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¡Les están viendo la cara!

El montaje de Sánchez con Gaza Cómo el gobierno español usa un conflicto internacional para tapar su corrupción 

Señoras y señores, esto es de no creerse. El gobierno de Pedro Sánchez ha vuelto a dar un giro de 180 grados en su política exterior que confirma lo que muchos venimos denunciando: Gaza nunca fue más que teatro político. Una cortina de humo gigante para distraer a los españoles de los escándalos de corrupción que tienen cercado a Moncloa y al PSOE. 
¿Se acuerdan? Durante meses, Sánchez y sus ministros acusaban a Israel de "genocidio". El mismo Pedro Sánchez llamando a Netanyahu prácticamente un criminal de guerra. El canciller Albares hablando de sanciones. Todo un show montado para quedar bien con la izquierda radical. 

Y ahora resulta que llega el plan Trump-Netanyahu —presentado en la Casa Blanca, con el respaldo de EE. UU., Qatar y Egipto— que recoge las lógicas exigencias de seguridad que todos entendíamos razonables de Israel: desarme de Hamás, liberación de rehenes, fuerza internacional de estabilización. ¿Y qué hace el gobierno español? ¡Le da la bienvenida! Así, sin pudor, sin vergüenza, sin dar explicaciones. 

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Era genocidio o no era genocidio? ¿Netanyahu es un criminal o es un socio de paz? La respuesta es simple: nunca les importó Gaza. Lo que les importaba era salir en las noticias mientras la justicia investiga a la esposa del presidente y los casos de corrupción golpean a su propio partido. 
  
Gaza: el recurso perfecto cuando hay que cambiar el tema 

Fíjense en cómo funciona el mecanismo. Cada vez que el gobierno necesita desviar la atención de algún escándalo interno, aparece Gaza en los titulares, o Ayuso. No es que siempre coincida al día siguiente, pero el patrón es clarísimo: 
Cuando los casos de corrupción ocupan portadas durante semanas, de repente hay una convocatoria urgente de Albares para anunciar nuevas medidas contra Israel. Cuando las investigaciones judiciales se acercan demasiado al círculo presidencial, Sánchez hace declaraciones solemnes sobre el "sufrimiento del pueblo palestino". Cuando las encuestas muestran datos preocupantes, el gobierno anuncia gestos diplomáticos unilaterales que ocupan toda la agenda mediática. 

¿Casualidad? Por favor. Esto es manual básico de distracción política. Funciona porque la militancia de izquierda se moviliza, las calles se llenan de banderas palestinas y las redes de indignación contra Israel, mientras tanto las investigaciones judiciales quedan en segundo plano. 

El PSOE tiene mapeado a su electorado. Saben que ciertos temas garantizan apoyo incondicional y cobertura favorable. Es el botón rojo perfecto: lo presionas y automáticamente tienes manifestaciones, trending topics, atención mediática. 
  
La división interna: ni entre ellos se ponen de acuerdo 

Lo más llamativo es que ni siquiera dentro del gobierno se ponen de acuerdo. Mientras el PSOE da la bienvenida al plan Trump-Netanyahu, su socio de coalición Sumar lo rechaza frontalmente y lo tilda de "rendición palestina". 

O sea, un gobierno donde la mitad dice "sí" y la otra mitad dice "no" a la misma propuesta de paz. ¿Se imaginan? En política internacional es la imagen perfecta de la irrelevancia. 

Para el PSOE, Gaza es una herramienta de política interna que se usa cuando conviene. Para Sumar, es un dogma ideológico del que no pueden bajar. La diferencia es que el PSOE es cínico y pragmático —usa Gaza pero sabe cuándo parar— mientras que Sumar prefiere mantener el conflicto eterno antes que aceptar una solución que reconozca el derecho de Israel a existir. 
  
España: presente en las fotos, ausente en las decisiones 

Aquí viene la parte más dura: España participa en las sesiones generales, sí, pero queda fuera de los formatos reducidos donde se pactan posiciones de fondo. 

En Gaza, cuando Trump y Netanyahu anunciaron el plan, España ni se enteró. Las conversaciones las llevan Qatar, Egipto, Estados Unidos. España no pintó nada. 

En Europa, Alemania y Francia marcan el paso en Oriente Medio. España solo genera ruido. Cuando hay reuniones decisivas sobre el futuro de la región, Madrid queda fuera. No es que no nos inviten formalmente, es que nadie considera relevante nuestra opinión. 

