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365 leoneses | Raquel Fernández, amazona

"Quiero dedicar mi vida a la doma clásica y que León tenga más presencia en este deporte"

Raquel Fernández Valle, amazona leonesa recién graduada en educación social, compagina su pasión por la doma clásica con el sueño de hacer crecer este deporte en León, donde aún es poco conocido
 

A veces los sueños nacen sin una razón aparente. No vienen heredados, ni inspirados por algo cercano. Simplemente, nacen. Y a la leonesa Raquel Fernández Valle le llegó uno de esos con tan solo cinco años. No sabía de dónde salía, ni por qué le latía tan fuerte. Solo tenía claro que quería montar a caballo.

“Mis padres no entendían de dónde venía esa idea, nadie en mi familia lo había hecho antes”, recuerda. Pero la idea no se fue. Al contrario, creció. Y Raquel, que hoy tiene 22 años y ha terminado la carrera de Educación Social, ha pasado casi dos décadas con las riendas entre las manos y una pasión intacta.

Los primeros pasos en la hípica

Todo comenzó en Villacete, en el Centro Ecuestre El Recreo, la que fue su primera casa ecuestre. Allí, en la hípica de doma clásica, Raquel encontró su lugar. Empezó montando ponis. Y con el tiempo, formó equipo con su primer caballo cedido. No era suyo, pero lo sentía como tal. Y juntos llegaron los concursos, las primeras salidas, las primeras victorias.

Dos campeonatos de Castilla y León (2014 y 2015) la colocaron en el mapa de la doma clásica. Pero no todo fue tan bonito. El camino de Raquel también ha sido el del dolor inesperado: perdió a dos caballos a los 12 años. Uno era ese primer compañero cedido, el otro su primer caballo propio, un regalo de su abuelo que apenas pudo disfrutar tres meses. Ambos fueron sacrificados por lesiones graves. “Con solo 12 años tuve que enfrentarme a la muerte de dos caballos. Fue muy duro”.

Diamant, un vínculo irrompible

Pese a los baches en el camino, nunca dejó de montar. Ni de soñar. Con 13 años llegó Diamant Venhof, o simplemente Diamant. Con él lleva 9 años de complicidad, de días buenos y otros no tanto. “Es un caballazo. Su carácter, su entrega… Estoy enamorada de él”, confiesa.

Hace poco también temió perderlo. Una lesión, un quiste, puso su carrera y su futuro en duda. Le dijeron que no podría volver a entrenar. Que tocaba jubilarlo. “Lo solté en un prado. Me rompió el alma”. Pero el caballo se recuperó,  contra todo pronóstico. Hoy vuelven a entrenar juntos, de la mano del entrenador Alberto García Martín, en la hípica Caminando con Caballos, en San Felismo.

“Allí he vuelto a encontrar lo que hacía años no sentía: equipo, motivación, buen ambiente, ganas de competir”. Raquel está en su mejor momento. Entrena cada día, ayuda a montar otros caballos, forma parte de un grupo con el que espera seguir creciendo. “Estamos creando un equipo compacto, con gente que ama esto tanto como yo”.

Aprendizajes para toda la vida

A la equitación, Raquel le debe casi todo. Aprendió lo que significa la disciplina cuando, con apenas 10 años, compaginaba el colegio, las clases particulares, el estudio en casa y una hora diaria de entrenamiento. “Este deporte te enseña constancia, respeto, esfuerzo. Es increíble lo que puedes crecer a nivel personal”.

León, sin embargo, no siempre ha acompañado. Raquel lo dice con cariño y pena: “Es difícil crecer aquí como deportista. Puedes aprender buena base, pero si quieres avanzar de verdad tienes que salir. Aun así, me encantaría ayudar a que León creciera en este deporte”.

¿Su mayor logro? Más allá de las medallas o las clasificaciones, lo tiene claro: los amigos y los recuerdos imborrables. “He vivido momentos y he conocido personas que nunca voy a olvidar. Este mundo me lo ha dado todo”.

Un futuro sobre la montura

¿Su sueño? Dedicarse a la equitación profesionalmente, crecer, salir fuera de León, seguir formándose y volver, algún día, para ayudar a su tierra a avanzar en esta disciplina que la atrapó sin aviso a los cinco años. “Ahora que he terminado la carrera, tengo claro que esto es lo mío. Quiero dedicarme a esto. Lo digo con el corazón abierto”.

Raquel es una de esas personas que llevan el amor por los caballos tatuado en el alma. Y aunque León a veces se quede pequeño para sus sueños, ella cabalga sin mirar atrás, con la mirada fija en un horizonte donde aún queda mucho por galopar.