Inteligencia de la otra

Leo sin sorpresa, que ya está uno curado de los mayores espantos y en esto la vida nos hace entrenar cada día, que el Primer Ministro Sueco, Ulf Kristersson, emplea con asiduidad la llamada inteligencia artificial (IA) como segunda opinión en su toma de decisiones. A falta de inteligencia natural en su consejo de ministros, cuyos integrantes también tiran de esa misma tecnología, “ChatGPT” y la francesa “Le Chat”. Yo estas cosas siempre las visualizo, y me imagino algo así como un “Oráculo de Delfos” con la Sibila a golpe de clic, banal y cotidiano el acto, pero con su componente casi religioso ante lo impredecible del resultado.
Bueno, algo de broma aparte, ¿han probado ustedes a interrogar a esa compañera cotidiana que tenemos ahora en el teléfono móvil sobre algún tema que ustedes sí conocen, a ver por dónde sale? Porque mi experiencia es como hablar con un tertuliano de Ana Rosa: si no lo sabe, se lo inventa. Y así puede usted quedar “como Cagancho en Almagro” ante pasmada audiencia. Ensaye si no lo ha hecho, y sobre todo si la usa con frecuencia, no sea el demonio. Y recuerde que es muy “malqueda” y suele excusarse diciéndole que los datos introducidos no eran suficientes o incorrectos. El ignorante es usted, quede claro.
Habría una tercera, ésta ya muy personal y de “abuelo cebolleta”, que me lleva a desconfiar de pronósticos computarizados (me delata la edad el término) en campos donde juega el factor humano decisivamente.
Al respecto de esto de los datos y de su empleo por los gobernantes, me asaltan dos inquietudes, severas ambas. La primera, que los datos introducidos sean “sensibles”. No me hace mucha gracia que información que pueda afectar a seguridad o intereses colectivos esté por ahí rodando como chisme de patio de vecindad. La segunda, casi peor, que las decisiones se tomen basándose en modelos de IA a los que ha podido suministrárseles datos insuficientes. Habría una tercera, ésta ya muy personal y de “abuelo cebolleta”, que me lleva a desconfiar de pronósticos computarizados (me delata la edad el término) en campos donde juega el factor humano decisivamente. Tenemos en “Grok 4”, la IA de Elon Musk (me voy a ahorrar el chiste) que hace poco fue presentada como la más inteligente del Mundo, un claro ejemplo. Directamente se volvió “tarumba”, justificó el antisemitismo y empezó a cantar alabanzas a Hitler.
La culpa se la echaron a que en una de las permanentes actualizaciones se desconectó el llamado filtro “antiwoke”, un filtro buenista, y la maquinita se puso a largar lo que de verdad pensaba. No sé si “Grok 4” o sus responsables acabarán sentados en un banquillo por delito de odio, leyes al canto y el Gobierno Polaco ya ha denunciado a Elon Musk ante la Comisión Europea, pero sí es muy curioso que otras inteligencias artificiales, preguntadas al respecto, han sido muy condescendientes con la postura de su compañera. El magnate propietario ya le ha enseñado a la directora de “X” la puerta, cosa que se le da sobresaliente “cum laude”.
Y ya es para nota el que sepa que Nagasaki tuvo muy mala suerte: el primer objetivo era Kokura, pero un manto de nubes sobre la ciudad impidió el bombardeo.
Bueno, pues así estamos en la semana de la conmemoración de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Ochenta años y queda claro que no hemos aprendido nada. Pero nada de nada, ni siquiera a valorar la escalada de los bombardeos sobre las dos ciudades japonesas, acerca de la que los propios habitantes de Nagasaki siempre han albergado resquemor. Todo el mundo recuerda al bombardero B-29 “Enola Gay” que, al mando del coronel Tibbets, dejó caer a “Little Boy” sobre Hiroshima. Pero casi nadie recuerda al B-29 “Bockscar”, al mando del mayor Sweeney, que arrojó a “Fat Man”. Y ya es para nota el que sepa que Nagasaki tuvo muy mala suerte: el primer objetivo era Kokura, pero un manto de nubes sobre la ciudad impidió el bombardeo. Es más, Nagasaki no había sufrido las oleadas de bombardeos estadounidenses hasta principios de verano. Hiroshima se ha convertido en el símbolo, ayudada por la justificadísima mala conciencia de Occidente, que la ha hecho objeto de homenaje permanente.