En Ucrania, se nos invita a los plenarios, pero no a los cónclaves donde se decide la estrategia con Washington, Berlín y Varsovia. España participa en la foto de grupo, pero no en la mesa donde se toman las decisiones. 

En la OTAN, todos los aliados votaron aumentar el gasto en defensa. España también votó. La diferencia es que después fue el único gobierno que públicamente comunicó que no cumpliría el nuevo listón. Otros países se retrasan, pero ninguno hizo un anuncio oficial de rechazo. Resultado: exigimos solidaridad y protección, pero nos negamos a pagar nuestra parte. ¿Y después nos preguntamos por qué nadie nos toma en serio? 

Y para muestra de hasta dónde llega la instrumentalización política: hasta la Vuelta Ciclista a España fue criticada por la UCI por el boicot al equipo Israel-Premier Tech. Un espectáculo deportivo convertido en teatro político justo cuando los casos de corrupción ocupaban portadas —con familiares, dirigentes, ministros y responsables socialistas encausados y algunos hasta encarcelados. 

La conclusión es clara: España aparece en la foto, pero no en la mesa donde se toman las decisiones. Habla mucho, promete más, cumple poco. 
  
El precio de usar a Israel como piñata política 

Pero mientras hacían su show anti-israelí, ¿alguien se preguntó qué estaba en juego? 

Israel no es solo un país lejano. Es un socio tecnológico, industrial y de seguridad clave: 

Ciberseguridad: Muchas empresas españolas utilizan sistemas israelíes. Nuestras fuerzas de seguridad dependen de tecnología israelí para proteger infraestructuras críticas. 

Defensa: El Ejército español opera material de origen israelí. Equipamiento militar, sistemas de inteligencia, drones. Y España exporta material militar a Israel —son clientes importantes para nuestra industria de defensa. 
I+D: Proyectos conjuntos de investigación y desarrollo que ahora se enfrían tras el embargo de armas que el propio gobierno decretó el 23 de septiembre de 2025. 

¿Y qué ganó España con todo este show? Absolutamente nada. Cero influencia en Gaza. Cero capacidad de cambiar algo sobre el terreno. Lo único que logramos fue perder contratos, enfriar relaciones estratégicas y proyectar imagen de país poco serio. 
  
Lo que España debió defender desde el primer día 

Algunos lo dijimos desde octubre de 2023, cuando empezó este conflicto: 

Los rehenes tienen que volver a casa. Desde el 7 de octubre, Hamás mantiene secuestrados a decenas de civiles israelíes. Ancianos, mujeres, niños. Familias destrozadas. Esa gente no es moneda de cambio. Son seres humanos que merecen estar con sus familias. 

Hamás tiene que desarmar. No puede haber paz mientras una organización terrorista controle
 
Gaza. Y no, Hamás no es un "movimiento de resistencia". Es un grupo financiado y armado por Irán que usa hospitales para lanzar cohetes, que esconde armas en escuelas, que usa a civiles palestinos como escudos humanos. 

Irán es el verdadero problema: Detrás de Hamás, Hezbolá y otros grupos terroristas está el régimen iraní, que lleva décadas financiando, armando y entrenando a estas organizaciones. Irán es quien provee los cohetes, el dinero y la estrategia para mantener la región en conflicto permanente. Cualquier solución real debe incluir cortar el grifo del financiamiento iraní al terrorismo. 

Israel tiene derecho a defenderse. Ningún país del mundo aceptaría cohetes cayendo en sus ciudades, túneles de terroristas cruzando sus fronteras, atentados constantes. Ninguno. Israel tiene el derecho elemental de proteger a sus ciudadanos. 
Esto no niega el derecho palestino a un Estado. Lo condiciona a que renuncien al terrorismo, se liberen de la influencia iraní y acepten que Israel existe y va a seguir existiendo. 
El plan Trump-Netanyahu, guste más o menos, recoge precisamente eso. Por eso funciona. Por eso tiene apoyo internacional. Porque es realista. 
  
La oportunidad perdida: los Acuerdos de Abraham que se rompieron 

Y aquí viene algo que nadie en el gobierno español quiere reconocer: este conflicto rompió un proceso histórico de paz en la región. 

