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Toros

Javier Castaño: torero de raza, adiós sin justicia

Javier Castaño, en la antesala de pisar la arena por última vez. Foto: Javier Lorenzo (@javierlorenzomv)
Tras más de tres décadas de entrega absoluta al toreo, el maestro leonés se despidió en Zaragoza en una tarde amarga que no hizo honor a su estatura artística | Salamanca y León, ausentes en el último paseíllo de un referente del toreo más puro

La tarde del 6 de octubre de 2025 en la plaza de toros de Zaragoza debería haber sido un canto al arte, un homenaje a la entrega y al coraje de Javier Castaño, torero de León que se convirtió en símbolo del oficio más duro del toreo: enfrentarse a los encastes olvidados con temple, respeto y cabeza alta. Pero la corrida concurso en el Coso de la Misericordia, concebida con pretensiones y ejecutada sin alma, terminó siendo un telón gris y fallido para la última tarde del maestro.

Castaño, profesional irreprochable y hombre de palabra, tuvo que conformarse con una despedida rodeado de ausencias. Ni Rafaelillo ni Antonio Ferrera, sus compañeros de cartel inicial, pudieron estar presentes. En su lugar, compartieron tarde Gómez del Pilar y Pepe Moral, en una función marcada por la decepción, la mansedumbre de los toros y la falta de emoción. Ni siquiera la emoción de la efeméride logró levantar el ánimo de una plaza que merecía despedir a un torero de ley con respeto y grandeza.

Un maestro forjado en hierro y sangre

Desde que abrió la Puerta Grande de Las Ventas como novillero aquel 23 de mayo del año 2000, Javier Castaño se ganó el respeto del aficionado por méritos propios. Enfrentarse a ganaderías como Miura, Victorino, Cuadri o Escolar no fue una elección, sino una vocación. Mientras otros buscaban el camino fácil, él optó por el más empedrado, toreando con verdad y sin concesiones.

A su valor en el ruedo se sumó su coraje fuera de él. En 2016, en plena madurez profesional, Castaño superó un linfoma de Hodgkin, una enfermedad dura que enfrentó con la misma entereza con la que se plantaba frente a un toro. Regresó a los ruedos, no para sobrevivir, sino para seguir dejando arte y torería por las plazas de España y América.

León en el alma, Salamanca en el corazón

Aunque nacido en León, Castaño siempre tuvo a Salamanca como tierra de acogida. En ella vivió, se formó, y creó su equipo, el más recordado con esa histórica cuadrilla que encabezaban picadores como Tito Sandoval o banderilleros como Fernando Sánchez, convertidos en figuras gracias a su impulso.

Por ello, su mayor anhelo era despedirse del público salmantino, ese que lo acompañó durante toda su carrera. Pero no pudo ser. En agosto, el torero hizo pública una carta en la que denunciaba la actitud de la empresa Chopera Toros y su representante Antonio Barrera, a quienes acusó de impedir su despedida en La Glorieta.

“Con una falta de respeto tremenda, han ninguneado a un torero que ha paseado con orgullo el nombre de Salamanca por todos los rincones del mundo taurino”, escribió con dolor, pero sin perder la dignidad. La herida no fue el olvido, sino la indiferencia.

Un adiós sin cartel, pero con historia

La corrida no estuvo a la altura del hombre que se despedía. Su primer toro, de Concha y Sierra, fue protestado desde salida, sin bravura ni opciones. Lo mató mal y recibió pitos. El segundo, de Julio de la Puerta, ni siquiera se sostuvo en pie. Silencio. Así terminó el último paseíllo de Javier Castaño: sin una ovación, sin un pañuelo blanco, sin un trofeo simbólico que reconociera el peso de sus 31 años de torero.

Pero el silencio no borra la historia. Los aficionados que han seguido su carrera saben que se marcha uno de los últimos exponentes del toreo auténtico, del que no vive de la foto ni del marketing, sino del compromiso con una profesión exigente. Uno de los pocos que dignificó al toro bravo en su versión más áspera y a la vez más noble.

La plaza lo despidió, el toreo no lo olvida

“Me voy con la cabeza muy alta”, escribió en su carta. Y no es para menos. La faena final pudo ser deslucida, pero su trayectoria ha sido luminosa. Su nombre quedará entre los que defendieron al toro en su integridad, al toreo en su verdad, y a la figura del torero como un ejemplo de seriedad.

Zaragoza fue testigo del adiós, pero en León y Salamanca hay muchas plazas interiores que aún lo celebran. Y en la memoria de los aficionados, Javier Castaño no se va. Se queda para siempre en los muros invisibles del toreo grande.

"Nos seguiremos viendo en las plazas… menos en las de Chopera", escribió. Una frase final que resume, con arte, elegancia y valentía, la dignidad de un torero que no necesitó de carteles para ser figura.