El tiempo
cara a cara con el Heraldo

Serrano, violeta y savia

Me recibe Violeta Serrano con sonrisa cercana y franca. Nos habíamos conocido hace poco en la segunda edición, queriendo que sea última y que cese el genocidio, de “Llanto por Palestina” en Gordoncillo. Me dio por asaltarla y se prestó enseguida a esta entrevista
Violeta Serrano.
Violeta Serrano.

Tenemos por delante mucha plancha, así que, tranquilamente que es marca de la casa, empezamos a desgranar este diálogo que reproducimos.

LA PERSONA

Podemos, si te parece, empezar por los tópicos de infancia…

Cuál es tu primer recuerdo que te evoca la tierra a la que perteneces.

Recuerdo a mi abuela escogiendo garbanzos y pelando a una gallina escaldada. Y a mi abuelo sonriendo y jugando a las cartas conmigo, a la escoba concretamente. Recuerdo también la reguera, un prado común que hay muy cerca de donde hoy está mi casa: allí iba a jugar y a imaginar que los troncos tirados podrían ser sillas y mesas, o que la flores podrían ser ramos que podría regalar. Y, cuando había agua, que ese río llevaba a algún lugar que yo aún desconocía.

Cuál es tu primer recuerdo de Violeta escribiendo… Dónde y si recuerdas el qué.

Sí, poesía. Tenía un cuaderno verde y empecé a escribirlo con versos en los que intentaba entender el mundo que empezaba a asombrarme: era algo menos que adolescente aún y, por supuesto, ese cuaderno seguramente está sepultado en algún cajón de la casa de mis padres. Los versos, lo más probable, no eran buenos: en ese momento se escribe, creo, por impulso y sin técnica, pero con determinación.

Una lectura de juventud que te haya marcado… si la has repasado, qué te parece ahora.

No sé si una lectura, pero sí una película: Martín (Hache). Hace poco, de hecho, murió Eusebio Poncela y creo que ese es uno de los personajes que más me marcó. Decía aquello de que ‘hay que follarse a las mentes’ y en eso creo: una se enamora de lo que hay dentro de la cáscara, aunque por supuesto el envoltorio cuente. También se reía de los progresistas burgueses que iban al teatro para sentirse mejor a ver obras reivindicativas pero que después se iban a cenar a un restaurante caro, probablemente, porque cantar a la revolución siempre es más confortable desde un sofá que desde las propias manos y el cuerpo en llamas. Creo que vi esa película con poco más de diez años la primera vez. Luego ya adolescente y ahora ya adulta: sigo aprendiendo de ella. Al fin y al cabo, habla también de mi vida: el desarraigo y el vivir entre dos mundos que yo durante tanto tiempo he cultivado, entre España y Argentina, aunque ahora haya decidido volver a mi raíz.

Algo que te guste recordar y algo que preferirías olvidar.

Me gusta recordar los momentos que he vivido con personas auténticas, que hablan y actúan desde el corazón, que las hay. Cuando compartes espacio con gente así, las escenas quedan grabadas en la retina y en el corazón y yo, por suerte, he tenido y tengo muchas personas anónimas de esa altura humana en mi vida, algunas cerca y otras lejos, pero siempre conmigo de alguna manera. Lo que preferiría olvidar es justo lo contrario: la mezquindad y lo miserable que también hay en varias personas que he encontrado en el camino y, también, la apatía y la resignación que muchas veces he sentido en gente que no tiene ganas de casi nada y se convierte en ancla en vez de ser alas para volar de forma conjunta. Creo que la vida es compleja, difícil, pero que, si estamos aquí, hay que bailar, vivirla, arriesgar, equivocarse: por eso trato de mezclarme con gente así y alejar a quienes solo obedecen y callan. Siempre fui rebelde y espero seguir siéndolo hasta que tenga uso de razón. Si perdemos la capacidad de rebelarnos, de criticar, de hacernos preguntas, entonces sí estaremos realmente perdidos.

Cuando decides “profesar” como escritora, afrontas las primeras críticas y cómo te sentaron. En el entorno que sea.

