Contra el éxodo, emprendimiento

En tiempos de cambios rápidos y ciudades que se vacían, hay celebraciones que nos recuerdan quiénes somos y qué podríamos llegar a ser. León, en pleno corazón de sus fiestas, nos ofrece algo más que música y alegría: nos brinda la oportunidad de mirar con otros ojos lo que ocurre a nuestro alrededor. A veces, entre un bocado y una canción, también se cuecen pequeñas revoluciones.
El festival gastronómico Come y Calle, que acompaña las fiestas de la ciudad desde 2015, cumple este junio diez años de vida. Lo que empezó con unas pocas foodtrucks en el Parque San Francisco, casi como una novedad curiosa, es hoy una cita indispensable para leoneses de todas las edades. No hay perfil que no se vea reflejado en sus paseos: niños jugando, grupos de amigos compartiendo mesas, parejas paseando, nuestros mayores disfrutando de la música y animales de compañía correteando. Es una imagen de ciudad viva, enérgica, abierta, que disfruta de los propio sin complejos.
Come y Calle no solo es un clásico, es también un reflejo de cómo León sabe reinventarse sin perder su esencia. Pero más allá de la fiesta y el ambiente, hay una historia que este año merece ser contada: la de una nueva foodtruck que apuesta por lo local y lo artesanal, y que está dando mucho que hablar en los últimos días.
El protagonista es un joven emprendedor de Banuncias, un pequeño pueblo que no suele salir en los titulares, pero que hoy se cuela en las conversaciones gracias a su proyecto, La melino. Su secreto no está en grandes artificios, sino en algo más sencillo y cada vez más valorado por el público: la calidad de la materia prima, el producto local y una dedicación que salta a la vista —y al paladar—. En plena era del "todo rápido", este joven comprometido con su tierra apuesta por lo bien hecho y nos ofrece una experiencia honesta, cuidada y con sello leonés.
¿Cuántos otros podrían hacer lo mismo si existiera más apoyo, más visibilidad o más confianza?
Y aquí es donde el tema deja de ser solo gastronómico. Porque en una provincia como la nuestra, donde cada año demasiados jóvenes hacen las maletas rumbo a Valladolid, Madrid o mucho más lejos, ver a uno de los nuestros triunfar aquí, es un soplo de esperanza, pero también motivo de reflexión. No es casualidad que con tan solo un mes tras los fogones haya sido entrevistado para la televisión local o que triunfe en redes sociales, es el resultado del esfuerzo, la pasión y el talento que tenemos de sobra en León, aunque no siempre nos lo creamos.
Celebrar la gastronomía está bien, pero urge celebrar también el emprendimiento local, ese que nace en pequeños pueblos para romper así con la narrativa resignada de que aquí no hay futuro. ¿Cuántos otros podrían hacer lo mismo si existiera más apoyo, más visibilidad o más confianza? No podemos seguir viendo cómo generaciones enteras se van por falta de oportunidades porque el talento, la creatividad y el compromiso se exporten sin retorno.
Y eso no se hace solo con palabras, sino con políticas reales, con espacios para emprender y con decisiones conscientes como consumir lo nuestro, apoyar al de al lado y apostar por los que aún creen que esta tierra merece ser vivida
León no puede permitirse seguir perdiendo talento. Tenemos cultura, tenemos historia, tenemos una gastronomía que muchos envidiarían, y una forma de vivir que no se compra en las grandes capitales. Lo que falta —muchas veces— es creer en ello y ponerlo en valor. Y eso no se hace solo con palabras, sino con políticas reales, con espacios para emprender y con decisiones conscientes como consumir lo nuestro, apoyar al de al lado y apostar por los que aún creen que esta tierra merece ser vivida.
Las fiestas de San Juan y San Pedro son mucho más que una tradición; son una oportunidad para mirar hacia dentro y preguntarnos qué tipo de ciudad queremos ser. Si de verdad queremos que León tenga futuro, no basta con aplaudir desde la barrera: hay que apostar por quienes se atreven a construirlo aquí. Porque emprender en León no debería ser un acto de valentía, sino una opción natural. Y quizás entonces, en lugar de ver cómo se marchan, empezaremos por fin a ver cómo se quedan.
Porque el futuro, si queremos, también puede cocinarse aquí.