertical que trata a León como territorio periférico y de sacrificio

La planta de lodos de Piedralba, apenas a un kilómetro del núcleo urbano, reconoce de manera explícita que generará olores y molestias. Sin embargo, la Junta de Castilla y León mantiene su autorización y sigue promoviendo un esquema donde la gestión se concentra en grandes empresas y organismos dependientes de la capital, mientras los vecinos afrontan las consecuencias.

Ese conflicto. Es, sobre todo, la manifestación de un error político estructural: la apuesta de la Junta por un modelo centralizado, jerárquico y vertical que trata a León como territorio periférico y de sacrificio. La planificación desde la Junta prioriza grandes infraestructuras y almacenamiento masivo de residuos, pero no escucha las necesidades locales, no distribuye los beneficios y convierte a la provincia en un laboratorio donde se externalizan impactos. 

La estrategia de concentración y centralización no sale gratis: marca un futuro de dependencia, empobrece a León y erosiona la confianza de la ciudadanía en sus instituciones. Cada hectárea ocupada por vertederos y plantas industriales reduce la capacidad de innovación de la comarca, disminuye el atractivo turístico y cultural, y compromete los recursos hídricos y naturales. Lo que se vende como modernización es, en realidad, un modelo que sacrifica la economía y el tejido social local para legitimar una política que favorece contratos, obra pública y visibilidad mediática, pero no desarrollo sostenible.

Y aquí es donde cada leonés y cada maragato deberían detenerse a reflexionar. ¿Es este el modelo de empobrecimiento y dependencia que queremos perpetuar? ¿De verdad León, con su historia, su conocimiento y sus recursos, merece ser tratado como el vertedero industrial de una región que lo ha relegado a papel secundario? Las decisiones que hoy se toman no son técnicas ni inevitables: son políticas. Y como tales, pueden cambiarse. Pero solo si la sociedad leonesa asume su papel, exige transparencia y se pregunta con honestidad si el futuro que se le impone es el que desea construir.

Este error estratégico no solo condena a León al papel de receptor pasivo de inversiones; establece un patrón de desarrollo que compromete su futuro económico y ambiental durante décadas

León, y en concreto Astorga y su comarca, podrían ser ejemplo de innovación rural, economía circular y energía distribuida, con proyectos que generen empleo y fortalezcan la resiliencia local. Sin embargo, mientras se apueste por la fórmula de grandes plantas y concentración de poder, el territorio quedará subordinado, las oportunidades se perderán y la población quedará relegada. Este error estratégico no solo condena a León al papel de receptor pasivo de inversiones; establece un patrón de desarrollo que compromete su futuro económico y ambiental durante décadas.

El desafío ahora es reconocer que otro modelo es posible. Un León donde la planificación responda a la comarca, donde los beneficios se distribuyan localmente y donde los proyectos respeten la biodiversidad y la economía circular. Un modelo que no transforme la tierra en un supermercado de residuos, sino en un espacio de oportunidades, participación y sostenibilidad. El problema es que se está apostando por un camino equivocado, un modelo sin recorrido, basado en la falsa idea de que el desarrollo puede imponerse desde arriba a golpe de macroinfraestructura.

Es un error absoluto, una política miope que condena a León a la ruina económica y territorial, al convertirlo en la periferia funcional de una región que decide desde la distancia y ejecuta sin escuchar. El error de la Junta es político y estratégico: ignorar que imponer proyectos sin diálogo ni participación no solo genera rechazo, sino que debilita la propia legitimidad del desarrollo que pretende promover.

Astorga y su comarca merecen decidir sobre su futuro, proteger sus recursos y construir un modelo de desarrollo justo, resiliente y sostenible. Mientras la política siga elaborada desde fuera, León seguirá siendo la zona de sacrificio económico que la Junta ha decidido que sea. Pero existe un horizonte alternativo, una posibilidad de transformar esta historia: si la ciudadanía recupera la voz y se apuesta por un modelo descentralizado, inteligente y participativo, León puede dejar de ser sacrificio y convertirse en ejemplo de desarrollo consciente y autónomo.