La cita previa: cuando pedir hora es pedir clemencia
Ciudadano Kin | Homenaje a los cofrades de la santa paciencia
El mundo gira en constante evolución con inventos que, a través de los siglos, lo han ido mejorando. La rueda, la escritura, la imprenta, la pólvora, la máquina de vapor, internet y....la cita previa, esa solución milagrosa que prometía orden, eficiencia y un salto cualitativo, hacia la modernidad, en las administraciones públicas. Lo que nadie dijo, ni el lumbrera al que se le ocurrió, es que también el ingenioso invento iría acompañado de un constante ejercicio de paciencia, súplica y una devoción propia de una procesión de Semana Santa.
Porque agendar una hora en los organismos públicos no es un acto sencillo, es toda una ceremonia que acaba convirtiéndose en un acto de fe. Entrar en esas sedes electrónicas es hacerlo con el corazón en un puño o como quien se arrodilla ante el altar digital, rezando para que el sistema no se caiga, el captcha no te juegue una mala pasada o que el calendario funcione correctamente y no te obligue a salir y a entrar como si aquello fuera Barrio Sésamo. En un país moderno bastaría con obtener la cita, pero no, en España el vía crucis no ha hecho sino comenzar, pareciera que te estás introduciendo en el Ministerio del Tiempo.
Nada más entrar y antes de tomar asiento, si aquello no está al límite del aforo permitido, observas que la sala de espera está tomada por cofrades, como tú
Llegas puntual, incluso con cinco minutos de adelanto, y con toda la documentación ordenada como ofrenda. Nada más entrar y antes de tomar asiento, si aquello no está al límite del aforo permitido, observas que la sala de espera está tomada por cofrades, como tú, con rostros resignados unos, miradas perdidas otros, los más sosegados murmurando letanías y los más enojados jurando en arameo.
Te armas de paciencia y esperas tu turno. Tras una insignificante demora de cuarenta y cinco minutos, ya que tu tiempo no tiene ningún valor, ves tu número en la pantalla y te llevas una alegría como si te hubiera tocado la lotería
Repasas todos los papeles y te viene a la cabeza la famosa frase de Forges "no, si ya verás tú como". Te armas de paciencia y esperas tu turno. Tras una insignificante demora de cuarenta y cinco minutos, ya que tu tiempo no tiene ningún valor, ves tu número en la pantalla y te llevas una alegría como si te hubiera tocado la lotería, pero quien te ha tocado es el típico funcionario que ese día ha decidido ser especialmente meticuloso y que además está dotado de una visión propia de Supermán.
Antes de que te hayas acomodado ya ha escrutado todo lo que le has presentado. Te mira como un juez implacable y emite su veredicto. Te dice, con displicencia y sin apenas inmutarse, que te falta un papel y que tienes que volver a pedir cita.
Y así, con la dignidad intacta y el alma en vilo, sales por la puerta sabiendo que volverás. Porque en este país tan singular, el trámite no se completa, se peregrina.