'Los otros', en Todos los Santos
En el calendario, el Día de Todos los Santos marca una cita ineludible con el recuerdo. Es la jornada en la que miles de familias acuden a los cementerios para honrar a sus muertos, renovar flores, limpiar las losas y encender velas. Pero no todos los cementerios viven la misma imagen. Mientras en la capital leonesa el gran cementerio de Puente Castro se llena de tránsito, color y murmullos, en los pequeños pueblos del alfoz y la montaña, el silencio pesa más que las coronas de crisantemos.
En esos lugares donde la despoblación ha ido borrando nombres del padrón, los muertos siguen ocupando su espacio bajo tierra, entre tumbas de piedra cubiertas de musgo, inscripciones ilegibles y nichos que hace años no reciben la visita de nadie. Allí, el 1 de noviembre es menos bullicio y más susurro: una conversación íntima con el olvido.
Donde los muertos siguen en la tierra
En la pedanía de Oteruelo, con sus cruces torcidas y las flores de plástico desteñidas por el sol, conserva todavía enterramientos en tierra, una práctica que se resiste a desaparecer. “Aquí no hay grandes panteones ni grandes lápidas de mármol, solo nichos, tierra y recuerdo”, recuerda un vecino..
Casos parecidos se repiten en otros lugares de la provincia, a los que llega la memoria, pero no la presencia.
Los grandes ‘tótem’ del recuerdo
En la ciudad, el panorama es otro. El cementerio municipal de León, con sus miles de nichos, panteones familiares y esculturas funerarias, se convierte este día en un auténtico “tótem” de la memoria urbana. Desde primera hora de la mañana, el tránsito de vehículos hacia Puente Castro colapsa los accesos. Los floristas multiplican ventas y los operarios municipales ultiman tareas de limpieza.
“Hay familias que no fallan ni un año, y otras que vienen solo cuando fallece alguien nuevo”, comenta una florista con puesto junto a la entrada principal. “Pero Todos los Santos siempre tiene ese aire de reencuentro, de conversación entre vivos y muertos”.
Una tradición que viene de lejos
El origen de esta conmemoración se remonta al siglo VIII, cuando el Papa Gregorio IV fijó el 1 de noviembre como fecha oficial para honrar a todos los santos y difuntos. La decisión tuvo un motivo práctico: las cosechas ya se habían recogido y los fieles podían peregrinar a Roma sin abandonar sus campos. Trece siglos después, aquella costumbre sigue viva en León, donde los cementerios se convierten en el espejo de la historia familiar.
La festividad conserva su carácter sobrio y respetuoso, muy lejos de las celebraciones anglosajonas del Halloween. Aquí, la jornada se asocia a la reunión familiar, a la limpieza de las tumbas y al reencuentro con los pueblos de origen. Para muchos, sobre todo los que viven en la ciudad, es también el último viaje del año antes de “cerrar la casa del pueblo hasta la primavera”.
Los que no reciben visita
Pero entre las flores nuevas y las oraciones, también hay ausencias. Las lápidas sin nombre, los nichos vacíos de flores, las cruces oxidadas. “Cada año hay más tumbas que nadie toca”, lamenta una vecina de la pedanía de Oteruelo.
Son los otros de Todos los Santos: los que no tienen quien los recuerde, los que descansan en pueblos que se apagan, los que solo conservan su historia en una inscripción desvaída o en la memoria de un anciano.
Donde no habita el olvido
Aun así, la provincia entera se detiene este 1 de noviembre. El aire huele a cera y a tierra húmeda. En cada cementerio, grande o pequeño, urbano o rural, se repite el mismo gesto: una mano que limpia el mármol, una vela que tiembla al viento, un silencio que parece decir que, mientras alguien recuerde, el olvido no tiene sitio en León.