La astracanada

Siempre he profesado un profundo respeto a cualquier persona que, puesta delante de un lienzo en blanco, es capaz de reflejar, bien realista, abstracto o, sin más, emocional, aquello que ve o cree ver, ya en su entorno, ya dentro de sí. Lo mismo me pasa con quien ante una hoja en blanco es capaz de volcar sus pensamientos, aun ligeros, y mostrar lo que de sí mismo hay o lo que de los demás piensa. Y si, por ende, es capaz de argumentar una ficción, aun la no plausible, mi admiración no conoce límites.
Soy en esto de la Literatura de gusto amplio. Aunque siempre he preferido en general la narrativa al ensayo. No es gratuita la afición. Consideré desde bastante joven que una de mis obligaciones era adquirir seso a base de lectura, y quizá machaqué en exceso la meninge con manuales y tratados, lo que me ha proporcionado una gran cantidad de conocimiento inútil con el que quizá les aburro de vez en cuando. Ningún mérito tiene esto cuando lo consideras obligatorio y parte de tu formación. Así que la escapatoria estaba en la narrativa, y el éxtasis en el humor. Y ahí caí en unas amables redes urdidas por autores que, incomprensiblemente, buena parte de la crítica siempre ha considerado menores.
Tono, Mihura, Álvaro de Laiglesia, hasta con el periodismo de Camba y Ángel Palomino, con cuyos cuentos he disfrutado lo indecible… pero sobre todos, Don Pedro Muñoz Seca. Me van a catalogar ustedes de “rarito”, y es que lo mismo lo era. Pero comprenderán que después de leerme “Archipiélago Gulag” con diez años y entenderlo, lo normal es que la sesera se te quede como acerico de sastre veterano. Y de aquellos polvos… pero voy al meollo.
Para mí Fernán Gómez es de lo mejor que nos ha pasado en Cine y en Teatro. La película, absolutamente desternillante y que recomiendo vivamente
Y vuelvo a Don Pedro, al que descubrí, miren por dónde, antes por el cine que por los libros. Y es que disfruté de precoz visionado de la gloriosa “La Venganza de Don Mendo”, de Fernando Fernán Gómez, del que no sé decir nada más que parabienes, aunque haya pasado a la posteridad desgraciadamente para muchos como desabrido señor del exabrupto. Para mí Fernán Gómez es de lo mejor que nos ha pasado en Cine y en Teatro. La película, absolutamente desternillante y que recomiendo vivamente, está basada, bien que pasada por el tamiz de un don Fernando guionista y director, en la homónima obra del referido autor. Narra las desventuras del burlado Don Mendo Salazar, Marqués de Cabra, que se entera que su novia va a casarse con otro noble. No les cuento más, se cogen el tomo o se buscan el “film” en plataforma. De finales de los años setenta, recuerdo también una versión de “Estudio 1” protagonizada por Manolo Gómez Bur, ya talludito nuestro secundario insustituible, en una adaptación muy meritoria y llena de humor.
Pero el mérito está en la obra de partida. Muñoz Seca es creador de la “astracanada”, ese género un poco disparatado, basado en una práctica parodia continua, de situaciones inverosímiles, pero que tiene como propósito hacer reír por reír. Para mí absolutamente redentor, aunque ha pasado a la Historia con regular o escasa fortuna porque en general hacía algo de mofa de valores incontrovertibles establecidos en la época, como el teatro histórico del Modernismo Español o del propio Siglo de Oro. Como que reírse de “los clásicos” no estaba muy bien visto por la crítica. O mondarse a cuenta de la propia II República y del igualitarismo, pues tampoco.
Y le costó caro a Don Pedro Muñoz Seca tomarse tantas libertades en tiempos de barbarie. Fue víctima, a edad de 57 años, de la matanza genocida de Paracuellos del Jarama. Ya ven que hablo de genocidio sin esperar a un juez. Aquella escabechina imperdonable consistió en sacas de presos, supuestamente de bando sublevado, asesinados sumariamente sin cargos ni juicio. Brutalidades de la Guerra Civil sobre las que hemos pasado página sin demasiado brillo ni resarcimiento. El haber sido víctimas y a la vez verdugos parece que nos ha quitado legitimidad para juzgar y ser juzgados. No es el tema.
Que esta percha de hoy, a base de recuerdos de infancia y placer, me ha valido para venir a referirme a un nieto del ínclito Don Pedro, que no es otro que el también Don, Alfonso Ussía, al que creo algo heredero de las dotes literarias de su abuelo. Por lo afilado y hasta a veces pérfido de sus juicios y críticos sarcasmos, su facilidad para fijar objetivos, aunque a veces los considere errados. Libertad de conciencia y pluma, derecho inalienable y conseguido, recordemos, en reciente tiempo.
Por eso no voy a criticar su reciente escrito en el muy digno “digital” “El Debate”, con cuya línea editorial difícilmente vaya a coincidir, pero que respeto escrupulosamente.