Los Acuerdos de Abraham de 2020 habían logrado lo imposible: normalización de relaciones entre Israel y varios países árabes (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos, Sudán). Por primera vez en décadas, había un camino real hacia la pacificación regional. Arabia Saudita estaba a punto de sumarse. La región avanzaba hacia la estabilidad y la cooperación. 
¿Y qué pasó? Los ataques terroristas de octubre de 2023, patrocinados por Irán a través de Hamás, reventaron todo ese proceso. No fue casualidad. Fue una estrategia deliberada del régimen iraní para sabotear la normalización y mantener la región en conflicto permanente. 

El plan Trump-Netanyahu ofrece precisamente la oportunidad de retomar ese camino. El respaldo de países árabes a esta propuesta —Qatar, Egipto, y el apoyo tácito de los Emiratos y Arabia Saudita— demuestra que la región quiere volver a la senda de los Acuerdos de Abraham. Quieren paz, estabilidad, desarrollo económico. Lo que no quieren es seguir siendo rehenes de la agenda expansionista iraní. 

España, en lugar de apoyar desde el principio este proceso de normalización, decidió ponerse del lado del maximalismo. Mientras los países árabes moderados trabajaban discretamente por la paz, Madrid gritaba "genocidio" y amenazaba con sanciones. Resultado: quedamos fuera cuando llegó el momento de construir la solución. 
  
El cinismo al desnudo: "genocidas" el lunes, "socios de paz" el martes 

El mismo gobierno que habló de genocidio en septiembre es el que aplaude a Netanyahu en octubre. El mismo Sánchez que amenazó con llevar a Israel ante tribunales internacionales ahora dice: "Damos la bienvenida a este plan". 
¿Cómo se explica esto? No se explica. Es puro cinismo político. 

Si era genocidio, ¿por qué aplauden el plan diseñado por los supuestos genocidas? Si Netanyahu es un criminal, ¿por qué aceptan su propuesta? 

La respuesta es obvia: nunca fue genocidio. Nunca fue crimen de guerra. Era postureo. Teatro para consumo interno. Movilización de bases. Cortina de humo. 

El PSOE siempre supo que en algún momento tendría que bajar del caballo y aceptar la realidad. Ese momento llegó cuando se dieron cuenta de que su radicalismo los había dejado completamente fuera de juego. Entonces dieron marcha atrás, sin explicaciones, sin reconocer el daño hecho. 
  
Las consecuencias de la farsa 

Esta farsa tiene consecuencias reales y graves: 

Nadie se fía de España: Ya quedó claro que España promete una cosa y cumple otra. Que cambia de posición según le convenga electoralmente. ¿Por qué iban a tomarnos en serio? 

España está marginada: Los países serios ya aprendieron la lección. España no es confiable. Se queda en el plenario, pero no en el núcleo decisorio. Ya no nos invitan a las reuniones importantes. Somos irrelevantes. 

Perdimos un aliado: La relación con Israel está dañada. Los contratos se enfrían por un embargo que el propio gobierno decretó. Empresas españolas pierden oportunidades. La cooperación tecnológica se congela. Todo por teatro político. 
Abandonamos valores: Lo peor es que España abandonó lo que debía defender desde el principio: los rehenes, el rechazo al terrorismo, el apoyo a las democracias frente a organizaciones terroristas financiadas por regímenes autoritarios como Irán. Nos pusimos del lado equivocado. 
  
La verdad que nadie quiere decir 

El plan Trump-Netanyahu no es perfecto. Ningún plan de paz lo es. Pero ofrece realismo: cese de hostilidades, canjes de rehenes, retirada escalonada e interinidad con fuerza internacional. Pone fin a la guerra, libera a los rehenes, desarma a los terroristas y ofrece un camino hacia un Estado palestino. 

Y lo más importante: tiene el respaldo de los países árabes moderados, lo que abre la puerta a retomar los Acuerdos de Abraham y el proceso de normalización que los terroristas iraníes intentaron destruir en octubre de 2023. 

España, después de meses de radicalismo, acepta lo que debió aceptar desde el principio. No porque hayan reflexionado. No porque hayan aprendido la lección. Sino porque la realidad les había dejado totalmente fuera del nuevo juego que comenzaba. 

Gaza fue la cortina de humo perfecta para tapar la corrupción, los encausamientos y las investigaciones que llegan hasta el círculo familiar del presidente. Funcionó durante un tiempo. Pero llegó el momento de la verdad y quedó claro lo que siempre fue: una farsa. 

Y mientras tanto, España sigue siendo un país de segunda que habla mucho y dice poco. Que promete más de lo que puede cumplir. Que confunde los tuits con la diplomacia y las pancartas con la política exterior. 

Les están viendo la cara. Y lo peor es que siguen dejándose.