No sé si se decide, es algo más profundo: se es, y cuando de percatas de que lo eres, no hay escapatoria. Y lo he intentado algunas veces porque es realmente un oficio muy complicado, muy solitario, muy precario en este mundo en el que cada vez se valora más la creación de contenido y no el arte mismo, lo que trata de ser que, para mí es, por una parte, subrayar la belleza y, por otra, no dejar de hacerse preguntas. Para mí, que no vengo de un entorno de ‘padrinos’, es decir, mi familia no tenía contactos en las altas esferas culturales, fue muy difícil abrirme camino hasta llegar a publicar en Planeta, por ejemplo. Pero por suerte, mis padres, desde su humildad, siempre me empujaron a algo que creo que es fundamental: perseguir los sueños y ser fiel a lo que una cree. Y con eso me he guiado en la vida y, sí, muchas veces pegándome contra las paredes por ello, pero tranquila conmigo misma por tratar de ser coherente, aunque muchas veces, creo yo que casi nadie, lo consigamos.

No he tenido críticas duras respecto a mi escritura, pero sí muchos rechazos editoriales y eso es muy complicado: hasta que entiendes que muchas veces no tiene que ver con la calidad de lo que haces, sino con el encaje que puede tener en uno u otro catálogo editorial en un momento determinado o, también y hoy en día mucho más, en la cantidad de seguidores que tienes para que, estadísticamente, puedas tener una proyección de ventas interesante. Es el mercado, amigo.

Burla, burlando, ya vamos por la juventud…

Qué estudias, pero sobre todo por qué.

Estudié filología hispánica, francesa y teoría de la literatura y literatura comparada, las tres carreras a la vez en la Autónoma de Barcelona y con el premio extraordinario de titulación en todas ellas. Luego hice también un máster en Creación Literaria. También he estudiado sobre muchos otros temas porque soy muy curiosa y no me gusta la hiper especialización, que creo que nos ponen orejeras, en vez de abrirnos a comprender el mundo en su totalidad, o aspirar a entenderlo al menos.

Estudié esas carreras porque amaba los libros y quería estar entre ellos el máximo tiempo posible: siempre fueron un refugio y lo siguen siendo, antes como lectora y ahora también como creadora. Y también estudié en Barcelona y no en otro lugar porque desde siempre la política me interesó y creo que en pocos lugares de España hay un movimiento social y político tan interesante como en Catalunya. La Rosa de Foc me enseñó muchísimo y la llevo conmigo siempre como un referente y un recuerdo hermoso.

Cómo buscas tu hueco.

Antonio Gamoneda me leyó cuando era apenas una adolescente y me dijo: “Ponte a la cola de la oportunidad”. Sabía, supongo, que no tenía padrinos ni vivía en Madrid o Barcelona, así que no iba a ser fácil. Toda la vida he tratado de avanzar soñando lo imposible para lograr lo necesario: no he temido a los grandes nombres ni a los grandes lugares. Creo que hay que vivir, como decía Camarón, atravesando el miedo. Y así he encontrado mi hueco: creyendo en lo que hacía y en que nadie es mejor que nadie, por lo que, ¿por qué no iba a intentar llamar a todas las puertas? Y eso he hecho siempre. Es agotador, pero si no tienes a alguien que te abra la puerta, no te queda otra que remar. Algunos te escuchan, otros te quitan de encima con soberbia como si fueras una mota de polvo, pero de todo se aprende y, sobre todo, se gana confianza en una misma para no rendirse, para seguir adelante porque cuando las ideas y los deseos son firmes, es difícil que algo o alguien los pare.

Qué ves en España, que quizá te defrauda, para marcharte. Qué ves en Argentina para ir y quedarte.

