'Drazen', o como convertir a Mozart en el teclista de Camela
El pasado 27 de julio se estrenó Drazen. Una cinta centrada en el mítico jugador de baloncesto Drazen Petrovic. Una obra tibia que tan sólo roza la vida del croata y que parece tratar de dulcificar al más polémico jugador europeo de todos los tiempos. Su paso por las canchas, y por lo que no eran canchas, iba acompañado de polémica y magia. Podemos hablar de uno de los mejores jugadores europeos, de uno de los mejores ejemplos para los niños, pero también de uno de los peores.
Drazen Petrovic nació en 1964 en Sibenik. Una preciosa ciudad medieval, hoy croata, pero entonces yugoslava, bañada por las aguas del Mar Adriático, a medio camino entre Zadar y Split. Lo hizo en el seno de una familia con orígenes serbo-bosnios (padre) y croatas (madre). Aleksandar, su hermano mayor, también dedicó su vida al deporte de la canasta y seguramente fue, sin quererlo, el impulsor de este mito.
La obra trata de soslayo momentos clave de la vida de Petrovic. Momentos que hacen a la persona y muestran que su carácter es el que le hizo llegar a ser quién fue. Desde joven, con el referente de su hermano, quiso triunfar en el baloncesto. No le bastaba con jugar, sino que quería triunfar, ser el mejor y, sobre todo, mejor que su hermano. Competitividad a niveles insospechados. Pero, por un lado, su padre, funcionario obsesionado con convertir a su hijo en músico y, por otro, aunque puede que no el más importante, un médico que le recomendaría dejar cualquier actividad física por un problema de espalda… parecían alejarle de la pelota. Sin embargo, empezaban a verse los primeros síntomas de un genio.
Era el primero en llegar a la cancha y el último en irse. Tanto es así que se hizo con las llaves de algún que otro pabellón deportivo. Esfuerzo.
Un médico no le pondría freno. Esto pasa casi de refilón en la película cuando podría ser la chispa que encendió al Genio de Sibenik. No puede limitarse a cuatro segundos de diálogo. Sin embargo, había algo que le distanciaba aún más de convertirse en estrella: no era buen jugador de baloncesto ¿Problema? No para él. Petrovic fue la demostración de que el esfuerzo es lo más importante para conseguir una meta. Era el primero en llegar a la cancha y el último en irse. Tanto es así que se hizo con las llaves de algún que otro pabellón deportivo. Esfuerzo.
Comenzó a destacar en el equipo de su ciudad y pronto viajaría a Zagreb para sumarse a la disciplina de la Cibona. Petrovic destacaba por su colmillo afilado, un lobo con piel de lobo. Quería ser el mejor pero el fair play no era una de sus habilidades. Provocador, pícaro, egoísta… Amado por alguno de los suyos y odiado por el resto… y alguno de los suyos. No tenía reparo en soltar algún codazo ni jugando contra su propio hermano. El baloncesto era su vida y su éxito personal, su obsesión.
Drazen vivió la que posiblemente fuera la mejor generación del baloncesto europeo y, más concretamente, yugoslavo. Así, en la selección balcánica le llegaron a acompañar nombres como Divac, Paspalj, Perasovic, Radja, Danilovic, Komazec, Savic, Djordjevic, Vrankovic o Kukoc. Un elenco que hoy bien podría colgarse medalla en unos Juegos y para los que el film tampoco encuentra espacio.
Su vida quedaba marcada por antagonistas, gente a la que superar y, si era posible, humillar. Fueron su gasolina. Sus encuentros eran de alto voltaje, de alto riesgo. Provocaciones, escupitajos, codazos, zancadillas, miradas desafiantes… Siempre saltaba una chispa. Pero en estos 100 minutos no vemos más que a un ser angelical, romántico. Ni huella de su “fair play”.
“No vengo a España a aprender, vengo a ganar y a ser el mejor”, soltó en su presentación. Pero llegaba a un equipo blanco en el que no tardaron en aflorar los problemas
Alguno de sus enfrentamientos más sonados, cada uno de una etapa vital: Óscar Schmidt, Sarunas Marciulionis, Arvydas Sabonis, Fernando Martín, Epi, Solozábal, Clyde Drexler, Tony Kukoc o Vlade Divac.
