Hamas y la flotilla pacotilla: cuando el activismo se convierte en espectáculo

Vivimos la era del activismo de escaparate y profesionalizado, donde la tragedia se convierte en contenido y el sufrimiento en decorado para selfies. La guerra de Gaza no es una excepción; es su ejemplo más descarnado. Desde octubre de 2023, España ha desplegado un espectáculo de solidaridad selectiva que dice más sobre nuestras contradicciones políticas que sobre nuestro compromiso humanitario real.
La aritmética de la indignación selectiva
Los números no mienten, aunque los activistas prefieran ignorarlos. Gaza ha recibido 77.427 menciones mediáticas españolas en 23 meses, mientras Yemen acumuló apenas 12.560 en su primer año de conflicto. Una ratio de 6,2 a 1 que no se explica por la gravedad de las crisis: Yemen registra más de 400.000 muertes en una década, Tigray documentó entre 311.000-808.000 víctimas civiles, y los Uigures sufren un genocidio cultural con casi un millón de personas en campos de internamiento.
¿Dónde están las manifestaciones de miles de personas por los niños yemeníes? ¿Las flotillas humanitarias hacia Etiopía? ¿Las acampadas universitarias por los musulmanes chinos? La respuesta es incómoda: el activismo español no responde a la gravedad del sufrimiento, sino a alineaciones ideológicas que convierten algunas tragedias en causas de moda y otras en inconvenientes silenciados.
La Red Solidaria Contra la Ocupación de Palestina (RESCOP) ha coordinado 18 movilizaciones nacionales desde octubre de 2023, con un aparato organizativo que maneja más de medio centenar de organizaciones y genera campañas sofisticadas. Pero sus mismos líderes guardan un silencio sepulcral sobre las masacres del régimen sirio, las políticas genocidas chinas o la limpieza étnica en Tigray. No es casualidad: son conflictos donde sus referentes geopolíticos —Rusia, China, Irán— son los verdugos, no las víctimas.
Hamas: llamar a las cosas por su nombre
Empecemos por lo obvio: Hamas no es un movimiento de liberación nacional, sino una organización terrorista financiada por Irán con cientos de millones de dólares anuales que convirtió Gaza en una base militar subterránea. Su estrategia es conocida desde octubre de 2023: atacar civiles israelíes para provocar una respuesta militar que genere víctimas palestinas fotografiables.
El 7 de octubre no fue una "resistencia espontánea" sino una operación planificada para torpedear los Acuerdos de Abraham que normalizaban las relaciones entre Israel y los países árabes. Hamas sabía exactamente qué reacción provocaría y calculó fríamente el coste en vidas palestinas. Como admiten sus propios líderes, cada muerte civil en Gaza es "oxígeno" para su causa internacional.
La táctica de escudos humanos no es un efecto colateral, sino el núcleo de su estrategia militar. Construir túneles bajo hospitales, almacenar armas en escuelas, lanzar cohetes desde zonas residenciales: todo está diseñado para maximizar las víctimas civiles palestinas cuando Israel responde. Es terrorismo con contabilidad de marketing.
La industria española del gesto vacío
Frente a esta realidad, España ha desplegado un ecosistema entero de activismo performativo que prioriza la estética sobre la eficacia. Como por ejemplo la famosa flotilla española son su síntesis perfecta: mucho ruido mediático, poca ayuda real.
La "Flotilla Global Sumud" que partió de Barcelona en agosto de 2025 con más de medio centenar de barcos prometía romper el bloqueo israelí de Gaza.
Resultado: algunos barcos tuvieron que volver a los 10 kilómetros por las olas del Mediterráneo, otros se perdieron en rutas que parecían más turísticas que humanitarias, y la opacidad sobre la carga real de ayuda fue absoluta. Más tarde se supo que algunos activistas aprovecharon para hacer turismo gastronómico en Mallorca —"paellas por Palestina"— antes de continuar su "misión humanitaria".
El caso del barco Madleen es emblemático: partió de Sicilia con Greta Thunberg a bordo para romper el bloqueo, pero la operación parecía más diseñada para generar contenido viral que para entregar ayuda médica. Cuando Israel lo interceptó a 185 km de Gaza, los activistas ya habían conseguido su objetivo: trending topic global y videos para TikTok.
Esta frivolización tiene consecuencias reales: desvía recursos hacia operaciones sin control ni trazabilidad mientras las ONG serias que trabajan sobre el terreno y luchan por conseguir fondos para medicina real, no para combustible de barcos fotogénicos.
Los datos que no interesan al activismo
Hablemos de información rigurosa, esa commodity escasa en el activismo de tendencia. El Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamas, cambió su metodología desde noviembre de 2023: pasó de registros hospitalarios verificables a depender mayormente de "reportes mediáticos" no verificados que ahora representan la mayoría de fatalidades reportadas.
La Henry Jackson Society documentó errores sistemáticos grotescos: jóvenes de 22 años registrados como niños de 4 años, hombres de 31 como bebés de 1 año, combatientes masculinos registrados como mujeres civiles.
La Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) tuvo que revisar silenciosamente en mayo de 2024 las cifras de muertes de Gaza para mujeres y niños hacia abajo en un 47%, admitiendo implícitamente los problemas de calidad.
