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Porque me importa, y mucho

Castrocalbón y San Esteban de NOgales (5)
Esta columna pretende ser mi pequeño homenaje a todos los que se están dejando la piel y hasta la vida  por defender nuestros pueblos

Llevo viviendo treinta y tres años en esta provincia, una provincia que me conquistó y que siento como mía porque llevo aquí la mitad de mi vida. He tenido la fortuna de recorrérmela si no en su totalidad sí en una parte muy importante lo que me permite vincular muchísimos recuerdos a cada uno de los lugares que ahora, para nuestra desgracia-una desgracia muy grande- se están quemando. 

Las visitas a las tías los veranos llevándoles la tarta de arroz con leche de Canela que les encantaba, el olor a jara de  aquella  curva entre La Bañeza y Castrocontrigo,  a la altura de Herreros de Jamuz, en la que Carlos siempre baja la ventanilla y que a estas horas se habrá perdido, las excursiones con amigos de toda España para presumir de las Médulas, monumento patrimonio de la Humanidad, la excursión imborrable con Roberto a los canales romanos y  a una mina de oro de la Cabrera a la que me atreví a bajar con él, la Fiesta de la Cabrera -y también el incendio de agosto de 2017, tan terrible- la subida al santuario de Castrotierra con Jeromo y la  Corporación de Villamontán, la Romería de la Virgen del Castro para que lloviera -por lo que tanto he rezado estos días- las fiestas y celebraciones de tantos de nuestros pueblos...   

No me apetece dedicar esta columna a pontificar, como están haciendo tantos, ni a opinar de qué se debería hacer y no se hace, de cómo pueden -y hasta deben- evitarse los incendios que nos asolan… 

La bisabuela paterna de mis hijos, la bisabuela Victoria, era de Herreros de Jamuz y como el bisabuelo Ezequiel era de Iruela -con raíces en la Carballeda- se afincaron en Castrocontrigo por aquello de no discutir y dejarlo a medio camino

 Toca arrimar el hombro y yo lo haré a mi particular manera, como sé hacerlo y debo hacerlo ahora, escribiendo unas líneas capaces de trasladar por qué me importa lo que está pasando -porque me importa, y mucho- por qué me importa la gente a la que está afectando -porque me importa y mucho- y por qué soy capaz de sentir su tristeza, su dolor, su desesperación y su impotencia como propios.  Porque como todos ustedes, estoy segura, estoy muy triste, me duele, me desespera y me hace sentir muy impotente todo lo que está pasando.  
  
Esta columna pretende ser mi pequeño homenaje a todos los que se están dejando la piel y hasta la vida  por defender nuestros pueblos, un abrazo sincero a todos los que los mantienen para que podamos disfrutarlos y, sobre todo, una demostración de solidaridad para con todos aquellos que, en mayor o menor medida, se han visto afectados por esta desolación incomprensible. 

No es la primera vez que me han preguntado por qué me gustan tanto los pueblos de León. Pues, muy sencillo; yo nunca tuve pueblo.  Mi infancia y mi mocedad no pudo ser más urbanita, ya que lo más parecido que conocí a un pueblo fue el Escorial, en la sierra de Madrid, donde teníamos una casa que nos servía para sofocar los tórridos veranos alcalaínos. Pero el Escorial no era un pueblo de verdad, no es un pueblo como los de aquí, en los que todos se conocen y saben cómo se llaman, en los que saben de quién es cada uno, y en los que, pese a los problemas -que alguno hay siempre- cuando ocurre cualquier desgracia la gente saca esa vena generosa que prioriza lo común frente a lo individual, que prioriza salvar el pueblo porque es lo de todos. Y que conste aquí que ahora si tengo pueblo de adopción, Fontanil de los Oteros, al que deseo de corazón que alguien atienda y le ayude a salvar nuestra Iglesia, batalla a la que Cristian, su alcalde pedáneo, en representación de lo común, ha puesto voz. Esperemos que esa voz tan importante para el que ahora es mi pueblo se escuche.  

La bisabuela paterna de mis hijos, la bisabuela Victoria, era de Herreros de Jamuz y como el bisabuelo Ezequiel era de Iruela -con raíces en la Carballeda- se afincaron en Castrocontrigo por aquello de no discutir y dejarlo a medio camino.  Siempre he pensado que este enraizamiento en la Valdería a la sombra del Teleno y sus inmensos pinares les ha hecho estar siempre pendientes del fuego con el que la familia paterna de mis hijos ha convivido desde siempre sabedores de que el fuego es capaz de destruir lo que más queremos, puede llevarse por delante pinares, robledales, castaños centenarios irrecuperables, flora y fauna, pastos, ganado, casas y, lo peor de todo, vidas, demostrando con ello lo vulnerables que podemos llegar a ser.   

Cuando se quemó el Teleno, hace veinte años, les vi llorar como se llora cuando se pierde lo que se siente de uno. Precisamente por eso estos días hemos experimentado con muchísima cercanía el zarpazo del fuego otra vez, y hemos vivido con desasosiego cada uno de los desalojos de nuestros pueblos

Cuántas sobremesas en el patio de la casa de Castrocontrigo oí contar a mi marido y a sus tíos cómo, cuando las campanas tocaban a rebato, salía a sofocarlo todo el pueblo, un pueblo que vivía de ese pinar al que tocaba preservar y cuidar.  Cuando se quemó el Teleno, hace veinte años, les vi llorar como se llora cuando se pierde lo que se siente de uno. Precisamente por eso estos días hemos experimentado con muchísima cercanía el zarpazo del fuego otra vez, y hemos vivido con desasosiego cada uno de los desalojos de nuestros pueblos desde la perspectiva de quienes se suman al sentir de aquellos que no quieren perder lo suyo, sus raíces, su identidad, sus recuerdos, su esencia, su alma al fin.

Estoy segura de que la sensación que hemos tenido en mi casa estos días, totalmente pendientes de la situación de nuestros pueblos  del Bierzo, de la Cabrera y de la Valdería, minuto a minuto, consultando compulsivamente cualquier medio, y siguiendo toda la información vertida en redes, ha sido común en cada hogar de nuestra provincia, en cada leonés que ha sentido con desesperación e impotencia todo lo que está pasando y que solo se podrá corregir en alguna medida si reflexionamos seriamente sobre nuestra capacidad de mejora a medio y largo plazo. Deberíamos aprender algo de esto. 

No quiero acabar sin expresar mi absoluto reconocimiento y cariño a todos los profesionales y voluntarios que están trabajando estos días a extinguir los incendios y a todos aquellos que están pendientes de hacerles la vida más fácil a los miles vecinos desalojados.  Mi abrazo inmenso y sentido a las familias de los fallecidos.