Concha, 82 años y 400 piezas de ganchillo: el árbol que ha llenado de magia a Sahelices del Payuelo
En Sahelices del Payuelo, un pueblo de la provincia de León donde todos se conocen por el nombre de pila, la Navidad de este año tiene un brillo especial.
La responsable es Concepción García Riol, ‘Concha’ para todo el mundo, una vecina de 82 años que ha dedicado los últimos meses a cumplir la promesa que llevaba años haciendo entre risas: “No voy a morirme sin hacer un árbol de ganchillo”.
Este diciembre, esa frase se ha convertido por fin en realidad.
Aficionada a las manualidades desde niña, Concha ha pasado la vida elaborando bolsos, trajes de carnaval, cestas decorativas y todo tipo de piezas únicas. Pero este año dio un paso más: vio imágenes de árboles navideños tejidos a mano, y sin contárselo a nadie —ni siquiera a su propia familia— decidió que había llegado el momento de intentarlo.
Seis meses de trabajo en secreto
En junio comenzó a tejer, pieza a pieza, lo que acabaría convirtiéndose en el árbol más especial que ha visto el pueblo.
Más de 400 fragmentos de ganchillo, cada uno de ellos con su forma, color y textura, fueron saliendo de sus agujas durante los meses de verano y otoño. Las guardó cuidadosamente, convencida de que el resultado final sorprendería a todos.
Y así fue. Solo cuando tuvo todo listo pidió ayuda: llamó a su hija, Patrocinio, para contarle que necesitaba una mano para montar “algo grande, muy grande”. Su edad, decía entre risas, no le permitía subirse ya sola a escaleras ni lidiar con estructuras altas.
Una obra colectiva nacida de un corazón enorme
La mañana del montaje fue una fiesta íntima y emocionante. Patrocinio y Encarna, amiga de Concha y también vecina del pueblo, se unieron para ayudarla a ensamblar el árbol pieza a pieza en la plaza de Sahelices del Payuelo.
Lo que comenzó como una idea secreta se convirtió en un pequeño acontecimiento comunitario: vecinos curiosos se acercaban, preguntaban, ofrecían ayuda o simplemente sonreían al ver lo que Concha había creado.
Por la noche, ya encendido, el árbol brillaba con luces suaves que dejaban ver el trabajo minucioso de cada tejido. “Es precioso”, repetían quienes pasaban por allí. Para Concha, era la confirmación de que aquellos meses de aguja y lana habían merecido la pena.
El orgullo de un pueblo y la alegría de una familia
El entusiasmo que ha despertado la obra de Concha es contagioso. Su nieta, emocionada, comparte fotos y vídeos del proceso, desde las primeras piezas sin montar hasta el árbol completamente iluminado junto a su abuela, que posa orgullosa frente a su creación.
“Ella siempre ha sido así”, cuentan quienes la conocen: trabajadora, ingeniosa, persistente y con un talento para las manualidades que ha llenado durante décadas las casas familiares de objetos únicos.
Pero esta vez ha ido más allá. No solo ha tejido un árbol: ha tejido un símbolo de cariño, dedicación y espíritu navideño que ya forma parte de la identidad del pueblo.