Fasgar, el fuego de los 36 días (y sigue ardiendo)
El 8 de agosto un rayo encendió la mecha de lo que se ha convertido en el incendio más largo del verano en León. Fasgar, Anllares y Llamas de la Cabrera suman ya 36 días en llamas, más de cinco semanas en las que miles de efectivos han pasado por la zona, incluso bajo tormentas, sin lograr sofocar por completo el fuego. El de Fasgar, sin embargo, ha sido especialmente virulento y doloroso.
Los vecinos han aprendido a convivir con un paisaje ennegrecido. “Convivimos con el fuego. Ya nos hemos acostumbrado al olor a quemado, a respirar humo, a verlo todo negro”, confiesa Rosi Fernández, dueña de un bar-albergue en Fasgar. En este valle de Omaña, conocido por sus temperaturas frescas en verano, el incendio ha cambiado la rutina diaria y la tranquilidad que siempre lo caracterizó.
Pueblos evacuados una y otra vez
En el último mes, localidades como Fasgar, Vegapujín, Posada de Omaña, Torrecillo, Barrio de la Puente o Lombillo de los Barrios han tenido que ser evacuadas hasta en dos ocasiones, además de sufrir confinamientos. Unas 300 personas han pasado el agosto más incierto de sus vidas, pendientes de la dirección del viento y de la capacidad de contención de las brigadas forestales.
“Por lo que dicen los bomberos, el monte está muy enraizado; la raíz abajo sigue quemada, a medio apagar, y hay tanto combustible que se vuelve a prender”, relata Rosi, que durante semanas se volcó en preparar bocadillos para los equipos de extinción.
Una Reserva de la Biosfera arrasada
El valle, declarado Reserva de la Biosfera por su riqueza en abedules, pinares y piernos, ha quedado muy dañado. “Es cierto que antes era un volcán de llamas, ahora salen pequeños focos, ya casi no les das importancia”, añade Rosi, con la resignación de quien ve desaparecer un paisaje que forma parte de su identidad.
La alcaldesa de Murias de Paredes, María del Carmen Mallo, admite el golpe anímico y reclama unidad política: “Estamos físicamente destrozados; psicológicamente no lo vamos a poder superar”. Hace días insistió en la necesidad de un gran pacto de Estado contra los incendios para que estas tragedias no se repitan: “Que los políticos se pongan de acuerdo”.
El futuro, la gran incógnita
Más que la extinción definitiva, lo que preocupa ahora a los vecinos es lo que vendrá después. “Es lo que da miedo. A ver si lo dan por extinguido y podemos solicitar ayuda y recuperar algo de lo que queda”, afirma Rosi, que tuvo que cerrar su bar durante tres semanas.
La hostelería, el turismo rural y el Camino Olvidado, una ruta de senderismo que atraviesa la zona, esperan ayudas para volver a ponerse en pie. Los ganaderos, sin pastos, ven cómo el arrendamiento de terrenos caerá a la baja, reduciendo aún más los ingresos en un valle golpeado por el fuego y por la incertidumbre.