En España me duele lo difícil que es hacerse camino si no eres hija de, digamos. En Argentina, sin embargo, el sí está por delante y todo el mundo tiene la posibilidad de avanzar y de intentarlo, siempre intentarlo. En España muchas veces hay un NO primero y eso genera mucho desaliento y frustración. Un ejemplo es que en la Argentina llegué sin haber publicado nada, pero escribiendo y me llamaban escritora: allí no te valida una institución o una gran editorial. Escritor es el que escribe, y punto. Y creo que eso es algo de lo que deberíamos aprender, en general, para darle alas a nuestros jóvenes, para que crean en sí mismos, en lo que desean, en todo lo que pueden lograr si trabajan y se lo toman en serio y luchan por llegar donde quieren llegar, siempre con respeto y cooperación con los demás, por supuesto. No estoy hablando de ambición desmedida, como decía Tangana, sino de ambición, sí, pero con cabeza y, sobre todo, corazón. De nada sirve llegar si para hacerlo has tenido que pisar cabezas: dormir tranquila es lo mejor que te puede pasar y sobre esa premisa hago siempre mi camino, o lo intento.

Descríbeme esa sensación de pérdida… Lo que describes en tu poemario “Camino de Ida”

Cuando me hice migrante en Argentina sufrí mucho porque sentí que había una parte de mí que se iba, que estaba perdiendo, la española. Hasta que empecé a escribir sobre ello en ese poemario que mencionas y después en el ensayo que publicó Ariel, Poder migrante, y que hoy está en la biblioteca del Vaticano por deseo del anterior Papa, Francisco. A través de ese trabajo entendí que no hay que elegir, que soy argentina y española, una por papeles y otra por corazón y que está bien que ambas identidades convivan. No hay por qué cortar, sino mezclar, sumar, potenciarse. Argentina me enseñó muchísimo y la voy a llevar siempre en mi corazón, aunque ahora haya decidido volver a vivir a mi raíz, a la Maragatería.

Y, tras la marcha, también el temor al desarraigo.

Bueno, para mí el tema del desarraigo es uno de los fundamentales, de hecho, está en casi todos mis libros de uno u otro modo. No solo por una cuestión de mi desarrollo entre Argentina y España, sino también por la división entre el lugar de donde vengo, el campo, y la ciudad a la que se supone que tenía que conquistar, como todos los de mi generación que traten de ser profesionales en áreas no vinculadas a lo que tradicionalmente se hace en nuestras zonas. Igual que me ocurrió en Argentina, he dejado de sufrir por ello cuando he entendido que estamos equivocados en la división: hay que unir, generar puentes, y que la vida híbrida, la suma, es realmente lo que nos hace más fuertes. Esto vale para mi vida personal pero también para un cambio social que creo que necesitamos. El campo no puede vivir de espalda a la ciudad y viceversa, y cuanto antes lo entendamos, mejor para todos. La naturaleza ya nos está advirtiendo de forma contundente de lo que ocurre cuando tratamos de evitarla: que no es posible, que no la podremos dominar totalmente jamás.

¿En Argentina encuentras un hueco que aquí se te ha negado quizás? Esa docencia que has podido ejercer.

Sí. Yo me voy a la Argentina en plena crisis tras 2008 cuando el paro juvenil en España estaba en unos niveles que daban pánico. En Argentina me abrieron las puertas, con mucho trabajo y con mucha exigencia de adaptación a su forma de ser, escribir y pensar porque son muy orgullosos de su identidad, pero respetando también lo que yo era. Creo que los argentinos tienen mucho ganado en ese sentido, no en vano, en su época moderna se amalgamaron a través de una ingente cantidad de inmigrantes y eso se nota en su cultura. Argentina me dio las oportunidades que España no me podía dar en aquel momento. Y hoy, sin embargo y para mi gran dolor, la Argentina está sumida en un gobierno que dista de lo que podríamos concebir como una democracia plena, según mi criterio.

Si te apetece, nos puedes esbozar tu posicionamiento político y lo que te parece que lleva a Argentina a la situación actual… que “Caminito de Belén” vamos en España, ¿qué análisis te merece?

La Argentina de Milei es la consecuencia de una izquierda que ha seguido su hoja de ruta sin mirar lo que sucedía en las calles, en la realidad. Es muy difícil enfrentarse un mundo en perpetuo cambio como el actual y tener recetas para mejorar la vida de la gente, pero, desde luego, lo que es un grave error es tratar de resolver problemas del siglo XXI con medidas del siglo XX. No es que Milei tenga las soluciones, pero sí supo colocar la sensación de que era distinto y que entendía a quienes estaban sufriendo. La izquierda ha perdido esa conexión porque la mayoría de sus representantes carecen de respuestas nuevas, que las hay, pero no las quieren escuchar en la mayoría de los casos porque significaría, realmente, una revolución. Y vuelvo a Eusebio Poncela: es difícil hacer la revolución cuando se está tan a gusto en la queja y en las jaulas de oro de ciertos despachos de Madrid.

