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León y Schopenhauer

Arranque la lectura sin temor, que lo filosófico vendrá de postre y será cosa clara e intelectualmente asumible...

Arranque la lectura sin temor, que lo filosófico vendrá de postre y será cosa clara e intelectualmente asumible.

Intentaba el otro día salir apresuradamente de un local de hostelería ante la llamada, siempre oportuna, de un amigo. Tan azorado y pendiente de la conversación telefónica, marré con el hueco de salida y, cabeza por delante, golpeé una luna con la testuz. Respondió el vidrio con nota trémola y la concurrencia alrededor con un rumor en el que alcancé a oír: “Menudo porrazo se ha dado”. Porrazo escrito con “o” y en aumentativo. Aún me duele. No sé si  más por lo físico, por el despiste o por el público ridículo. En mi descargo, la prisa por tener una conversación en condiciones y la maldita limpieza, muy de alabar por cierto.

Y es este cabezazo lo que me sirve hoy de percha para colgar mi cavilación, de la que no estoy muy seguro por si acaso el golpe me haya dejado efectos secundarios: “Las Cabezadas”, aunque a lo mío yo más bien lo llamaría “calabazada”, que albergo tanto hueco en la mollera como las cucurbitáceas suelen.

“Las  Cabezadas” digo. Esa ceremonia de la dialéctica entre lo civil y lo religioso, sobre la naturaleza obligatoria o voluntaria del tributo a San Isidoro, defendiendo la parte civil lo voluntario y el Cabildo lo obligatorio, como de su habitual condición se espera. Queda siempre la cosa en tablas y aplazada hasta el próximo año, incruenta la lucha y hasta con intercambio de obsequios. 

Es el Ayuntamiento de León el litigante civil, de modo que cada año es un representante de la corporación municipal el encargado de la defensa de la voluntariedad de la ofrenda. Pero el Alcalde, como primera autoridad, no falta a la cita. Y este año existía una excusa para no asistir, cual era el congreso provincial de su partido, PSOE, inicio de andadura del recientemente elegido Secretario General Provincial, Javier Alfonso Cendón. 

Con buen criterio José Antonio Díez ha preferido la cita con el Cabildo y la discusión previsible a una presencia probablemente indeseada en la reunión de su partido. Desde su ausencia Díez reclama celeridad en la renovación de las asambleas locales, lógica consecuencia del congreso provincial. Y hablando de esa renovación le deseo a Díez mi misma suerte y que la  “reforma de interiores” en su caso se quede en tarascada al intentar la asamblea local arrojarlo al exterior, pero por una ventana cerrada. Algún golpe, alguna magulladura, rumores entre la concurrencia, pero dentro, aunque no sé si a salvo.

Aviso ahora a lectores, que van los párrafos con sarcasmo.

Pero a Díez hay que echarlo, que va por ahí asustando ministros. Que por su acción toda la provincia, Bierzo incluido, se ve muy perjudicada.  No hay más que ver al pobre Óscar Puente, tan medroso él, con el miedo dibujado en el rostro nada más enfila la recta de Izagre, que se va a quedar en carretera con carriles de adelantamiento, que no hay prisa en llegar a León para verle la cara de “ogro comeniños” a Díez, ese monstruo furibundo leonesista y azote de Castilla, que ha osado quitar la enseña autonómica del Palacio de los Deportes.

Ese pobre ministrillo, que va a dedicar 2500 millones de euros de su presupuesto a la provincia de Valladolid, que le está quedando la finca, para cuando vuelva a casa desplumado, hecha un primor. Que se vea bien que Jesús Julio Carnero no mira por los suyos, que es Puente benefactor de la ciudad y provincia toda al estilo de los antiguos indianos. Tanta obra tiene pendiente el Ministro que tendrá que tener cuidado, que lo mismo alguna inauguración se la hace Mañueco.

Y del mismo presupuesto la Provincia de León se conforma con 20 millones, que podrían ser de maravedíes, porque en comunicaciones llevamos secular retraso. Que vaya a activar más fondos Defensa que Fomento, o como diantre se llame el Ministerio, tiene bemoles campanudos. Que la Vía de la Plata acabe siendo corredor estratégico militar, y ya veremos si civil, a cuenta del Ministerio de Robles es una muy triste gracia. Y eso en la semana del traspaso de control de vagones a Madrid, pasando de largo de León, otro “palito a la burra”, y van ya ni se sabe. Que también se nos han llevado los talleres y ni la doble vía a cambio. Menos mal que tenemos a Cendón en las alturas, que si no, no sé ya dónde estaría León. Menos mal que el diputado seguro que aprieta en Congreso y Ejecutiva para que la provincia  salga del agujero. Sarcasmo hasta aquí.

Y ahora, un poco de didáctica filosófica  aplicada . Les repito que no teman.

Rescato del bachillerato, BUP llamado en mis tiempos y ya peina uno canas, a Schopenhauer, representante del Idealismo Alemán. Mantenía este buen hombre una teoría muy gafe sobre la existencia humana. Mujeres y hombres, como péndulos, transitan en su vida entre el sufrimiento por lo que no tienen y el aburrimiento que les crea lo que han conseguido y que ya no haya más objetivos. Poco espacio parece haber en esta concepción para la felicidad. Si acaso no anhelando demasiado se puede suavizar el sufrimiento, el propio Schopenhauer abogaba por renunciar a la voluntad, recrearse en la contemplación estética de la belleza y practicar el ascetismo.

Ya me estarán ustedes viendo el plumero. Teniendo en cuenta lo que nos falta por conseguir a los leoneses en términos de infraestructuras, autogobierno e importancia territorial, normal que suframos. Quizá nos estemos ahorrando el aburrimiento porque lo obtenido tiende a cero. Pero no les voy a recetar lo de Schopenhauer. Si acaso recréense en la belleza de la provincia, que es mucha, pero no renuncien a la voluntad de lucha y a la reivindicación de lo propio que por todas partes se nos hurta. 

Aunque sólo sea por fastidiar a Puente. Pero fastidiar con “j”.