Voy a limitarme a introducir a Don Alfonso en las razones que han impulsado a Don Miguel Ángel Revilla Roiz a intervenir en el acto “León nos necesita”, y aclararle algunos extremos en los que le encuentro un tanto ayuno. Normal, que la Provincia de León es ya por desgracia parte muy poco significativa de España, a base de gobiernos centrales que nos han usado de pasillo y de un gobierno autónomo también bastante ignorante de nuestras necesidades y que poco o nada hace por nuestra supervivencia, empeñado nada más que en el expolio de los recursos.
No voy a entrar en la disquisición historicista, ya que soy de la opinión de que, efectivamente, se rescata el término “Cantabria” de un desuso histórico prolongado, y que los habitantes de ese territorio tienen una idiosincrasia particular
La primera, y en la frente, es que ese acto no reivindica sólo la autonomía, sino un futuro viable para la Provincia de León y la denuncia de la inacción de las administraciones. Las asociaciones promotoras no impulsan un movimiento “triprovincialista” que incluya a Zamora y Salamanca, si bien dejan abierta la puerta a dichas incorporaciones si el sentir popular fuese en ese sentido.
No voy a entrar en la disquisición historicista, ya que soy de la opinión de que, efectivamente, se rescata el término “Cantabria” de un desuso histórico prolongado, y que los habitantes de ese territorio tienen una idiosincrasia particular que los distingue de asturianos, vizcaínos y, por supuesto, de los castellanos. Y digo que no entro porque ya aburrimos entre todos con versiones a favor y en contra del mismo fenómeno. Signo de los tiempos es la permanente reescritura de la Historia, para lo que siempre, y desde el signo que sea, se encuentran argumentos partidarios de una u otra tendencia.
Lo que sí desde luego discuto es que el haber permanecido en Castilla habría beneficiado a “Cantabria”. Temo, por el resultado que nos ha dado en León la práctica absorción por parte de Castilla, que a día de hoy y en esas circunstancias, el Puerto de Santander estaría en Zaratán, o, como mucho, en La Mudarra.
Los números cantan, y cualquier gobierno medianamente responsable habría puesto “pies en pared” si una provincia bajo su jurisdicción hubiera perdido el 20% de su población tras los cuarenta años de su mandato. Y lo mismo me da autónomo que central… pretender que somos ahora los autonomistas leoneses marionetas de Sánchez para entretener la situación es algo que habría que comentar también con el ínclito ministro Óscar Puente, que se está dejando el cortijo pucelano auténticamente “de dulce” a cuenta de desoír las demandas de los leoneses, a los que deja sin trenes y hasta sin estación de cercanías en la capital. Por no hablar de las comunicaciones con Galicia, que son otro despropósito y que sufren Ponferrada y El Bierzo entero en buena medida.
Así que Don Miguel Ángel Revilla no viene a León a una “cuchufleta”, sino a demostrar solidaridad con una provincia a la que se le hurtó el derecho a tener autonomía propia a cuenta de crear un “campeón” centralista y “castispañista”, reserva espiritual de los valores que construyeron España, en oposición a tanto litoral díscolo. La Junta de Castilla y León y los sucesivos gobiernos de España no han sabido o no han querido colocar a León donde le toca. No concebimos la autonomía como un fin, sino como un medio para que a León lleguen los fondos que por la Ley de Financiación Autonómica del 2009 le corresponden.
Y voy con cifras, que en 2025 nos deberían corresponder 2100 millones de euros y nos van a llegar 1500, menos que a La Rioja. Miren qué casualidad, otra provincia que escapó de “la quema” castellana y que con 120000 habitantes menos que León, va a recibir trescientos y pico de millones más. Y hablando de “la quema”, otra reciente responsabilidad de la Junta de Castilla y León con su indolencia y soberbia. Un 8% de la superficie de la Provincia de León, arrasada.
Comprendo a Don Alfonso, que desde su atalaya de Madrid no alcance a ver la miseria de los pueblos dejados a su suerte más allá de la Sierra de Guadarrama. No es el único ni será el último, contando con que se convenza. Otro dato, y me refiero a la Comunidad de Madrid, ese territorio pujante, alimentado por la diáspora de los pueblos vaciados. En 1983 la provincia de León tenía 523.000 habitantes. La de Madrid, de aquélla, unos 4,7 millones. Hoy somos en León 440.000 y en la comunidad madrileña 7,1 millones. No pedimos crecer como ese motor económico que es la Capital de España y toda su zona de influencia, pero, al menos, no mermar tan exageradamente debería ser un objetivo. Y me repito más que el ajo cuando hablo del horizonte 2050: 300000 habitantes en toda la Provincia de León. Un par de generaciones y prácticamente extintos.
Es por eso que le pido a Don Alfonso que no haga “astracanada” con los sentimientos dolientes de este pueblo que se ve desaparecer, y que no vea en Don Miguel Ángel Revilla sino al amigo solidario que viene a consolar y dar alguna razón para la esperanza en este funeral que parece ser el panorama de la Provincia de León. No hay engaño en el sentimiento solidario, ni afán de notoriedad, Que el expresidente no se debe a nadie, más allá de su conciencia.
A los leoneses sí que se nos va debiendo algo. Para empezar, respeto.