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Hasta siempre Maestro

He adelantado una semana mi columna del Heraldo porque quería compartir con todos ustedes que el pasado martes, día 28 de octubre, falleció Rafael Calvo Ortega

He adelantado una semana mi columna del Heraldo porque quería compartir con todos ustedes que el pasado martes, día 28 de octubre, falleció Rafael Calvo Ortega, al que muchos leoneses de una cierta edad recordarán por ser una figura clave durante la Transición en la que participó como senador por Segovia de las Cortes constituyentes. Ministro de Trabajo con Adolfo Suarez, entre su ingente legado político nos dejó el Estatuto de los Trabajadores, norma capital del Derecho laboral que ha servido hasta hoy para garantizarnos a todos los trabajadores nuestros derechos en Democracia. 

Desde la UCD primero, y después desde el CDS, ejerció la política con la profunda convicción de que servir a los demás es una obligación moral que se alimenta del afán de mejorar la vida de la gente a la que ponía por encima de cualquier interés de partido.  

Rafael era para mí, y lo seguirá siendo para siempre, mi Maestro, en la academia y en la vida, ese Maestro con mayúsculas que te abre camino y que te marca toda una vida. 

Su honda preocupación social y su lucha constante por lograr una sociedad más justa, caló tremendamente en algunos de nosotros que entendimos, gracias a su ejemplo, que el ejercicio de lo público solo se legitima desde una vocación de servicio impregnada de ilusión, de generosidad, de tesón, de rigor y de esfuerzo, cualidades que Rafael Calvo supuraba por cada poro, y que le hicieron sobresaliente en la política y en la universidad. No hay mayor privilegio que aprender a caminar con quien abandera esos valores que Rafael enseñaba sin pretenderlo, y con los que nos empapaba cada momento de los que convivíamos con él.

Pero al margen de su incontestable trayectoria intelectual y política, de la que tanto se está hablando estos días, patrimonio imborrable para su familia y para tantos de los que le queríamos, Rafael era para mí, y lo seguirá siendo para siempre, mi Maestro, en la academia y en la vida, ese Maestro con mayúsculas que te abre camino y que te marca toda una vida. 

Y es que Rafael ha sido el pilar más robusto que me ha acompañado en toda mi trayectoria académica, profesional y política, desde que, siendo una estudiante de cuarto de Derecho en la Universidad de Alcalá, nuestras trayectorias se cruzaron; y lo hicieron ya para siempre. 

Les digo a mis alumnos, cuando están en los últimos años de carrera, que estén tranquilos, que en algún momento se les abrirá esa puerta por donde sabrán que deben transitar en la búsqueda de su vida profesional.  Y se lo digo porque a mí me pasó, y esa puerta, en el año 1987, fue Rafael, Don Rafael, como nos dirigíamos en aquel momento a nuestros docentes.

Cuánto me costó descabalgarle ese tratamiento y cuánto me regañaba por ello. Solo los años acabaron corrigiendo esa deferencia que tanta gracia le hacía a Merche.  Siempre me encantó la admiración que sentía por la mujer de su vida- y por las mujeres en general- y la naturalidad con que lo evidenciaba, un modelo del que tantos deberían aprender.  

Estoy convencida de que si alguno de los miles de alumnos- y no exagero- que han pasado por mis aulas lee esto de que no me gustaba el derecho tributario no lo creerá. La vocación en mi caso se la debo a mi Maestro

Puedo asegurar que ser profesora de Universidad no estaba entre mis expectativas de aquellos años; es más, la tenía descartada de antemano porque mi madre lo era.  Pero fue Rafael el que me llamó, el profesor que más admiración me había causado, y no solo por su trayectoria, sino, sobre todo, por su forma de hacer, de tratarnos y de respetarnos como estudiantes. Ni siquiera me gustaba el derecho tributario entonces, como le dije- vaya osadía- pero entendí que, al final, lo importante es a quien te agarras de la mano, esas manos de Rafael, grandes, fuertes y acogedoras que me han acompañado y me acompañarán siempre, como nuestras conversaciones, o como esa risa suya, tan franca, que no olvidaré nunca.    

Estoy convencida de que si alguno de los miles de alumnos- y no exagero- que han pasado por mis aulas lee esto de que no me gustaba el derecho tributario no lo creerá. La vocación en mi caso se la debo a mi Maestro, que me contagió la convicción que le ponía a su quehacer en cualquiera de las facetas de la vida.  Por eso le debo tanto, o, mejor, le debo todo lo bueno que tengo, que no es sino una modesta copia de su ejemplo indeleble. 

Por eso, estos días, Antonio, Carlos, Daniel y yo misma, integrantes de la Cátedra de León de la que también ha formado parte en los primeros pasos de su vida académica su hijo Juan-nuestro querido Juan Calvo-, hemos tenido una sensación agridulce por su ausencia

Es a Rafael a quien debo haber recalado en León a principios de los años noventa, porque fue él quien me ofreció la oportunidad de integrarme en la Cátedra de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad de León en la que, por aquel entonces, estaban José Luis Muñoz y Manuela Vega, discípulos suyos, ya fallecidos, con los que apuntalé esa lealtad al Maestro, ese agradecimiento a quien tanto debemos, y sin la que ni ellos ni yo hubiéramos entendido la Universidad.  

Por eso, estos días, Antonio, Carlos, Daniel y yo misma, integrantes de la Cátedra de León de la que también ha formado parte en los primeros pasos de su vida académica su hijo Juan-nuestro querido Juan Calvo-, hemos tenido una sensación agridulce por su ausencia, sentimiento edulcorado por la satisfacción de sentirnos unos absolutos privilegiados por su magisterio infinito.      

Porque Rafael Calvo Ortega ha sido un jurista ilustre, un político intachable y, por encima de todo, un hombre bueno que puso todo su esfuerzo y su inteligencia al servicio de mejorar las vidas de todos los que tuvimos la fortuna de cruzarnos en su camino, un camino que algunos hicimos nuestro, y que a mí particularmente me trajo a esta tierra.  Una tierra que tú, Rafael, me enseñaste a sentir como propia, a querer como propia, como tú la querías. Creo que ese es uno de tus mayores triunfos que ha forjado el cariño y el respeto de tantos que en estos días lamentamos tu falta.  

Hoy, querido Rafael, he querido honrar tu memoria desde mi más absoluto cariño a ti, y a todos los tuyos. 

Hasta siempre, Maestro.  Seguimos caminando juntos.