El tiempo

El apagón

Empezaba a media mañana, a escribir mi columna quincenal cuando el apagón me ha dejado sin ordenador...

Empezaba a media mañana, a escribir mi columna quincenal cuando el apagón me ha dejado sin ordenador.  A la vista de que la cosa iba para largo, lo que constaté por algún whatsapp renuente, bajé desde el despacho de la Facultad dando un paseo hasta el centro, comprobando in situ las caras de extrañeza de todos (y me incluyo) por lo que estaba pasando. 

Los comercios, los bancos y las oficinas a oscuras, con las puertas abiertas y la gente a la puerta, y los bares igual, aunque no faltaba gente en las terrazas hablando del suceso.  Me ha hecho gracia una señora mayor que le decía a otra que ella con ensalada y embutido ya tiraba (en otros sitios son latas, aquí, que somos de León, embutidos); tampoco faltaba quien comentaba riéndose, “como en la pandemia, y sin Netflix, morimos todos”. El sentido del humor que nunca falte.  

Un apagón masivo que afecta a todo el país provoca, lógicamente, el caos en el transporte, en las comunicaciones, en las infraestructuras esenciales, en los hospitales, en los centros educativos...   

De camino fui pensando que qué suerte había tenido porque uno de mis compañeros, experto laboralista, se había tomado en serio hace unos años poner puertas de emergencia en la Facultad que se abren fácilmente desde dentro; en otro caso, y dado que nos hemos modernizado tanto que la cerradura es eléctrica, como casi todos los mecanismos que manejamos a diario, todavía estaría allí esperando la vuelta de la luz.  Me vino a la cabeza José Luis López Vázquez en la cabina, imagen que los de mi generación llevamos grabada a sangre y fuego y que simboliza el encierro involuntario más dramático que he visto en mi vida y que, por desgracia, algunos habrán padecido hoy en algún ascensor. Solo nos damos cuenta de estas cosas cuando pasa algo así.  

Como esto no mejoraba por la tarde, en casa ya, me he planteado retomar el clásico boli Bic que a muchos nos acompañó durante tantos años como alternativa única para expresar nuestros pensamientos, y aunque me ha costado un poco- lo reconozco- y me sentía como una colegiala haciendo una redacción, he retomado la sana costumbre de bocetar unas notas que me han servido para, ahora que ha vuelto la luz, escribir esta columna.  Retomo esas notas y las ordeno un poco. 

La primera idea sobre la que estuve reflexionando y que quiero trasladarles, es la fragilidad de nuestra red eléctrica cuando ahora eléctrico es prácticamente todo.  Este apagón que en León ha durado siete horas evidencia que, en este mundo de hiper conectividad absoluta, a pesar de los innumerables avances tecnológicos, nuestras redes siguen siendo muy vulnerables; y si las redes son vulnerables, lo somos nosotros. 

Un apagón masivo que afecta a todo el país provoca, lógicamente, el caos en el transporte, en las comunicaciones, en las infraestructuras esenciales, en los hospitales, en los centros educativos...

Sin electricidad no funciona prácticamente nada y  se paraliza el mundo en el que vivimos de cuya fragilidad tomamos buena nota desde la pandemia; una crisis eléctrica de estas dimensiones, hasta ahora inédita, nos pone ante una realidad preocupante porque, con independencia de cuál sea la causa-en los momentos en los que estoy escribiendo aún no se conoce y creo que tardará si es que acabamos sabiéndolo-, el corte de luz de hoy debe empujar a nuestros poderes públicos a revisar las garantías de seguridad de nuestro sistema eléctrico que, como hemos visto, resulta imprescindible en todos los órdenes de nuestras vidas. Un apagón masivo que afecta a todo el país provoca, lógicamente, el caos en el transporte, en las comunicaciones, en las infraestructuras esenciales, en los hospitales, en los centros educativos...

Lo importante, desde luego, es atender a los protocolos que el legislador tiene planificados en la ley específica sobre protección de infraestructuras críticas, debiendo ser la prioridad absoluta recuperar el suministro eléctrico y, mientras tanto, resolver lo verdaderamente urgente, las infraestructuras críticas y los servicios públicos esenciales. Debemos aprender de los problemas a los que nos hemos enfrentado hoy, y mejorar en lo posible darles las respuestas más adecuadas.  

La segunda idea que boceté en esas líneas,  es que tras las últimas crisis extremas, y muy en particular tras lo vivido recientemente en la  tremenda dana de Valencia, parece que las Administraciones han entendido por fin  la importancia de cooperar y colaborar entre ellas; de ahí, que algunas Comunidades autónomas como Madrid, Andalucía, Extremadura, Murcia y Valencia- en el momento que escribo- sin que se descarte que se sumen otras, han solicitado la declaración de emergencia de interés nacional  con arreglo a lo dispuesto en los artículos 28, 29 y 30 de la Ley 17/2015, de 9 de julio, del Sistema Nacional de Protección Civil. 

Ello supone que el Ejecutivo Central asuma el control y la coordinación de la crisis energética, así como la gestión de todos los servicios y recursos en aquellas Comunidades autónomas que así lo hayan solicitado (y yo añadiría que en el resto también si resultase necesario, con independencia de que se pida o no por las Comunidades autónomas que el Estado puede actuar per se sin esa solicitud).  Parece que vamos asumiendo que en estos casos lo importante, en estos casos, es atender lo mejor posible a la ciudadanía.  

Debo apelar aquí al sentido común y a la paciencia de todos ante este tipo de situaciones, tras ver en las redes sociales y en los telediarios imágenes de personas paseando por las vías de trenes y metro

La tercera idea es la importancia de que ante este tipo de situaciones críticas se deje actuar a los especialistas en emergencias y que se atienda a sus indicaciones. Protección civil, bomberos, policías locales, policía nacional, guardia civil y hasta el ejército cuando es necesario, como nos han demostrado con creces, despliegan su profesionalidad y buen hacer para garantizar el orden público y la seguridad ciudadana que en momentos puntuales pueden verse afectadas por el apagón, atendiendo a los miles de incidencias que se han venido produciendo y garantizando que no haya problemas más graves. Debo apelar aquí al sentido común y a la paciencia de todos ante este tipo de situaciones, tras ver en las redes sociales y en los telediarios imágenes de personas paseando por las vías de trenes y metros. Siempre es mejor esperar y ser rescatados por quienes saben manejar esas emergencias evitando problemas mayores.   
      
Poco les agradecemos su abnegada labor de la que, por desgracia, cada vez somos más conscientes, dadas las crisis de todo tipo que hemos vivido en los últimos tiempos.  Sirvan estas líneas como sincero reconocimiento a todos ellos.

La cuarta idea, y déjenme ser mala, es pensar en la oportunidad que supone este apagón generalizado para conseguir “otros apagones” tan convenientes para algunos que, por cierto, quizá no han sido tan diligentes como cabría esperar a la hora de trasladar inmediatamente la necesaria información a la ciudadanía… pero de eso ya hablaré en otras columnas. Tiempo habrá y temas sobran.   

A esta hora, que son las diez de la noche, la vida vuelve poco a poco a la normalidad en este 28 de abril de 2025 en el que la realidad nos recuerda lo vulnerables que somos.