El tiempo

Una barbaridad muy gorda

Expongo en este texto, como en casi todos los que este medio tiene a bien publicarme, una anécdota cierta...

Expongo en este texto, como en casi todos los que este medio tiene a bien publicarme, una anécdota cierta. Y lo aclaro porque la misma contiene descripción de método muy expeditivo con el que no estoy nada de acuerdo. El caso es que cosas parecidas las oímos cada día en las barras de los mejores establecimientos y el mundo del cine y aun la Literatura plantea situaciones homólogas en un creciente argumentario distópico y de terror.

Ahí va. Me visitaba hace años un jefe de ventas con relativa asiduidad para echarme una mano en la promoción y comercialización de artículos de una de mis representadas. Lo llamaré Venancio para no comprometerle. Era este hombre de natural sosegado, reflexivo, parco en palabras pero largo en juicio. La verdad es que disfrutaba de su compañía y conversación, de la que siempre sacaba fruto. Pues un buen día Venancio, hablando de la sempiterna corrupción, de la situación social, de esas cosas que nombramos cuando nos ponemos a “arreglar el país”, me espetó: “Eso de la guillotina no lo tenían que haber quitado”. Literal, como dice ahora la chavalada.

Ante mi cara de pasmo y mi tímida y claramente insuficiente réplica sobre que aquello era cosa de franceses y que lo nuestro era el garrote vil, Venancio siguió, pero muy tranquilamente, argumentando: Sí, hombre. Imagínate el 31 de diciembre la Puerta del Sol de Madrid, atestada de gente y con el vasito de uvas y la copita de cava, y eso, en medio de la plaza, la guillotina. Pero a ver, Venancio, ¿a quién te quieres cargar, que tanto mal haya hecho? Esta vez ya mi respuesta fue reflejo de cierta oposición al proceso. Nada, nada. A lo largo del año se vota al tío o tía que más daño haya hecho a la sociedad, al más nefasto gobernante, al político más corrupto, al empresario que más se aproveche de sus obreros... se lanzan candidaturas, se vota y ya. Con la última campanada, ¡zas! Por supuesto que Venancio no se expresó exactamente en estos términos tan correctos, y trufó algún que otro calificativo soez en la retahíla. Se los ahorro.

Bueno, pues esto de cortar cabezas una cosa muy de “Los Juegos del Hambre” o de “El Juego del Calamar”, muy normalito y contextualizado

Hace por lo menos quince años de esto y el cuento sigue siendo el mismo. Bueno, pues esto de cortar cabezas una cosa muy de “Los Juegos del Hambre” o de “El Juego del Calamar”, muy normalito y contextualizado. Pero de ficción, afortunadamente. Venancio de todas formas, y de haber tenido posibilidad de gobernar, yo creo que lo habría intentado. Me vendió muy bien las teóricas bondades del sistema, ya que entendía que ante la posibilidad de ser el “afortunado” premiado con tal radical cirugía, los maleantes, corruptos, asesinos y ladrones declarados andarían más finos y prudentes. En fin, intenté desmontar el argumento con otro, no por chocante menos probable: tratándose de España, semejante elección seguramente estaría amañada y rodeada de podredumbre. Creo que la cosa quedó en tablas.

Y este chascarrillo veraz al hilo de lo que en estos días vuelve a mover la noria de la actualidad nacional: el barro de la corrupción, de la compra de favores, de las contrataciones amañadas, de los chorrazos de pasta saliendo del bolsillo del contribuyente a los estómagos insaciables de unos cuantos, ya no sabe uno si cientos o miles de tragones sin fondo.

Oigo a Gabriel Rufián hablar de “empresas corruptoras”, de la necesidad de arbitrar una ley que impida que esas compañías que acceden al pago de comisiones y mordidas para conseguir contratos puedan volver a presentarse a ofertas públicas y sean castigadas con las tinieblas exteriores. Justamente también pide acabar con los aforamientos, esa herramienta legal que permite a los padres de la Patria y a otros personajes del sistema político y de gobierno sustraerse de la acción de los tribunales ordinarios y que sólo pueda juzgarlos el Supremo donde los procesos sestean, tantos hay incoados. En España hay unos 250.000 aforados, aunque sólo 17.600 pertenecen a instituciones del Estado y comunidades autónomas. El resto son miembros de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad estatales o autonómicos, que son aforados, pero de segunda porque sí pueden ser juzgados en las audiencias provinciales.

El principio por el que estos aforados sólo deben ser juzgados por el Tribunal Supremo es el de evitar presiones políticas que podría tener un tribunal local ordinario al juzgar a un cargo relevante. Fíjense que la propia norma ya está incluyendo de perfil la permeabilidad de la Justicia por parte de la Política... Cuando la Ley no reconoce la independencia y la garantía de igualdad entre ciudadanos, mal vamos. Y si ya tenemos en cuenta la politización del Supremo, no sé para qué queremos más días de fiesta.

Tengo que confesar cierta simpatía por el tal Rufián. Me lo traería para León. O por lo menos lo que representa: colmillo retorcido, látigo en la palabra y bastante mala baba. En el actual escenario me parece un actor de método, probablemente superado por su papel, pero que lo borda en lo alto de las tablas, me da igual en discurso que en réplica. Me identifico, que alguno ya me ha dicho que, si me muerdo la lengua, lo mismo me enveneno y no hay antídoto. 

Otra cosa es que no tenga más remedio que “retratarse” en la taquilla del “trincón”, sabedor además de que el sobrecoste será asumido por ese tímido, taciturno, doliente y callado personaje

Pues el caso es que no estoy en esto de “las corruptoras” muy de acuerdo con Rufián. Pienso que primero es la gallina, el político que pone la mano a sabiendas de que se la van a llenar. El empresario a lo mejor está por ahorrarse pasos en la adjudicación, pero muy principalmente está por ahorrarse dinero. Otra cosa es que no tenga más remedio que “retratarse” en la taquilla del “trincón”, sabedor además de que el sobrecoste será asumido por ese tímido, taciturno, doliente y callado personaje de todas estas tramas que es “Juan Español”. A este respecto otra anécdota cierta sobre cierto alcalde de un pueblo, ya fallecido y conocido por sus “tejemanejes”, irrelevante por el importe, pero que muestra claramente hasta dónde llega la miseria humana.

Saliente ya el flagrante corrupto, la siguiente corporación se dispuso a afrontar el habitual programa de fiestas que incluía marcha cicloturista con obsequio de “bollo preñao” y bebida a los participantes. Visitaron al habitual panadero y éste les informó de que los bollos valían, pongamos, doscientos. Alcalde y concejal contratan sin más el servicio, pero antes de salir el panadero les pregunta: Bueno, ¿y para vosotros cuánto?, que fulano siempre me pedía una ayuda... ¿Para quién? Preguntaron. Para él sería, digo yo, el panadero encogiéndose de hombros.

Parece que no hay nivel que se libre de garbanzos negros. Si acaso en el municipalismo pequeño e inmediato, en las juntas vecinales sin presupuesto glorioso. De ahí para arriba la tentación es de tal calibre que resulta por lo visto difícil resistirse. Como que la incorruptibilidad  fuese virtud imposible, que sólo la precisa dosis de dinero, poder o lujuria bastasen para hacer caer a cualquiera.

En fin, que me acuerdo mucho de Venancio.