"Con la esclerosis múltiple he aprendido que lo más valioso es vivir el presente"

Hay personas que sostienen su mundo con una serenidad que impresiona. Elisa Viejo Muñiz es una de ellas. Nació en San Millán de los Caballeros, un pequeño pueblo de León situado cerca de Valencia de Don Juan. Cuarta de seis hermanos, aprendió desde niña el valor del esfuerzo, la importancia de compartir y el calor de una familia unida. "Mis padres tenían tierras y ganado, trabajábamos todos. Era una vida sencilla, pero feliz".
Una infancia feliz
Su infancia la pasó entre juegos y aulas compartidas con niños de distintas edades. "Íbamos al cole a Valencia de Don Juan, todos juntos hasta quinto de EGB. Estar en clase con mayores y pequeños era algo totalmente distinto a lo de ahora. Era guay, tenía su encanto", recuerda. Cuando pasó a sexto, llegaron los cambios: aulas separadas por edades, más estructura... y las primeras decisiones de futuro.
Estudió hasta Bachillerato, y pronto empezó a trabajar en un supermercado del pueblo. Pero a los 20 años, Elisa dio un salto: se mudó a León. "Para mí es el mejor sitio del mundo. He vivido en otras ciudades, incluso en Madrid... pero allí todo son prisas. Aquí se vive bien, es tranquilo, y eso para mí no tiene precio".
El regalo de su vida
La ciudad le acogió con cariño, y también le ofreció su lugar en el mundo. Continuó trabajando en comercio y creció en su carrera. León le regaló también lo más importante de su vida: su hija Leire, que hoy tiene 15 años. "Es mi alegría. Lo mejor que he hecho en esta vida”. Ser madre le dio una nueva fuerza, aunque también coincidió con el momento más difícil: un año después del nacimiento de Leire, llegó un diagnóstico inesperado: esclerosis múltiple.
El miedo a lo desconocido
"El diagnóstico fue un mazazo. Me pregunté: '¿Para qué he tenido a mi hija si no voy a poder cuidarla?'". Aquel miedo inicial, el más profundo, fue dando paso al aprendizaje. "Al principio crees que te vas a morir, porque no sabes nada de la enfermedad. Pero con ayuda aprendes a vivir con ella. Aprendes a vivir el presente, a no pensar tanto en lo que pueda venir", confiesa.
Golpes que dejan huella
La salud ya le había golpeado antes. Con 25 años perdió a su hermano pequeño en un accidente con el tractor. "Fue durísimo. Te cambia por completo. Ya nada vuelve a ser igual". Poco después, llegaron los vértigos, la fatiga, una pierna dormida, problemas de visión, el cuerpo que empezaba a enviar señales que nadie entendía del todo. Años después, aquellas molestias se revelaron como síntomas de una enfermedad crónica que le acompañará siempre.
"El dolor es continuo. Es como vivir eternamente cansada. Tengo hernias en la cervical y en la lumbar, y la debilidad muscular no ayuda. Pero al final aprendes a vivir así. Te adaptas". Las limitaciones físicas también condicionan lo social. "Muchas veces, después de trabajar, lo único que quiero es llegar a casa. No siempre puedo hacer una vida como la de los demás, pero he aprendido a aceptarlo".
El presente
Hoy, Elisa trabaja como encargada en una tienda Ilunion dentro del hospital. Por primera vez en mucho tiempo, se siente bien en su puesto. "He tenido otros trabajos que no me llenaban. Pero estar contenta donde pasas tantas horas es clave. Y aquí lo estoy". Cada 28 días recibe tratamiento en el hospital de día, y si surgen brotes —visión doble, mareos, entumecimiento— vuelve al hospital para recibir corticoides. "Todo está en la cabeza. Es increíble lo que puede hacer el cerebro cuando falla".
Aun así, lo más difícil no es siempre lo físico, sino la falta de apoyo. "Hay muchas personas que creen que por tener una discapacidad ya tienes una pensión, pero no es así. Si no trabajas, no comes. Y trabajar con una enfermedad como esta no es nada fácil. Estar de pie ocho horas seguidas para nosotros es agotador".
Necesidad de cambios
Por eso, Elisa cree que es necesario un cambio. Reclama que se reconozca el 33 % de discapacidad desde el diagnóstico, algo por lo que ya luchan muchas asociaciones. "No todos los trabajos son accesibles. Y no todos caminamos igual. Yo, de lo malo, camino bien. Pero hay gente con bastón, con más dificultades... y sin apoyos es imposible".
Ha vivido la pérdida, el dolor, la enfermedad... pero también la maternidad, la resiliencia, la ciudad que eligió y donde encontró su sitio. Y desde ahí, desde esa vida que no ha sido fácil, Elisa lanza una verdad serena: "A cada uno nos toca vivir lo que nos toca. Lo importante es cómo decides vivirlo. Y yo, a pesar de todo, soy feliz y más en la ciudad en la que vivo. No lo cambiaría por nada del mundo".