Y vuelves… y es a lo rural. No sé si también a la Arcadia Feliz del recuerdo de tu niñez o decididamente a darle una vuelta a la situación y conectar con algo nuevo, o, al menos, una nueva forma de verlo.

Yo decido regresar a España y hacerlo a mi pueblo, a una aldea de menos de 100 habitantes porque es un propósito político. Creo que muchos de los problemas trasversales que asolan a nuestras democracias podrían resolverse a través de la vertebración territorial. He vivido en la Argentina, un país donde casi la mitad de la población se acumula en la ciudad de Buenos Aires y alrededores y eso solo trae problemas. Vamos por el mismo camino aquí y la verdad es que me pregunto cómo somos tan estúpidos teniendo las infraestructuras que tenemos (y que debemos cuidar y mantener) y las posibilidades de un futuro digno que eso genera. El ser humano busca ser feliz, vivir, a poder ser, mejor que quienes le precedieron. Pues bien, la generación de mis padres abandonó las zonas rurales para mejorar su vida en las ciudades y pudo hacerlo allá por los años 60-70 pero, ¿ocurre lo mismo con mi generación?, ¿debe seguir haciendo lo mismo por inercia? No. No se deben analizar los problemas del siglo XXI con las gafas del siglo XX. Le pido a la izquierda más amplitud de miras. El futuro de dignidad que antes estaba en las ciudades está hoy en las zonas de la España olvidada: es el único lugar donde aún se puede vivir con dignidad y esto implica muchas cosas. Comer sano y aun precio asequible, a la vez que se vuelve a conectar con la naturaleza y se generan muchos menos residuos que lo que sucede en la vida en las ciudades. Desconectar de un mundo arrasado por la hiper conectividad de los teléfonos móviles e internet dando un paseo que oxigene realmente el corazón y los pulmones. Conversar con vecinos generando una comunidad auténtica que tanto necesitamos. Tener un techo en el que se pueda vivir, en fin, y no trabajar solo para pagar los lujos de un multipropietario en Madrid o Barcelona. ¿Estamos todos locos?, ¿no es evidente que la vida en esos lugares ha dejado de tener sentido?, ¿para qué estás trabajando si nunca vas a poder llegar a tener ni siquiera un techo digno, proyectar una vida acaso feliz? No vivimos para trabajar, sino que trabajamos para poder vivir. Y eso evidentemente se nos ha olvidado en esta rueda de hámster colectiva en la que estamos inmersos. Hay que parar, respirar y trabajar, por supuesto, pero sobre todo en aquello que nos realice y, sobre todo, como decía antes, en aquello que no signifique medrar pisando a los demás sino cooperando con los semejantes y, además, con la naturaleza. Este pensamiento que parece muy obvio lo está eliminando la izquierda de sus discursos que casi solo se encajan a un concepto de cambio climático muy difuso para las gentes que viven en las zonas olvidadas y están alejadas de ese lenguaje: el cambio climático lo vivimos en la piel aquí sin necesidad de teorizar sobre él, hay que bajar a la tierra y mancharse las manos. Lamentablemente esa proximidad hace tiempo que la está trabajando la extrema derecha y por esa razón ganan adeptos en todo el mundo: los perdedores de la globalización están asumiendo que sus verdugos les salvarán y es terrible, pero mientras la izquierda no logre enamorar con esperanza y no con castigo, órdenes y “censura inversa”, estaremos perdidos. Yo digo, de nuevo y seguiré diciéndolo, que miren al campo, que salgan de los muros de la M-30 porque hay una vida mejor ahí fuera, una vida que pueden proyectar a votantes desencantados que no están encontrando su futuro en este neoliberalismo salvaje en el que nos estamos quedando todos ciegos.

