El tiempo

De pollos y humanos

Me contaba el otro día un buen amigo que sienta sus reales por la ribera del Órbigo que, asistiendo apenado al velatorio de un pariente cercano, ya anciano, oyó de boca de uno de los que trataba de consolar a uno de los hijos del finado: “Se siente un pollo… te acompaño en el sentimiento”. Mi amigo en ese momento no supo si había oído bien, ensordecido como estaba por la sucesión de ósculos de una tía anciana, esos besos tan sonoros, repetidos y contundentes, tan pegados a la oreja que le dan a uno en esos encuentros, que queda el que lo recibe como metido en batiscafo, tímpano inflamado y bastante aturdido. El caso es que, ya recuperado, trató de aclarar con su primo, tal era el parentesco, que qué le había dicho aquel hombre de lo del pollo. 

Y resultó ser que oyó bien. La premisa era que cómo no se va a sentir la muerte de un padre, de un hermano, de quien fuera de la familia, si uno sentía la pérdida de un pollo en su corral, ya sea por hongo, bacteria o portazo. Simple, pero un poco vejatorio. Para empezar, el pollo tiene que ser de uno, que el pollo que se le muere al vecino, siendo uno, nos da un poco igual. Si acaso prevención, no sea enfermedad contagiosa y nos arruine el corral. Otra cosa es que el vecino viva de una macrogranja de ésas que tanto se prodigan ahora, llamadas de integración, y que al pobre hombre se le mueran los treinta mil que le caben. Eso sí sería ruina y gran perjuicio, arrendadas las vidas como las tienen los propietarios de esas granjas, últimamente la mayoría de ellas no integradas en explotación alguna y sustento exclusivo de sus gerentes, que le deben hasta la camisa a su proveedor-cliente. Pero es rollo de otro día, que me disipo.

Hoy la cosa va de daño a las personas, individual y colectivamente. Me está pareciendo ver últimamente mucha desproporción como la del pollo y mucha ignorancia en este asunto. De entrada, les adelanto que nada de lo humano me es ajeno, que estoy viendo cómo se nos viene una extrema derecha al gobierno, tensa y frentista, que está diciendo bastantes necedades por pura contradicción e intereses personales. Me estarán ustedes viendo la patita conforme me acerco al razonamiento principal. Sí, voy a hablar del genocidio. De los genocidios.

Me está pareciendo ver últimamente mucha desproporción como la del pollo y mucha ignorancia en este asunto. De entrada, les adelanto que nada de lo humano me es ajeno, que estoy viendo cómo se nos viene una extrema derecha al gobierno, tensa y frentista, que está diciendo bastantes necedades por pura contradicción e intereses personales

Y voy a hablar de ello, de ellos, con la libertad que me da el Diccionario de la Real Academia cuando lo define como: “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”. Permite nuestra acrisolada institución su uso también en sentido figurado, y como sinónimos enumera exterminio, etnocidio, exterminación, pogromo, matanza, masacre o, miren por dónde, holocausto. Y lo escribo con minúscula, que, con mayúscula y por antonomasia, se refiere al único admitido por los sionistas y, por extensión, por toda la Humanidad en sus cabales… único por lo menos hasta ahora. Brutalidad evidente del Régimen Nazi en su afán de limpieza étnica, pero, desgraciadamente, no único en proporción y resultados. Podríamos hablar de Stalin, de Mao, de Pol Pot y el Régimen Jemer, y tantos y tantos otro, que superan a la barbarie nazi en número y extensión, pero haber estado del lado de los vencedores es lo que tiene.

Dicho queda entonces que para hablar de genocidio no tengo que esperar a que me autorice un juez, que el uso común de la lengua lo permite. Y ya. Otra cosa es que un día de éstos, y por interposición de la correspondiente demanda, los responsables del Gobierno Israelí sean acusados y, en su caso, condenados por genocidio, crímenes contra la Humanidad, o lo que la Corte de La Haya decida. Tampoco es que lo espere.

A unos que parece que esto del genocidio no va con ellos son los integrantes del Gobierno de Myanmar, antigua Birmania, que someten a una crisis humanitaria absolutamente atroz a los Rohingyas. Esta minoría ha cometido el pecado de ser minoría musulmana en un país principalmente budista, pero a la vez rodeado de países musulmanes. El Gobierno de Myanmar teme que esta minoría se convierta en la “quinta columna” para una invasión vecina, con especial atención a una posible radicalización “yihadista”. No sé si les suena de algo, pero este tipo de conflictos siempre suelen tener un detonante de tipo religioso, étnico o territorial. La ONU, esa entidad que nos “la sopla” a todos, ha declarado que los Rohingyas son “una de las etnias más perseguidas del Mundo”. Como un millón de personas y casi nadie mueve un dedo. Si acaso Bangladesh, que lleva acogidos unos doscientos mil.

La ONU, esa entidad que nos “la sopla” a todos, ha declarado que los Rohingyas son “una de las etnias más perseguidas del Mundo”. Como un millón de personas y casi nadie mueve un dedo. Si acaso Bangladesh, que lleva acogidos unos doscientos mil.

Y eso en un país, Myanmar (que tampoco es ejemplo de democracia transparente, antes bien: está regida por una junta militar desde 2021 y hay un severo conflicto civil interno), que tiene reconocidas 135 etnias distintas, pero con un 90% de la población de religión budista. Los musulmanes habitan una región bastante pobre, Arakan, y están divididos en dos grupos, los Kaman, que tienen, digamos, costumbres budistas y son aceptados como ciudadanos, y los propios Rohingya, mezcla étnica entre árabe, mogol y bengalí, que no son reconocidos como ciudadanos, a pesar de llevar siglos habitando Birmania. Oficialmente son considerados inmigrantes ilegales de Bangladesh.

