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Gochos

Me daba en la nariz. Siempre que me acercaba al límite de la provincia de Lleida, a la altura ya de Fraga, aún en Zaragoza, se me inundaba el olfato del inconfundible olor a granja porcina...
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Me daba en la nariz. Siempre que me acercaba al límite de la provincia de Lleida, a la altura ya de Fraga, aún en Zaragoza, se me inundaba el olfato del inconfundible olor a granja porcina. Quien lo probó, lo sabe. Sacrificio en aras de un modelo industrial ganadero basado en un monocultivo intensivo y que parecía permitir un crecimiento exponencial y brillante, ante la posibilidad de su integración en otro tipo de explotaciones agrarias y de una demanda en aparente crecimiento indefinido.

Tal el éxito del modelo, que Catalunya colapsó sus posibilidades, y, no pudiendo extender más la práctica, empezó a exportar el modelo de integración a otras partes de España, de modo que hoy vemos instaladas este tipo de granjas porcinas en puntos tan lejanos como León o Valladolid. Por cierto, que uno de los más grandes grupos y con mayor implantación es Vall Companys, que mantiene en Herrera de Pisuerga una gran planta para producción de alimento para cerdos. Es tan grande el crecimiento de este tipo de explotaciones, que los grupos ganaderos se ven obligados también a la implantación de fábricas de pienso allá donde se instala el modelo de integración.

De este modo aprovechan parte de la estructura productiva de la explotación y reducen costos, que son asumidos por el propietario agroganadero a cambio de unas ciertas garantías contractuales.

Quizá no tengan ustedes muy claro de qué va esto de la integración. Es muy sencillo y, a la vez, un tanto perturbador. Las grandes empresas productoras de animales para consumo humano externalizan esa producción. Para ello ofrecen, habitualmente a explotaciones agropecuarias, la instalación de granjas productivas, normalmente de pollos y cerdos, para que, con el montaje de la estructura correspondiente, dicha explotación saque adelante la cría y engorde de los animales destinados a matadero. De este modo aprovechan parte de la estructura productiva de la explotación y reducen costos, que son asumidos por el propietario agroganadero a cambio de unas ciertas garantías contractuales. Para que me entiendan, que me disipo, el agricultor o ganadero se convierte en franquiciado del industrial carnicero, al que compra el pollito o el lechón, el pienso y la medicación, y se dedica a engordarlos a cambio de un precio tasado. Negocio un poco rarito en el que el mismo que te vende el globo vacío, acaba por comprártelo lleno, pero te marca el precio de tus pulmones, también alquilados. Y es que el coste total de instalación, manutención y energía los asume el integrado. Que ahí te queda el “mochuelo” en caso de inviabilidad, ruina o hastío vital.

El caso es que esta dispersión busca también un efecto técnico positivo y que estos días se pone de manifiesto con la crisis de la peste porcina y las trabas y problemas que están teniendo los catalanes con su mercancía sospechosa, si bien el mal, como no nos apuremos, se extenderá a todo el mercado nacional. Ese efecto no es otro que la atomización, para no concentrar en el territorio cantidades inasumibles de reses que facilitarían el contagio masivo. Y cuando digo masivo, me refiero a una dimensión aún peor que la actual.

En España esto del cerdo reviste tal importancia, que se da la tremenda desproporción que uno de cada cuatro cerdos europeos se cría dentro de nuestras fronteras, mientras otros países comunitarios han ido disminuyendo el censo.

Pero, hablando del problema de la peste porcina, y siendo éste una amenaza, a mí me parece mas grave porque, en realidad, es un síntoma de un mal mayor: la tendencia a los monocultivos masivos, lo mismo en ganadería que en agricultura. En España esto del cerdo reviste tal importancia, que se da la tremenda desproporción que uno de cada cuatro cerdos europeos se cría dentro de nuestras fronteras, mientras otros países comunitarios han ido disminuyendo el censo. Nosotros vamos “a lo loco y en patines”, con crecimientos de cabaña que frisan el 5% anual. Lo que produce tal densificación es un incremento en los índices de contaminación de acuíferos, por más que se arbitran medidas incumplibles en la práctica para su control. Vamos a por los sesenta millones de “gochos” para el 2026. Estos sí que son millones y no los de leds de Abel Caballero.

Con los pollos, “ídem de lienzo”. Cualquier matadero con ínfulas de proveedor de gran distribución (hipermercados o el consabido Mercadona) necesita un flujo de aves del orden de 60.000 pollos, de crecimiento estresado y acelerado en 45 días, a diario. Esto equivale a la producción de una de esas llamadas erróneamente “macrogranjas” por jornada. Total, que cualquier matadero de esas marcas reconocibles en una gran superficie necesita un mínimo de 300 granjas vinculadas… ni les cuento.

Y de cerdos, parecido. Con la última ampliación, Embutidos Rodríguez, por citar un ejemplo próximo y conocido, puede procesar del orden de 8000 reses diarias. Un auténtico holocausto porcino.

