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Reportaje

Jesús Calleja, 25 años después del Everest

Se cumple un cuarto de siglo de la histórica ascensión al techo del mundo el 30 de mayo de 2005, una hazaña que marcó el inicio de su vida dedicada a la aventura | “Ese día cambió el rumbo de mi vida”, asegura
Jesús Calleja, en el Everest, la cima que marcó su vida.
Jesús Calleja, en el Everest, la cima que marcó su vida.

A las 9:20 de la mañana del 30 de mayo de 2005, hora de Nepal, Jesús Calleja alcanzó la cima del Everest, la montaña más alta del planeta. Desde allí, como él mismo relata, “se ve la curvatura de la Tierra”. Fue un ascenso épico, solitario, con una sola botella de oxígeno y un sherpa, en uno de los años más duros que se recuerdan en el Himalaya.

“El día que subí el Everest fue el día más importante de mi vida”, aseguraba Calleja en declaraciones a National Geographic. “Descendiendo de la montaña me di cuenta de que lo único que quería era vivir de la aventura”. Ese fue el momento —revela— en que supo que no volvería a un trabajo convencional. Que su lugar estaba allí arriba, donde solo llegan unos pocos.

El sueño de un niño que no quería pescar

Jesús Calleja, con corazón de León, siempre ha recordado que su amor por la montaña fue precoz. “Desde pequeñín lo tenía claro”, explica. “Mi padre era pescador y nos llevaba al campo, pero a mí no me interesaba la caña, me atraían las montañas. Me perdía, sí, pero sentía una fiebre innata por el alpinismo que nadie en mi familia tenía”, recordaba. Esa vocación natural lo empujó a formarse en todas las disciplinas: escalada, hielo, grandes cumbres… hasta que el Everest apareció como una meta inevitable.

A su llegada al Himalaya en 2005, Calleja no era un novato: ya había realizado más de 30 ascensiones a seismiles y varios sietemiles. El Everest era la cima soñada que esperaba su momento.

Condiciones extremas y un permiso a punto de caducar

Aquel año, las condiciones meteorológicas en el Everest fueron extremas. Avalanchas arrasaron los campamentos I y II, la esperada ventana de buen tiempo parecía no llegar, y muchos equipos desistieron. A Calleja le quedaban solo dos días de permiso para estar en la montaña. La decisión era clara: o subía entonces, o no lo haría.

El 26 de mayo, tras meditarlo en su tienda de campaña en el campo base, emprendió el ascenso. “No tenía para más. Iba con lo imprescindible”, recuerda. Frente a las grandes expediciones llenas de porteadores, él apostó por la ligereza, el coraje y la determinación.

La cima, cuatro días después, fue el premio a una apuesta sin red.

Vivir en una tienda para tocar el cielo

Calleja no idealiza la experiencia. “Nadie te lo dice, pero el 80% de la expedición es una mierda”, afirma con franqueza. “Te dan hipoxias, vives confinado durante más de dos meses en unos pocos metros cuadrados. Es durísimo”. Pero al llegar a la cima, todo cambió.

“Sentí algo sublime. Sabía que ese era mi sitio, que eso era lo que quería hacer el resto de mi vida”, confiesa.

El dato curioso: alcanzó la cumbre el mismo día —30 de mayo— que Edmund Hillary y Tenzing Norgay en 1953, aunque, como él mismo señala, fue una coincidencia marcada por una breve mejora del tiempo.

El Everest, 25 años después

En estas dos décadas y media, el Everest ha cambiado. Calleja también. Ahora es un rostro muy conocido en televisión y divulgador de aventuras, pero sigue siendo montañero. “Hoy se habla mucho de la masificación del Everest, pero lo que ha cambiado realmente es cómo se cuenta la experiencia”, explica en sus entrevistas. “En 2005 salía el primer equipo portátil de comunicación; hoy todo se sube en tiempo real a redes sociales. Eso genera más anhelos, más intentos… y más éxito también”, añade.

Aun así, asegura que la montaña mantiene su mística: “Aunque muchos crean que se ha banalizado, el Everest sigue siendo el Everest”.

“Vivir de la aventura”: el legado de una cima

Desde aquel 30 de mayo de 2005, Jesús Calleja no ha dejado de moverse. Ha escalado montañas, buceado en profundidades abisales, competido en rallies extremos y protagonizado aventuras televisivas; la última, llegar al espacio. Pero todo empezó allí, en la cima del mundo, con una decisión a contrarreloj y el corazón lleno de sueños.

“El Everest me cambió para siempre. Fue el primer sueño que cumplí. Y después vinieron muchos más”, concluye. A los 25 años de aquella proeza, Calleja mira hacia atrás y hacia adelante, con la misma pasión de aquel niño que prefería las montañas a la caña de pescar.