Mientras tanto, 98% de los 1.378 artículos de grandes medios internaciomañes citaron las cifras de Hamas sin verificación, mientras solo 5% mencionó fuentes israelíes. Menos del 2% advirtió que los datos eran no verificables. Esta es la "información" que consume el activismo español para justificar su indignación selectiva.
La política del humo hacia fuera, el silencio hacia dentro
El gobierno español ha convertido la causa palestina en cortina de humo perfecta para tapar sus escándalos domésticos: mientras Pedro Sánchez declara a Israel "Estado genocida" en el Parlamento, España ha mantenido contratos armamentísticos con empresas israelíes por valor de 1.000 millones de euros y completó 88 envíos de armas entre octubre 2023 y marzo 2024.
Es la política del gesto calculado: España reconoció el Estado palestino en mayo de 2024 (decisión simbólica sin consecuencias prácticas) mientras vendía armas por 5,3 millones de euros al mismo Israel que supuestamente boicoteaba. Contradicción perfecta entre la retórica para consumo interno y la realpolitik para los negocios reales.
Los universitarios españoles, coordinados por redes internacionales sofisticadas como el BDS y PACBI, han logrado que más de cuarenta universidades suspendan relaciones con Israel. Victorias simbólicas que contrastan con su incapacidad total para generar presión equivalente contra universidades chinas que participan en la represión uigur o contra instituciones rusas que justifican la invasión de Ucrania.
El contexto que se ignora sistemáticamente
Ningún análisis serio puede obviar el papel documentado de Irán como coordinador central de una red de proxies con 140.300-183.500 combatientes estimados en la región. El régimen iraní invierte 700 millones de dólares anuales en Hezbolá y 100 millones históricos en grupos palestinos, coordinando la estrategia a través de la Fuerza Quds del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica.
Esta es una guerra proxy regional donde Hamas funciona como peón de Teherán para impedir cualquier normalización entre Israel y el mundo árabe sunní. Los activistas españoles, voluntaria o involuntariamente, se han convertido en amplificadores de esta estrategia iraní mientras ignoran completamente las ambiciones hegemónicas del régimen que lapida mujeres por no llevar velo.
Qué sería serio (y por qué no interesa)
La ayuda humanitaria real requiere logística aburrida: permisos internacionales, corredores negociados, coordinación con OCHA, listas de prioridades (medicamentos, agua, generadores eléctricos), auditorías transparentes. No da likes en Instagram ni genera trending topics.
Las ONG serias que trabajan en Gaza y funcionan con protocolos rigurosos, personal especializado y rendición de cuentas. Sus operaciones son técnicas, no fotogénicas. Por eso reciben menos atención mediática que las flotillas de activistas que se sacan selfies bailando en cubierta.
Un activismo responsable exigiría: transparencia total sobre el destino de las donaciones, auditorías independientes de las operaciones, coordinación real con organizaciones humanitarias profesionales, y sobre todo, renuncia al protagonismo personal que convierte la ayuda en performance.
La trampa de la equidistancia moral
Condenar los métodos terroristas de Hamas no impide criticar la desproporcionalidad de algunas respuestas israelíes. Al revés: solo desde la claridad moral sobre quién inició esta escalada se puede exigir responsabilidad a todas las partes. La equidistancia cómoda entre el verdugo que se esconde tras civiles y quien intenta neutralizarlo es la forma más perezosa de lavarse las manos.
El derecho internacional reconoce el derecho a la autodefensa (Artículo 51 de la Carta de la ONU) cuando se cumplen tres criterios: ataque armado previo, necesidad y proporcionalidad. Los ataques del 7 de octubre constituyen indiscutiblemente la primera condición. El debate legítimo está en las otras dos, pero negarlo equivale a negar el derecho de cualquier Estado a proteger a sus ciudadanos del terrorismo.
El coste de la frivolidad
Esta industria del activismo performativo no es inofensiva. Primero, desinforma: quien ve el espectáculo cree que "se está haciendo algo" efectivo. Segundo, desvía recursos de organizaciones que sí trabajan sobre el terreno hacia operaciones mediáticas sin control. Tercero, trivializa el sufrimiento real convirtiéndolo en contenido para influencers de la causa.
Pero su daño más grave es moral: convertir la solidaridad en narcisismo colectivo donde lo importante no es aliviar el dolor ajeno sino demostrar la propia pureza ideológica. Los palestinos que sufren de verdad se convierten en extras de una película donde los protagonistas son los activistas occidentales que se graban ayudando.
La hora de la seriedad
España tiene un problema con la frivolidad política que convierte cada crisis internacional en oportunidad de postureo doméstico. Menos flotillas de verano y más corredores humanitarios negociados. Menos manifestaciones con pancarta y más logística sanitaria eficaz. Menos declaraciones grandilocuentes y más diplomacia discreta que salve vidas reales.
Si queremos ayudar a los palestinos de Gaza, empecemos por exigir que Hamas deje de usarlos como escudos humanos. Si queremos paz en Oriente Medio, dejemos de alimentar las estrategias de quienes viven de la guerra perpetua. Y si queremos un activismo respetable, pongamos el mismo empeño en todas las tragedias, no solo en las que nos permiten señalar a Occidente como culpable.
La tragedia no es un plató de televisión. Las víctimas no son figurantes. Y la solidaridad se mide en vidas salvadas, no en likes conseguidos.