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Radiografía del cinismo: así ejerce el poder el Gobierno

En los últimos días, la opinión pública española ha sido sacudida por la publicación de conversaciones privadas vía WhatsApp entre el presidente del Gobierno y su antiguo ministro Ábalos...

En los últimos días, la opinión pública española ha sido sacudida por la publicación de conversaciones privadas vía WhatsApp entre el presidente del Gobierno y su antiguo ministro Ábalos. Estos mensajes, que jamás debían haber visto la luz según parte de sus protagonistas, y que según la otra parte son un primer toque de atención, han revelado una realidad paralela, un submundo donde las máscaras institucionales caen y emerge la verdadera naturaleza del poder. No estamos ante simples indiscreciones o comentarios desafortunados; estamos ante la radiografía más descarnada del funcionamiento interno de quien dirige los destinos del país.

Podríamos comenzar señalando algo que, aunque escandaloso, no debería sorprendernos tanto: el hecho de que el presidente mantenga contacto fluido y cordial con quien fue su mano derecha durante años, incluso después de haber caído en desgracia por presuntas ilegalidades. Esta lealtad personal podría parecer loable en un contexto de amistad privada, pero resulta profundamente perturbadora cuando involucra a quien ostenta la máxima responsabilidad institucional del país. ¿Qué clase de mensaje envía un presidente que mantiene comunicación amistosa con un colaborador salpicado por graves acusaciones de corrupción? ¿Qué valores transmite quien, en lugar de marcar distancias con prácticas posiblemente delictivas, mantiene la cercanía personal como si nada hubiera ocurrido? No es solo una cuestión de apariencias; podría ser la evidencia de una concepción del poder donde la lealtad personal prevalece sobre la ejemplaridad pública, donde los vínculos de amistad o camaradería están por encima del servicio limpio a las instituciones. Sin embargo, la naturaleza de los mensajes publicados sugiere con fuerza que el propósito real podría distar de una simple lealtad, inclinándose más hacia una clave de protección y aviso mutuo. De todas formas, esta confusión consciente entre lo público y lo privado supone una degradación sin precedentes de la ética institucional. Sin embargo, siendo esto sumamente grave, no constituye el aspecto más alarmante de lo descubierto.

El segundo aspecto que merece nuestra atención, aunque tampoco sea el más grave, es la actitud abiertamente autoritaria que el presidente muestra ante las voces críticas dentro de su propio partido. Los mensajes revelan a un líder obsesionado con el control absoluto, incapaz de tolerar la más mínima discrepancia, dispuesto a aplastar cualquier atisbo de pensamiento independiente en sus filas. Esta personalidad, con una obsesión por el control que roza lo paranoico y rasgos que podrían calificarse de profundamente autoritarios, se manifiesta en expresiones de desprecio hacia quienes no muestran sumisión total. 

Algunos podrían argumentar, con una generosidad injustificable, que tales comportamientos son inherentes a la dirección de grandes organizaciones o países. Pero esta justificación no resiste el más mínimo análisis: estamos hablando de un partido que se proclama abanderado de la democracia interna y la participación, liderado por alguien que en la intimidad exhibe tendencias propias de regímenes autoritarios. Las conversaciones desvelan un presidente que concibe el poder como un fin en sí mismo, no como un instrumento al servicio de ideales o programas. Un líder que percibe la crítica como traición y la lealtad como obediencia ciega. Este comportamiento dictatorial debería hacer saltar todas las alarmas en una democracia sana, pero ni siquiera esto constituye el punto más preocupante.

El tercer elemento que emerge de estas conversaciones es la falta absoluta de respeto hacia sus propios compañeros de partido y de gobierno. Los mensajes están plagados de motes despectivos, comentarios humillantes y juicios despiadados sobre quienes públicamente presenta como colaboradores valorados y respetados. Esta dualidad entre el discurso público de camaradería y el desprecio privado sistemático revela una hipocresía institucionalizada que corrompe desde dentro todo el sistema. ¿Cómo confiar en quien sonríe y elogia ante las cámaras a las mismas personas que ridiculiza en la intimidad? Pero seamos honestos: ¿realmente podíamos esperar algo diferente? Un presidente que ha hecho del menosprecio público hacia la oposición una de sus señas de identidad, que ha cultivado actitudes chulescas como estrategia política, difícilmente podría comportarse con respeto genuino en sus comunicaciones privadas. 

Falta de tacto

El problema no reside en la ocasional falta de tacto o en el uso de un lenguaje coloquial; estamos ante un patrón sistemático de desprecio que revela la verdadera naturaleza de quien ejerce el poder. Este desprecio generalizado hacia colaboradores, adversarios y, como veremos, hacia los propios ciudadanos, no es circunstancial sino esencial en su personalidad política. Es la manifestación de quien concibe la política como un campo de batalla donde todos, incluso los supuestos aliados, son potenciales enemigos o simples peones sacrificables. Esta toxicidad en las relaciones personales contamina inevitablemente las decisiones políticas, pero aún no hemos llegado al fondo del abismo.