HIJAS DE NADIE

Me la estoy comiendo… me parece un río, entre diario, evocación, sentimientos y sensaciones. Muy dura. He leído por ahí que te han dicho que hay poesía… pero, desde luego, poca lírica. Malos Tiempos (Germán Coppini, que estás en los Cielos).

Todo el rato tengo en la cabeza “Días Contados” de Uribe. Por contexto, personajes… Como que el personaje de Charo en la película fuera Lucía y Candela a un tiempo. No sé, a veces tienes la necesidad de poner rostros y paisajes, atmósferas, a lo que lees.

En fin… que habrá que hacer algo de promoción… qué te lleva a escribirla y cómo te las has apañado para hacer un “thriller” de un diario íntimo.

Hijas de nadie es una novela trepidante, sí, un thriller, puede ser. Al final es una historia de amor, de desarraigo, de pasión, y de política, porque siempre está eso en mi obra. Lucía y Candela se encuentran cuando estaban perdidas y, buscando salvarse, se enfrentan al hecho de que tal vez eso no sea posible pero igual, van hacia el amor, porque no se puede evitar cuando algo palpita de forma tan profunda y, en general, sorprendente. El amor no se busca, aparece. De la misma forma que puede desaparecer. En realidad, así es la vida: todo lo que hoy tenemos mañana puede no estar y deberíamos aprender a vivir desde esa óptica. La cercanía con la naturaleza lo enseña muy bien: todo son ciclos y todo lo que crece, debe cuidarse, aún sabiendo que cualquier inclemencia lo puede hacer morir ante nuestros ojos. Creo que esto, de algún modo, está ya también en esa novela que transita entre mis lugares de aprendizaje vital: Barcelona y Buenos Aires.

Y SAVIA

Este nuevo enfoque de “paren máquinas”. Qué encontrar en este nuevo modo de vida. Qué te lleva a plantearlo.

Como decía antes, he visto y sigo viendo a mucha gente arrasada por la velocidad de este mundo que hemos construido, sin sentido, frustrada, sin saber cómo llegar a sus objetivos o, muchas veces, sin ni siquiera tenerlos claros. Hay dos cosas fundamentales para enfocarnos: el contacto con la naturaleza y el ejercicio de la escritura. El contacto con la naturaleza, ya lo dije, nos enseña mucho de la propia vida. Y la escritura es mucho más que un mero entretenimiento: es poner en práctica la capacidad que tenemos de imaginar y de estructurar pensamiento. El pensamiento son las ideas que expresamos a través del lenguaje. Por eso el mix era claro: naturaleza y escritura. Y así, tratar de ofrecer herramientas de bienestar a tanta gente que se siente mal en este mundo loco.

Por eso en escuelasavia.com puedes encontrar todo un catálogo de cursos con ese objetivo, y también encuentros cada cambio de estación con autores que reflexionan sobre estos temas. Ahora, además, a partir de otoño, iniciaremos talleres de escritura en Maragatería, presenciales. Tenemos los cupos casi llenos pero aún se puede consultar por nuevas plazas posibles en info@escuelasavia.com

Qué te parece el término “slow”.

Que vamos a toda máquina y no nos está sirviendo de mucho está claro; hay que frenar y mirar la vida con perspectiva o nos pegaremos una buena contra el muro. Ya estamos en ello, creo. Pero aún se puede cambiar la marcha y empezar a conducir más despacio, a mirar el paisaje y, sobre todo, a nosotros mismos, hacia dentro, porque es ahí donde están casi todas las respuestas que no encontramos, y la naturaleza y la escritura son herramientas fundamentales para esa indagación imprescindible.

Encontrarnos en la literatura. Qué se encuentran las que acuden a Savia. Conexiones con naturaleza, raíces… sus ciclos, que son los nuestros.

Sí, SAVIA nace de esta consciencia, si quieres, y trata de hacerla extensible a quienes quieran abrirse a esta posibilidad. Es, de nuevo, un propósito muy político (qué no es política, diría yo): desde donde nos construimos y caminamos, con qué herramientas, con qué principios, con qué objetivos y con qué alianzas posibles para crecer en comunidad. Nadie se salva solo: solo hay que observar la naturaleza para tener esa certeza clara.

