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365 leoneses | Mari Cruz Oliver, carnicera

"Llevo 25 años trabajando en Carnicerías Lorpy y aún hay días que aprendo algo nuevo"

Detrás del mostrador de las carnicerías de barrio se esconden historias de dedicación, oficio y cercanía, como la de Mari Cruz, una mujer que lleva más de dos décadas dando lo mejor de sí en cada corte y en cada saludo
 
Mari Cuz
Mari Cuz Oliver despachando en Carnicerías Lorpy.

A las ocho de la mañana ya está todo en su sitio. Los cuchillos afilados, la vitrina limpia, los embutidos bien ordenados, y Mari Cruz con el delantal puesto y el saludo en la cara. Así comienza cada jornada en Carnicerías Lorpy, donde lleva trabajando desde que tenía 20 años. "Son 25 años aquí, y aún hay días que aprendo algo nuevo", dice. 

Mari nació en León hace 45 años, aunque hace tiempo que vive en Trobajo. No terminó los estudios. "A los 17 lo dejé porque no me gustaba estudiar", cuenta. Al año siguiente hizo un curso de carnicería, sin tener claro del todo que ese sería su camino. Y lo que empezó como una prueba, se convirtió en una vocación.

Sus comienzos

Entró primero en un supermercado, ayudando en la charcutería y echando una mano al carnicero. Allí se formó en la práctica, observando, preguntando, cortando con miedo al principio, pero con confianza con el tiempo. A los 20, cuando entró en Lorpy, ya tenía clara una cosa: quería quedarse. "Aquí encontré mi sitio. Aprendí a tratar al cliente, a elegir la carne, a valorar lo que significa dar calidad".

Para Mari, su trabajo va mucho más allá de despachar. "Mi papel en la comunidad es darle lo mejor a cada cliente. Hay que cuidar lo que se pone en la mesa, y también cómo se entrega". Lo que más le gusta es estar de cara al público, aunque reconoce que no todos los días son iguales. "Hay clientes de todo tipo. Algunos son muy exigentes, otros comprensivos. Pero a todos hay que tratarlos con respeto. Igual que quieres que te traten a ti".

Cambios en el oficio

La rutina ha cambiado en estos 25 años. "Antes se hacían más cosas a mano, y las básculas o las cajas eran muy distintas. Todo se ha modernizado, pero el contacto humano sigue siendo lo más importante". Ese contacto es, precisamente, lo que más valora: las historias, las bromas, los saludos diarios. Aunque no quiere contar anécdotas concretas "para no ofender a nadie", dice que hay muchas que se le han quedado en el corazón. "He visto crecer a niños que ahora vienen con sus hijos. Eso te marca".

Entre los productos que más vende están los clásicos de la tierra: el pollo, el cerdo, la ternera… pero también los embutidos que hacen que León sea León. "El chorizo, la morcilla… y sobre todo la cecina curada de vaca".

Su receta favorita tampoco sorprende: el cocido leonés. "Me encanta porque lleva de todo: carne fresca, carne curada, chorizo, morcilla… y cuando está bien hecho, es inigualable".

La importancia de las carnicerías de barrio

Mari tiene una manera sencilla de decir las cosas, pero cada palabra deja huella. Como cuando habla de la importancia de seguir comprando en las carnicerías de barrio. "Los supermercados son muy cómodos, pero la calidad no es la misma. Y el trato tampoco. Aquí conocemos a la gente por su nombre. Sabemos lo que les gusta, lo que no, cómo cortarles la carne. Eso no lo da una pantalla ni una oferta".

A quienes se están planteando entrar en el oficio, les lanza un consejo claro: "Que no se desesperen. Es un oficio muy bonito, pero hay que tener paciencia y ganas. Aquí se aprende todos los días, incluso después de 25 años".

Su historia es la de muchas personas anónimas que hacen grande a León desde la trastienda del día a día. Mari no ha salido en la tele, ni ha sido portada de nada. Pero cada vez que alguien vuelve a su casa con una buena pieza de carne o un embutido bien elegido, hay un poco de ella en esa comida. Y eso, sin duda, también es dejar huella.