Antes hablaba del error de llamarlas “macrogranjas”: voluntarioso y necesario alarmismo, y es que ya no se montan de otro tipo. Ojalá pudiésemos volver a hablar de instalación de granjas de pequeño formato, de explotación familiar e integradas en el territorio. Mejor nos iría en el plano medioambiental, pero también en el económico. El necesario reparto de riqueza en la cadena de valor alimentaria pasa por un cambio de escala, donde el productor tenga cierto control sobre los precios de adquisición por una auténtica liberalización colectiva, no el actual monopolio “de facto” que existe en el sector. Siempre anda uno con idealismos, pensando que el político correspondiente vela por los intereses generales. No tal.

Me está pareciendo que los que antes admitían cerdos, ahora no admiten seres humanos. Si haces crecer una industria al punto de hacerla casi morir de éxito, tendrás que preocuparte de que su mano de obra pueda hallar acomodo y condiciones de vida dignas.

Hablando de cerdo y Catalunya, necesariamente se me va la cabeza a Vic, esa “meca” de la producción cárnica porcina, industria mantenida, por cierto, en buena medida por la inmigración. Pues el alcalde de la ciudad chacinera, un tal Albert Castells (Junts), se ha despachado con una petición para que los municipios tengan la capacidad de rechazar peticiones de empadronamiento en razón de su saturación poblacional. Anda el edil preocupado porque su ciudad ha visto incrementar la población en 1266 habitantes en este último año, pasando ya de los 50000, tensionando gravemente el tejido urbano y saturando el parque de vivienda con este crecimiento, prácticamente el doble en porcentaje que el resto de Catalunya. Me está pareciendo que los que antes admitían cerdos, ahora no admiten seres humanos. Si haces crecer una industria al punto de hacerla casi morir de éxito, tendrás que preocuparte de que su mano de obra pueda hallar acomodo y condiciones de vida dignas. Que Castells sea de Junts y tenga este planteamiento, nada nuevo, que un poquito supremacistas sí que son estos chicos de Puigdemont.

En fin, que lo mismo después de exportar cerdos, habrá que exportar gente. Así de toscamente expongo la tesis, pero si hay que escoger, a León que vengan los inmigrantes, que gochos, con los que tenemos de cuatro y dos patas, suficiente.

Y voy a por la tercera derivada, ya que meto en el discurso a los cerdos de dos patas. Y es que anda el patio revuelto, y con muchísima razón, con el asunto del tal Paco Salazar, preboste del PSOE y del que hay quien dice que viajaba en el maletero del Peugeot del Bello Pedro en aquella “hégira” de retorno al poder. Se dedicaba este Salazar al acoso absolutamente intolerable y abyecto, desde su posición privilegiada, a compañeras de filas en su partido. Siempre flojean los pantalones por bragueta o bolsillo, que van unidos muchas veces.

Le crecen a Sánchez los enanos de un circo de timo y estrambote, de orgías, farlopa y excesos de confianza. Habiendo compartido los escasos metros cúbicos en el coche de marras, qué raro se hace no se deslizase la conversación por temas más personales y frívolos que los que trata el “Manual de resistencia”.

Ha llamado Feijóo “guarro” a este “pájaro”, mano derecha de Sánchez en Moncloa. El renacido miope se queda muy corto en el calificativo, que parece toda la apuesta de su partido en la descalificación del nauseabundo personaje. Hablando de miopía, y selectiva, la de Ferraz, que no está últimamente muy fina en distinguir compañeros de viaje. Le crecen a Sánchez los enanos de un circo de timo y estrambote, de orgías, farlopa y excesos de confianza. Habiendo compartido los escasos metros cúbicos en el coche de marras, qué raro se hace no se deslizase la conversación por temas más personales y frívolos que los que trata el “Manual de resistencia”. Sólo me queda pensar que aquel Peugeot no tenía retrovisores, y que, si acaso uno, sólo reflejaba el rostro del Elegido.

Y ya acabo, que huele y bien a gocho, con esos fondos perdidos en ayudas para la Dana recaudados por los cachorros de Abascal, ese nini sin pedigrí, y que ahora están perdidos y nadie encuentra. Estos chicos de “Revuelta” también anduvieron por León tratando de dar “el palo” a cuenta de los damnificados por los incendios, cuando ninguna organización pedía dinero. No me sorprende ahora todo este batiburrillo, cuando el propio Abascal ha desfalcado a su partido en beneficio de su Fundación Disenso. Andará también empeñado en desacreditar a sus propias juventudes, como ya ha hecho con sus “séniors” Macarena Olona, Espinosa de los Monteros, Ortega Smith… y ya veremos dónde llega. Ni les cuento si entre todos le damos a tocar pelo.

¡Ah! Con perdón de los gochos, los de cuatro patas, que bastante tienen con lo suyo.