De cónclaves (y latines)
Hace un par de semanas, caminando por el barrio que de un tiempo a esta parte se ha dado en llamar ‘romántico’, un joven bloguero me preguntó cómo veía yo el hecho de que una gran cantidad de gente que no se declara católica practicante (todo lo más vagamente creyente) tuviese una implicación tan extraordinaria en las ceremonias de la Semana Santa. La pregunta, que obviamente no me hizo de la sutil manera en que yo la formulo aquí, dio pie a unos minutos de diversión y comentarios sanos y jocosos sobre el asunto. Porque no era momento ni ocasión para dar una opinión fundamentada, que es la única que debiera valer, y hubiese sido tan larga que me hubiera retrotraído al concilio de Trento.
No pudo preguntarme por el papa Francisco porque no había muerto aún. Y fue una lástima porque yo le hubiera contestado sinceramente que no creo que haya muerte más dulce para un papa que la que bendecir a su grey el Domingo de Resurrección y despedirse.
Y como la lengua oficial de la Iglesia Católica sigue siendo el latín, también ha llegado para mí un momento bien dulce y poco frecuente: el latín está de rabiosa actualidad
Me ha venido la cuestión bloguera a la memoria estos últimos días en los que, muerto el papa y celebrado su funeral, sin duda ha llegado el momento de los cardenales a los que se aborda en sus numerosas idas y venidas por la Ciudad del Vaticano para preguntarles su opinión. Pero los cardenales, que sí tendrán una opinión fundamentada sobre el papado, sus funciones y la situación de la Iglesia, se remiten al Espíritu Santo que es quien, en realidad, presidirá el cónclave del que saldrá el papa (o pontífice) número 267 de la Iglesia Católica.
Y como la lengua oficial de la Iglesia Católica sigue siendo el latín, también ha llegado para mí un momento bien dulce y poco frecuente: el latín está de rabiosa actualidad. Así que yo aprovecho para explicar a mis alumnos (de latín, obviamente) qué significa cónclave y por qué se llama así precisamente a esa asamblea de cardenales y no a una reunión de la comunidad de vecinos. También en qué consiste la expresión sede vacante (y cómo analizarla morfológicamente), qué es la cátedra de San Pedro (y hablar ‘ex cathedra’) o con qué palabras el cardenal protodiácono anuncia la elección del nuevo papa (‘Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam’).
A algunos, que han tenido la oportunidad de pasar en Roma varios días, les he recordado aquella inscripción que pudieron ver ciñendo la cúpula de la basílica de San Pedro (‘Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam’) y también que la capilla Sixtina era aquel lugar extraordinario en el que los vigilantes no paraban de salmodiar ‘no fotos’, ‘no se detengan’, ‘silencio’ mientras todos los visitantes hacían giros inverosímiles con el cuello.
Por ejemplo, a los hábitos pianos y a los corales, con sus sotanas, fajines, roquetes, mucetas, esclavinas, mantelinas o tabarros. O a esa enorme variedad de sombreros y a sus cordones y borlas: bonete, solideo, capelo, galero, mitra, teja, saturno, birreta, mitra…
Y como todas las oportunidades han de ser aprovechadas, ese desfile de cardenales pulcramente vestidos camino de las congregaciones generales permite también un vistazo a la indumentaria eclesiástica, que es de lo más variado. Por ejemplo, a los hábitos pianos y a los corales, con sus sotanas, fajines, roquetes, mucetas, esclavinas, mantelinas o tabarros. O a esa enorme variedad de sombreros y a sus cordones y borlas: bonete, solideo, capelo, galero, mitra, teja, saturno, birreta, mitra… Aunque la mitra no es propiamente un sombreo sino una corona y algunos nombres son sinónimos.
Estoy segura de que al papa Francisco nada le importaría esta deriva lingüística. Teniendo en cuenta que en una ocasión se le resistió la palabra mantilla y se refirió a ella como ‘eso que llevan en la cabeza’. Pues mantilla es lo que llevan las manolas en Semana Santa.