Pues ya los tengo a ustedes con los sesos calentitos y podemos hablar de Gaza. De esa monstruosidad que estamos colaborando a que suceda, por acción u omisión. Llevo días intentando buscar una explicación a la conducta de la sociedad israelí, vueltos los ojos hacia otro lado, o recreándose en la masacre desde miradores, a cierta distancia, pero sabiendo y viendo las consecuencias. Ya digo que es explicación lo que busco, y no justificación, que es absolutamente imposible. El castigo sobre población civil indefensa es un crimen de guerra sin paliativos y claramente el gobierno israelí, su ejército y la población favorable al mismo son criminales genocidas. Dejo en el alero la pelota de considerar a todo el estado como criminal, ya que hay aproximadamente un veinte por ciento de la población en franca oposición, otra cosa es que pueda manifestarse en esta forma de falsa democracia militarizada en la que siempre ha estado Israel. Un estado que, en aras de la permanente defensa ha recortado bastantes derechos civiles de sus pobladores, sobre todo si no están a favor del “establishment”.
Alrededor del ochenta por ciento de la población sí justifica el exterminio conscientemente y esto es algo prácticamente incomprensible, al menos para mí. He tenido que buscar quién me lo explique y, a falta de un corresponsal en la zona, me he topado con la opinión de Gideon Levy, periodista de “Haaretz”, destacado sionista, probablemente de izquierdas y que está diametralmente opuesto a las atroces medidas del gobierno de Netanyahu. Probablemente sea la de Levy de las pocas voces públicas dentro de Israel que, defendiendo el sionismo, entiende que la política de “apartheid” que siempre ha llevado Israel con la población palestina no conviene a su país, que acabará convirtiéndose en un paria, pudiendo ser llave del equilibrio estratégico en la zona. Pero para eso hace falta empatía, justicia social y ausencia de xenofobia. Imposible de momento en un estado militarizado y con planteamientos de tan simplificada crueldad.
Levy explica la conducta de la población basándose en tres premisas, que no discutiré pero que me parecen plausibles.
La primera es que Israel es el “Pueblo Elegido”. Así de simple. Esta mezcla de estado-religión tan particular, que hace que los practicantes de determinada fe necesariamente se sientan adscritos a un territorio, produce esta anomalía. Imaginen a todos los cristianos, por el hecho de serlo, necesitando ese tipo de vínculo con Roma o, otra vez, Jerusalén. Como pueblo elegido, además, los israelíes pueden tomar la conducta que deseen para conseguir habitar en la “Tierra Prometida”. Ya tenemos la explicación territorial y el pasar sobre esos “okupas” tan desagradables que son los palestinos.
Aquí además también juega a favor de Israel la negra conciencia de la Vieja Europa, culpable de la solución al éxodo, culpable del exterminio, y ahora culpable de antisemitismo...
La segunda es de índole moral y se basa en la reciente historia del “Holocausto”. La tragedia puesta como expresión máxima de crueldad xenófoba y genocida. El horror llevado al paroxismo. Por supuesto que el holocausto judío bajo el régimen nazi fue una barbaridad absoluta, pero no es de recibo poner en relación tragedias en función de la cantidad de sufrimiento o población afectada (ni de su trascendencia mediática, como en Hiroshima y Nagasaki). Aquí además también juega a favor de Israel la negra conciencia de la Vieja Europa, culpable de la solución al éxodo, culpable del exterminio, y ahora culpable de antisemitismo, que Israel sólo se está defendiendo de una agresión, con una defensa completamente legítima… Por cierto, que dónde estarán los rehenes que justifican la presente situación. Viendo el estado de la Franja de Gaza, me extrañaría que hubiese un solo superviviente. Pero eso a Netanyahu no le ha importado nunca.
Y la tercera, desde mi punto de vista, es determinante. Ese ochenta por ciento de israelíes ha deshumanizado a los palestinos. Sí, directamente. No los considera humanos. Y miren por dónde aquí se me viene a la cabeza una conocida sionista, Hannah Arendt, que también buscó las mismas explicaciones para entender la conducta del pueblo alemán con respecto al “Holocausto”. A lo largo del juicio contra Eichmann, uno de los principales ideólogos y muñidores del genocidio, elaboró la teoría de la “banalidad del mal”, de como gente corriente, sin maldad y como cumplimiento de su deber, puede llegar a realizar los más atroces actos, obedeciendo órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Una obediencia ciega, ausente de pensamiento crítico y que no discute las estructuras de poder. En muchos casos sólo se trata de cumplir una función sin más, o, como mucho, un ascenso en el escalafón de méritos.
Y si eso ocurre con los actores de las matanzas, cómo no va a calar en los simples testigos. En el caso de Gaza, además, ya se vende como una gran ventaja territorial, una posibilidad de expansión, una oportunidad de negocio inmobiliario, como un Xanadú futuro, tierra de promisión, sin esa molestia que son los palestinos.
Otro día hablaremos de la Europa culpable. Ese baldón que nos acompleja y nos domina ante numerosos y conocidos “payasos” internacionales. Amenazo, que ahora se lleva.