Con Franco vivíamos mejor
Llevo queriendo escribir esto muchos días, y lo he querido hacer ahora, con efecto retroactivo, una vez que han pasado unas semanas desde la efeméride de su muerte y que el día constitucional ha quedado atrás. Y sí, lo digo con claridad, con Franco vivíamos mejor, al menos yo.
Vivía muy bien entonces, extremadamente bien; recién nacido, sin preocupaciones y con las necesidades cubiertas por mis padres. No me preocupaba de nada, todo me llegaba servido. Fueron meses inmensos de gozo; sin trabajar, sin agobios económicos, a plato puesto –mejor, a pecho en boca- y sin imaginarme un futuro en el que, cincuenta años después, parece que solo algunos políticos sostienen las miserias de otros.
Fueron once meses en los que mi vida transcurrió en un resort emocional y afectivo donde eran otros quienes se apropiaban de valores ajenos para dar sólo validez a los propios. Menos mal que las declaraciones de Arias Navarro iluminaron las sombras de las vidas de muchos y Suárez, ahora de moda por la serie de Netflix, buscó ajustar su cuerpo al sillón de ese trono de hierro donde, simbólicamente, debían entrar todos.
Que haya adolescentes barbilampiños que se alimenten de un credo que desconocen o que conocen tras malas interpretaciones intencionadas de mentes retorcidas habla muy mal de un momento en el que el descrédito social ante la clase política...
Ahora, algunos pensarán que el clickbait del texto es un manual de intenciones para que piquen los incrédulos, los indignados a la causa y los nostálgicos, pero no, es una declaración ante la indigencia mental de algunos jóvenes que apelan a una etapa dictatorial en la que vivían bien unos pocos, sobrevivían algunos y penaba el resto, que era mayoría. Sorprende asistir a un momento donde los jóvenes, nietos o biznietos en su mayoría de quienes protagonizaron de forma secundaria aquella película, cuentan mentiras mundanas sobre un caudillo, en minúsculas, porque el vasallaje que se impuso socialmente entonces dañó cualquier estructura social.
Que haya adolescentes barbilampiños que se alimenten de un credo que desconocen o que conocen tras malas interpretaciones intencionadas de mentes retorcidas habla muy mal de un momento en el que el descrédito social ante la clase política hace emerger situaciones que, lejos de un idilio ideológico, producen más ruido que nueces. El nogal intelectual de algunos no da para más. Lástima que sean muchos de ellos a los que tiene que apelar nuestro futuro porque realmente son el futuro que nos espera en el patio de unas butacas que pierden solvencia moral cuantas más funciones atienden.
Por eso duele mucho. Y ese dolor no se transmite como se debiera conocer porque aparecen quienes han hecho de la añoranza de un tiempo que desconocen una razón de vida contagiada por el contexto actual.
Duele que quinceañeros defiendan lo indefendible, que nadie les suelte lecciones de la atormentada vida de los que perdieron la guerra y de los que venciendo se perdieron la vida. Sufrieron todos ellos daños colaterales durante más de tres décadas. Por eso duele mucho. Y ese dolor no se transmite como se debiera conocer porque aparecen quienes han hecho de la añoranza de un tiempo que desconocen una razón de vida contagiada por el contexto actual. Una autopsia de la clase política que nos gobierna –de cualquier signo- hace aflorar extremos donde la ignorancia es una denominación de origen que marca a quienes hacen apología de una sinrazón histórica que no se quiere olvidar. Quizás, entonces, sí que pudieran decir que con Franco vivían mejor, pero no lo supieron, ni lo sabrán. Yo sí, aunque fueran 11 meses de mi vida, los suficientes para tenerlos olvidados.