'Último día en Budapest'. Sándor Márai
Hay muchas maneras de leer una novela. Yo he tardado mucho en acabar esta, de apenas 200 páginas, por el puro placer de leerla despacio sabiendo desde el principio cuál era el final. Y no solamente por el título tan significativo con que se tradujo aunque reconozco que ‘Simbad vuelve a casa’ hubiera sido menos revelador y quizá más poético. Leer con tranquilidad, sabiendo que el argumento de esta obra es de una sencillez incontestable, implica disfrutar como pocas veces ocurre en literatura de la palabra en sí misma y de ese ambiente que el narrador es capaz de construir jugando con lo real e irreal pero que el lector siente tangible en cualquier caso.
Para la traducción alemana de esta obra, que apareció en 1978, Sándor Márai escribió unas reveladoras páginas previas que se han incorporado en la edición española. En ellas el autor señala claramente como protagonista, al que califica de antihéroe, al escritor húngaro Gyula Krúdy (1878-1933), uno de los pertenecientes a la Generación Nyugat, al que consideraba su maestro. Krúdy, muerto en extrema pobreza y olvidado por la literatura húngara del momento, fue el autor de unas 60 novelas además de miles de relatos cortos y artículos periodísticos. Entre esas novelas se encuentra aquella de la que Sándor Márai tomó el título de su propia novela y el nombre del protagonista: ‘Las aventuras de Simbad’(1911).
Simbad vuelve a casa
Krúdy, que como muchos otros escritores escribía habitualmente en los numerosísimos cafés y tabernas de Budapest, pertenecía a una generación herida de muerte que en 1920 asistió tras el Tratado de Trianon al desmembramiento del reino de Hungría que perdió casi el 70% de su territorio, repartido entre Eslovaquia, Rumanía, Croacia, Serbia, Eslovenia, Austria o Ucrania. El propio Márai nació húngaro y murió eslovaco. Esa situación no explica la novela íntegramente pero ayuda a comprender la nostalgia de lo perdido, presente en todas y cada una de sus páginas de ‘Último día en Budapest’.
En una mañana de mayo cualesquiera, Simbad sale de su casa, tras asegurarle a su esposa que regresará a la hora de cenar y lo hará trayendo a casa algo de dinero. Porque en la casa no hay con qué pagar la factura de la luz cortada, saldar las deudas de comestible fiados ni comprar un vestido a Zsóka, la hija pequeña. Los 70 pengős necesarios solamente pueden salir de un artículo para la prensa, que Simbad se propone escribir, como siempre, en una taberna.
El tiempo de la narración es un único día, que se alarga de manera misteriosa y seductora y que discurre por unos escenarios reales que, sin embargo, Simbad no reconoce porque los ve no como son, sino como eran. Y así se los muestra al lector. Es un viaje por la memoria personal del protagonista y, a la vez. colectiva de Hungría que Simbad realizará en un anticuado y ya desusado carruaje de dos caballos guiado por un cochero bebedor que lo acompañará durante todo el día, y también junto a Artúr, el cuentacuentos.
Todo lo demás que se añada, que podría ser mucho, no agregará absolutamente nada al argumento. Sándor Márai realiza un ejercicio literario que, por sí solo, de no haber escrito nada más, le habría consagrado como un talentoso y fantástico prosista de la literatura húngara que él retrata con pasión a través de largos paréntesis, capaces de dejar la acción en suspense, que surgen como un torrente incontrolable en el que la ilusión se entrelaza con la realidad.
Creo que es casi imposible no disfrutar de esta increíble novela. Eso sí, si se lee ‘Último día en Budapest’ con la misma lentitud evocadora con la que fue escrita. Saboreando los sentimientos, pasiones, bohemias, duelos románticos, detalles de la vida social de las gentes que Simbad parece conocer al dedillo. Pero no hay que olvidar que, más allá de la realidad de Simba/Krúdy, está Sándor Márai y que en esta obra, si se sabe mirar con atención, están muchas de las claves de su propia vida.