Y el conflicto no es de ahora. Estamos en 1982 cuando se aprueba la Ley de Ciudadanía durante, qué raro también, un período dictatorial. En esa ley se niega taxativamente la ciudadanía a los Rohingya, los convierte en apátridas y los condena a la expulsión o al internamiento en campos de refugiados. Los antecedentes, no obstante, se refieren al período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando las potencias occidentales deciden reorganizar la demografía de la zona y colocan de rondón a esta minoría en territorio birmano. Una especie de “Operación Éxodo”, como la llevada a cabo en beneficio de los israelíes en el territorio palestino, pero con consecuencias antagónicas. Esta vez los “ocupantes” no consiguieron hacerse hueco. Occidente otra vez responsable, en el caso Rohingya, de abandono. Normal: Extremo Oriente, pocos recursos explotables y nulo papel estratégico. Birmania estaba al otro lado del mapa.

Son las consecuencias de la retracción generalizada del colonialismo que se produjo entre los años cincuenta y setenta. Las potencias coloniales dejaron tras de sí un caprichoso mapa de despropósitos.

Uno, y de los gordos, desde luego es la ocupación de Palestina. Pero claro, ese recién creado Estado de Israel era el “Rottweiler” de la zona, prohijado por el Amigo Americano y aplaudido por Europa, que lo veía como aliado cercano y hasta interétnico. No en vano la población de los nuevos asentamientos era de origen en su mayoría europeo no semita, por cierto, que ya está bien de abusar del término, que, puesto a ser semita, cualquier palestino lo es más que Netanyahu, polaco de origen. Privilegio israelí lo de nacer donde a uno le dé la cigüeña. 

Ese recién creado Estado de Israel era el “Rottweiler” de la zona, prohijado por el Amigo Americano y aplaudido por Europa, que lo veía como aliado cercano y hasta interétnico

Perro guardián de todos esos países árabes que se colocaron en la órbita soviética y que amenazaban seriamente la estabilidad de la zona, con un “tesoro” como el Canal de Suez y próximas las fuentes petrolíferas. Y le hemos ido dando de comer, primero tasajo, luego mondongo, y ahora ya usa la cubertería de plata de la abuela “askenazi”. No les tosemos porque llevamos años dándoles la mano y han sabido birlarnos no ya la manga, sino el abrigo entero.
 
Hablando de perro, me hace gracia Sánchez, el hombre, ponderando el valor del Pueblo Español en las protestas antisionistas, cuando en términos prácticos no puede ejecutar ningún tipo de embargo. Que, si tocamos un pelo de la balanza de importaciones y exportaciones con Israel, lo mismo mañana tenemos otro apagón, o se nos funden los plomos del sistema de Seguridad Nacional de la mano de Excem o Verint Systems. Parece que en lo del armamento ya hemos puesto pies en pared y hemos anulado la compra de los lanzacohetes Silam y misiles Spike L. R., un “polvo” de mil millones de euros que iban a caer… como si lo de Gaza y Palestina fuesen cosa de ayer mismo, y llevamos setecientos mil muertos.

Que pueden ser muchos más porque, habiendo tomado impulso, no creo que Netanyahu pare ahora “el carro”. Aprovechando el desconcierto en Siria y Líbano me imagino que acaricia la idea de ampliar el dominio israelí a Canaán, dándole un bocado a Jordania y ganando, de paso, la guerra del agua, tan necesaria, pero tan escasa. Que le va a hacer falta para ese gran proyecto inmobiliario que anunciaba ayer el Ministro de Finanzas israelí, que vendía Gaza como una magnífica oportunidad de negocio para su país y para Estados Unidos, que tanto están “invirtiendo” en este proceso. Si esto no es pensar en los muertos y desplazados en términos mercantiles y como mero despojo indeseable del desalojo, que venga ése, el del pollo, y que se dé cuenta de lo que importa un palestino gazatí. Ni a pollo llega.

Los israelíes no se merecen un gobierno como el de Netanyahu, que los va a convertir en un estado paria, como lo fue la Sudáfrica del “Apartheid”. Me gustaría pensar que existe un movimiento ciudadano potente en contra de esta barbarie.  

Me gustaría pensar que existe un movimiento ciudadano potente en contra de esta barbarie.  

Como última reflexión les pido que piensen en lo que supondría que un buen día vinieran a sus casas, les sacasen de muy malos modos y les dijesen que su destino está debajo de una chapa, racionados de agua y comida para los restos, a cien kilómetros de aquí. Y sí, están ustedes saliendo con lo puesto de la casa de sus antepasados, que llevan más de ni sé cuántas generaciones allí viviendo, pero es que resulta que usted ya no es ni humano ni ciudadano. No podrá volver a su trabajo y dependerá siempre de una ayuda externa, escasa e infrecuente. Pues esa es la vida del rohingya, del gazatí, del armenio en Nagorno Karabaj, del sudanés en Darfur, del congoleño en Kivu, de los etíopes habitantes de Tigray, de los iugures en China. Yo sólo veo personas, seres humanos, semejantes pasando por una situación terrible, sin horizonte ni miras, en conflictos enquistados en el tiempo: guerras civiles, limpiezas étnicas.

No están, se lo garantizo, tan lejos.

Y la semana que viene… ¡Hablaremos de Mañueco! Que ya toca.

Tip y Coll que estáis en los Cielos.