Desde “dónde” escribes.

Escribo donde pueda y donde me asaltan las ideas, pero es obvio que mi casa en Maragatería es un lugar idílico para la escritura: en ella haremos los talleres presenciales de escuelasavia.com  Aún así, como digo, llevo décadas escribiendo y no siempre he tenido un espacio estupendo para eso. Como muchos, he tenido que compartir piso, no tener biblioteca, apenas luz, etc. Y aun así he escrito siempre porque, como decía, no se puede evitar.

Me ha parecido que la música es importante en tu vida… también por situarnos: algo que escucharías en bucle y algo de lo que no puedes escuchas un par de acordes, siendo generosa.

Me gusta mucho el flamenco, como se ve en mi novela Hijas de nadie: creo también que es muy político. Cantos desde el yunque y el abandono que, sin embargo, hacen temblar a los señoritos. Eso es hermoso, la fuerza que tiene. Pero escucho música muy variada. He crecido con cantautores como Serrat, Aute o Sabina y, por supuesto, la alegría y el baile de Juan Luis Guerra. Los sigo escuchando y los disfruto. ¡Me encanta bailar! Y ahora también descubriendo nuevas voces como Valeria Castro, que me fascina. Lo que evito escuchar es eso que se dice música, pero no creo que lo sea, así como hay poesía que se llama como tal pero tampoco creo que lo sea: para hacer arte hay que conmover fibras profundas y, como decía antes, la creación de contenido per se no tiene por qué ser arte.

Y VIOLETA AHORA MISMO

Sobre la propuesta de Val de San Lorenzo para Premio Mujer Rural. Qué más iniciativas crees que caben para reactivar lo rural. Podremos hacer algo con el sector primario y la industria de transformación adecuada. Te parece solución redirigir la inmigración al campo y desmontar el mito de la ciudad como “meca”.

Como decía antes, creo que es fundamental deconstruir la idea de la ciudad como meca que conquistar para tener éxito. Al revés, creo que hay que redefinir la noción de éxito y hoy, probablemente, esté en aquellos lugares a los que nadie mira y son los de esta España olvidada que algunos “locos” habitamos.

Estoy muy agradecida al Ayuntamiento del Val de San Lorenzo, al que pertenece mi pueblo desde donde hacemos escuelasavia.com Es hermoso ver que haya reconocimiento a iniciativas innovadoras que también pueden sembrarse desde aquí, donde muchos creen que no puede crecer nada. Pues no, al revés, insisto: está todo por hacerse, solo hay que ponerse manos a la obra y no escuchar a las voces agoreras, que siempre las hay y las habrá.

Los incendios y tu implicación. Has sido voz contra el silencio, contra esa poca comunicación rural-ciudades.

Desde mi lugar de pensamiento y escritura he tratado de hacer lo posible para que esto no quede en el olvido, otra vez, y se pueda construir desde este cabreo que tenemos una canalización virtuosa de todo lo que debe cambiar para mejorar nuestra vida en estos entornos. Como decía en mi artículo para El País, no somos la España vacía, somos la olvidada y eso sí lo podemos revertir para que estos lugares dejen de ser solo visibles cuando ocurren desgracias; hay mucho más aquí, ¡hay vida! Y queremos vivirla. Sigo en ello. Y desde aquí quiero agradecer la labor de todos los forestales y los voluntarios y mandar un abrazo enorme a quienes han perdido sus pueblos, sus casas, sus animales, etc. Creo que hay que hacer una comunión entre unos y otros: en el 68 fueron los obreros y los estudiantes. Tal vez sean ahora los bomberos y los habitantes de esta España olvidada que resistimos al olvido porque creemos en esta vida.

Razones para la esperanza.

Donde no hay nada solo se puede construir: es el momento de hacerlo. Hay toda una generación desencantada que necesita nuevos referentes: ojalá no sea la extrema derecha quien logre esa adhesión.

Nos despedimos de Violeta con el deseo de volver a conectar con nosotros mismos, con nuestra esencia y raíces, y agradeciendo este esfuerzo por su parte por conservar la memoria colectiva, que es de todos y cada uno. Éxito a SAVIA. Lo merece. Por todos.