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La lluvia desluce a las doncellas

El tiempo no permitió que las representaciones previstas en la tarde de este sábado se desarrollaran con normalidad

La lluvia caída en la tarde de este sábado sobre la capital leonesa se convirtió en inesperada protagonista al forzar la cancelación de gran parte de la representación histórica de la entrega de las doncellas. El acto, de debería haberse celebrado en san Isidoro tras un cortejo previo tuvo no pudo llegar a celebrarse.

Por la mañana las calles de la ciudad  sí acogieron la ronda de los heraldo mensajeros por el casco histórico dando lectura del edicto del Rey Ramiro que anuncia el acto de las doncellas.

León mira ahora al cielo esperando que el agua de una tregua y permita la celebración este domingo de Las Cataderas en el claustro de la Catedral.

El tributo de las 100 doncellas y las Cataderas

San Froilán (vea el programa completo aquí) es tradición y la tradición rememora el legendario tributo de las cien doncellas que, en tiempos del rey Mauregato, los reinos cristianos entregaban a los califas musulmanes para evitar ataques.

Según cuenta la leyenda, las jóvenes de León, destinadas a ese destino, se rebelaron en tiempos del rey Ramiro I cortándose una mano antes que someterse. Ese acto de valentía derivó en la negativa del monarca a continuar pagando el tributo y en la batalla de Clavijo, donde habría derrotado a Abderramán II con la ayuda del apóstol Santiago.

La ofrenda al Cabildo y el papel de la Sotadera

En agradecimiento por aquella victoria, el pueblo de León estableció una ofrenda al Cabildo Catedralicio que, con el tiempo, se convirtió en la ceremonia actual. Cada año, las jóvenes que representan a Las Cantaderas, vestidas con trajes de gala, acuden acompañadas por la Sotadera, figura que simboliza a la mujer de la corte del emir enviada para instruirlas en los usos musulmanes.

Tras la danza de las doncellas, se celebra el tradicional debate del “Foro u Oferta”, en el que Ayuntamiento y Cabildo cruzan argumentos sobre el sentido de la ofrenda: si se trata de una obligación o de un gesto voluntario. Como dicta la costumbre, el desacuerdo nunca se resuelve, lo que mantiene viva la tensión simbólica entre el poder civil y el religioso.