En 1988 llegó con polémica, siempre le acompañaba, a la Liga ACB. Él buscaba un club grande europeo que le sirviera de trampolín para la NBA. El FC Barcelona tuvo el fichaje hecho. Sin embargo, su entrenador en aquel momento, Aíto García Reneses, con cierto ojo, frustraría el fichaje por miedo al desequilibrio que podría causar en una plantilla liderada por Epi y Solozábal. Este hecho hirió el orgullo del Genio de Sibenik que terminaría fichando por el eterno rival, el Real Madrid. “No vengo a España a aprender, vengo a ganar y a ser el mejor”, soltó en su presentación. Pero llegaba a un equipo blanco en el que no tardaron en aflorar los problemas. Jugadores que no se hablaban. Enfrentamientos entre Fernando Martín y Petrovic…
Al croata nada ni nadie le hacía olvidar su objetivo: triunfar. Eso sí, en esta época se sumaba el querer vengarse de la “humillación” del FC Barcelona. Así los encuentros entre ambos conjuntos fueron de tensión extrema. Pero su espectáculo tan sólo duró un año en España. Así, al terminar la 88-89 abandonó el conjunto blanco con aún 3 años de contrato. No sentó muy bien la “fuga” (así lo llamaron) en el club de Chamartín. “Nos ha engañado constantemente”, declaró Lolo Sainz.
Sin embargo, el paso del Drazen Petrovic de la película por Madrid, fue bien diferente… en todos los sentidos. Un Palacio de los Deportes alejado de la realidad, con publicidad en cualquier idioma menos español, carteles de “vestidores” y no de vestuarios… Hasta caer en el tópico del jamón. Eso sí, más parecido a una hogaza de pan que al deseado manjar español. Faltaron la sevillana y el toro. Como también olvidaron que el croata fue un asiduo de la noche madrileña, de la Joy Eslava concretamente. Anécdotas al lado de las omisiones en la relación con sus compañeros.
El mejor jugador europeo llegaba a la NBA donde fue ninguneado. En los Portland Trail Blazers, su papel limitado detrás de Clyde Drexler y Terry Porter desató la frustración del jugador. Fiel a su carácter, exigió un traspaso para demostrar que podía ser una estrella. Su llegada a los New Jersey Nets confirmó su visión: se convirtió en uno de los mejores escoltas de la liga, pero no sin dejar una estela de críticas por su impaciencia y su determinación de no aceptar roles secundarios, cualidades que para algunos eran pura arrogancia y, para otros, el combustible que lo hacía único.
El jugador tendría un fatal accidente de carretera a sus 36 años donde perdería la vida. No es spoiler. En esta secuencia el director se evade, no diré más.
Pero es que la cinta olvida hitos vitales para el jugador. Tras la muerte de Tito (1980) Yugoslavia comienza a fracturarse. Vuelve a surgir el sentimiento nacionalista esloveno, croata, bosnio… Esto, en la selección yugoslava era una bomba de relojería. Y así fue. Yugoslavia se proclamaba campeona del Mundo en el Mundial de Argentina 1990 tras vencer a la URSS. Durante la celebración un aficionado saltó a la cancha con una bandera croata. Al verlo, el también NBA Vlade Divac, empujó y arrebató al espontáneo la bandera. Una nueva ofensa y humillación para Drazen Petrovic que recriminó el gesto del serbio y que pasó de ser uno de sus mejores amigos y apoyo fundamental en su etapa americana, a su enemigo. Petrovic se había convertido, y desde ese momento aún más, en un estandarte del sentimiento croata. Un defensor de su bandera. Rompió relación con sus compañeros serbios. Héroe para unos y villano para otros, como toda su vida.
Los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 fueron otro gran hito olvidado en su biopic. Primera participación de la selección croata y segunda de Drazen Petrovic, tras Seúl 88. Una motivación especial para el de Sibenik que acabaría jugando la final contra el denominado Dream Team de Michael Jordan, Magic Johnson, Larry Bird… Una plata que sabía a oro.
El jugador tendría un fatal accidente de carretera a sus 36 años donde perdería la vida. No es spoiler. En esta secuencia el director se evade, no diré más.
Una película biográfica en la que se dice que Drazen vivía para el baloncesto y lo demás era secundario, no puede obviar quién fue realmente en las canchas. Es como si en una biografía de Óscar Puente obviamos sus interacciones en la red social X. No puede ser.
Una película croata con un modesto presupuesto, 1,5 millones de euros, recomendable para la sobremesa. Un personaje así merece una película de 10. Los amantes del baloncesto deberemos esperar una biografía fiel de quien la prensa yugoslava denominó Amadeus por su virtuosismo con la pelota, cumpliendo así el sueño de su padre de ser un “gran músico”.