El cuarto aspecto que emerge de estas conversaciones, absolutamente execrable pero todavía no el más grave, son las referencias que sugieren la participación del presidente, directa o indirectamente, en operaciones de tráfico de influencias relacionadas con su esposa y actividades vinculadas a instituciones europeas. Los mensajes contradicen frontalmente sus declaraciones públicas, en las que ha negado categóricamente cualquier conocimiento o intervención en estos asuntos. Estamos, por tanto, ante la evidencia de mentiras deliberadas a los ciudadanos sobre cuestiones que afectan directamente a la integridad institucional. En cualquier democracia madura, estas revelaciones bastarían para provocar una crisis política de primer orden. 

Sin embargo, en el caso que nos ocupa, estas mentiras comprobadas se diluyen en un patrón de comportamiento donde el engaño se ha normalizado hasta convertirse en método de gobierno. Una mentira se suma a otra hasta formar un entramado tan denso que la verdad queda sepultada bajo capas de falsedad. La sociedad española se ha visto sometida a un bombardeo sistemático de medias verdades, omisiones calculadas y negaciones descaradas que han erosionado la confianza en la palabra pública hasta límites desconocidos. Este desprecio por la verdad como valor democrático fundamental constituye una de las formas más peligrosas de corrupción política, pero sorprendentemente, ni siquiera esta degradación moral representa el punto más alarmante de lo que los mensajes revelan.

Llegamos así al aspecto verdaderamente sobrecogedor, el que debería provocar la indignación más profunda en cualquier ciudadano, independientemente de su ideología: las conversaciones desvelan que el presidente es plenamente consciente del daño que ciertas políticas de su gobierno causarán precisamente a los ciudadanos que confían en él y le otorgan su apoyo. Los mensajes contienen un reconocimiento explícito de que la legislación sobre vivienda "afectará radicalmente al mercado", con consecuencias potencialmente devastadoras para millones de personas, incluyendo a muchos de sus votantes. Y lo más escalofriante: esta conciencia del daño no genera reconsideración alguna, sino cálculos sobre cómo gestionar políticamente la situación para minimizar el coste electoral. Estamos ante la forma más extrema de cinismo político: quien solicita el poder para supuestamente defender los intereses de un grupo social diseña conscientemente políticas que perjudican a ese mismo grupo, mientras públicamente las presenta como beneficiosas.

El servicio público

Esta es la traición definitiva, el momento en que la política abandona completamente cualquier pretensión de servicio público para convertirse en puro ejercicio de poder por el poder. Ya no estamos ante errores de cálculo, desviaciones ideológicas o simples incompetencias; estamos frente a la perversión absoluta del mandato democrático. Un gobernante que reconoce en privado que sus políticas dañarán a sus votantes, pero sigue adelante por puro cálculo electoral o ideológico, ha cruzado todas las líneas rojas éticas que sustentan el contrato social democrático.

Este cinismo final revela la verdadera naturaleza del ejercicio del poder: la traición calculada a los propios principios declarados y a los ciudadanos que depositaron su confianza en ellos. Las democracias no solo se deterioran por escándalos de corrupción, tendencias autoritarias o mentiras sistemáticas; se desmoronan cuando se rompe el vínculo fundamental entre representantes y representados, cuando quienes gobiernan lo hacen conscientemente contra los intereses de quienes dicen representar.

Las conversaciones filtradas no son solo un escándalo más en la política española; son la confirmación de que estamos ante una concepción del poder que ha perdido cualquier conexión con los valores democráticos fundamentales. No son las formas, no es el lenguaje, no son siquiera las posibles ilegalidades lo que resulta más perturbador; es la certeza de que quien gobierna lo hace contra los intereses de los ciudadanos, con pleno conocimiento y absoluta premeditación. Este es el verdadero rostro del poder que se esconde tras los mensajes de WhatsApp: un desprecio profundo hacia la ciudadanía, una instrumentalización cínica de las instituciones y una traición consciente al mandato democrático.

Ante esta realidad descarnada, la sociedad española debe preguntarse si puede seguir confiando en un sistema donde la mentira y el cinismo se han convertido en los ejes vertebradores de la acción política. Las conversaciones entre el presidente y su exministro no son solo una ventana indiscreta a la intimidad del poder; son el espejo donde se refleja la degradación moral de toda una forma de entender y ejercer la política. Y lo más alarmante: son la prueba de que esa degradación no es accidental ni circunstancial, sino consciente y deliberada. Y este es el pistoletazo de salida para acabar con este silencio de los corderos y defender nuestra democracia.