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¿Villamanín es Puerto Urraco? Del "ejemplo de la miseria humana" al "derecho a cobrar lo que es nuestro"

Villamanín, al borde de la fractura social por el Gordo: cuando la lotería sembró el recelo | La emisión de 50 participaciones sin respaldo legal de décimos premiados desata un conflicto vecinal que ha convertido al pueblo leonés en tendencia nacional y en símbolo de desconfianza colectiva

Durante horas, este domingo 28, una expresión ajena en principio a la actualidad volvió a colarse en el debate público: Puerto Urraco. El término fue tendencia en la red social X (antes Twitter) asociado, no a una evocación directa de los crímenes que en agosto de 1990 sacudieron a Extremadura, sino a una comparación simbólica que muchos usuarios establecieron con lo que hoy se vive en Villamanín, la pequeña localidad de la montaña leonesa golpeada por un conflicto inesperado tras el sorteo del Gordo de Navidad.

En Villamanín no ha habido violencia física ni tragedias irreparables, pero sí un clima espeso de recelos, desconfianza mutua y ruptura del entendimiento vecinal. Un caldo de cultivo que, según quienes lo observan desde dentro y desde fuera, ha germinado a partir de un error con consecuencias millonarias y, sobre todo, emocionales.

El origen del conflicto: 50 participaciones sin respaldo

Todo comenzó el pasado 22 de diciembre, cuando el primer premio de la Lotería de Navidad repartió millones en Villamanín. La alegría inicial daba horas más tarde paso rápidamente al desconcierto: la Comisión de Fiestas, integrada por jóvenes del pueblo, comunicó a la administración de lotería que había vendido 400 participaciones vinculadas a décimos. Sin embargo, la cifra real ascendía a 450.

Las 50 participaciones no consignadas quedaron, en términos legales, sin respaldo de los décimos premiados. Traducido a cifras: un agujero de cuatro millones de euros que dejó en el limbo a medio centenar de vecinos que creían haber sido agraciados.

Desde ese momento, el día a día del pueblo se transformó en una sucesión de miradas esquivas, conversaciones a media voz y una sensación de inquietud permanente que lo impregna todo, desde el bar hasta la iglesia.

Un acuerdo verbal que se diluye

El pasado viernes, vecinos premiados y miembros de la Comisión de Fiestas se reunieron durante casi cuatro horas para tratar de encontrar una salida. De aquel encuentro salió un acuerdo verbal que, durante unas horas, pareció rebajar la tensión: los jóvenes de la Comisión renunciarían al premio correspondiente a las participaciones que ellos mismos habían comprado, y el resto de premiados aceptaría una quita proporcional de sus ganancias para cubrir los cuatro millones que faltaban.

La decisión se tomó por mayoría y a mano alzada, sin unanimidad y sin que quedara reflejada en ningún documento. Apenas 24 horas después, el pacto comenzó a resquebrajarse. Expertos en derecho coinciden en que ese acuerdo carece de validez jurídica y no vincula legalmente a nadie. En el pueblo, muchos ya lo definen como “papel mojado”.

El runrún no tardó en extenderse: hay vecinos que contemplan acciones legales contra la Comisión de Fiestas ("Tenemos derecho a cobrar lo que es nuestro", recuerdan). Bastaría con que uno solo diera el paso para que el frágil equilibrio saltara por los aires.

La espada de Damocles judicial

Cada participación supone un compromiso contractual y su incumplimiento puede derivar en responsabilidad civil. En el peor de los escenarios, un juez podría condenar a los miembros de la Comisión a abonar los cuatro millones de euros no cubiertos.

Durante la reunión del viernes, un abogado intervino en representación de los jóvenes. Según relatan vecinos presentes, el letrado advirtió de que, en caso de denuncia, los integrantes de la Comisión podrían declararse insolventes, lo que llevaría a una situación en la que nadie cobraría nada. Además, un proceso judicial de este calibre podría alargarse durante años, con la posibilidad de medidas cautelares que paralizaran el pago de los premios.

En todo caso no puede hablarse de estafa. Para que exista delito penal sería necesario probar dolo, es decir, que los jóvenes supieran que no había décimos suficientes y, aun así, siguieran vendiendo con ánimo de lucro. El beneficio obtenido por las 50 participaciones —250 euros en total— refuerza la tesis de que no hubo intención fraudulenta.

La condena social en las redes

Mientras en Villamanín se impone el frío y el silencio, en X el debate es ruidoso y, en muchos casos, implacable. Los mensajes de apoyo a los jóvenes de la Comisión de Fiestas se han multiplicado, acompañados de duras críticas hacia quienes no están dispuestos a renunciar a una parte de su premio.

“Lo del Gordo de la lotería de Villamanín es lo más muerto de hambre que he visto en tiempo.
– Juegas 5€ ‘por la ilusión’.
– Ganas 80K€.
– Hay un error.
– Te tocarían 75K€ en vez de 80.

Prefieres denunciar y que otro se lleve 0 por tú ganar 5K más.

Pobres de alma y bolsillo”.

Otro mensaje resume el sentimiento de decepción colectiva:

“El triste espectáculo de un pueblo que se levantó rico y se acostó miserable. Ayer nada tenían, hoy nada les basta. Decía mi padre ‘el dinero es la semilla del diablo’”.

También hay quien pone nombre y fecha a la ruptura emocional:

“Feliz año 2026 a todos menos a los que habéis jodido la existencia a los chavales de la comisión de fiestas de #Villamanin con vuestro nulo espíritu navideño, nula empatía, cero sentido de la colectividad y una codicia que algún día os comerá por dentro”.

Y uno de los mensajes más compartidos eleva el tono de indignación:

“A los miserables de Villamanín que no quieren renunciar a 4.800€ de mierda de un premio de 80.000€ por meter en un lío de 4M€ (o sea, de por vida) a unos chavales que han hecho millonarios o solucionado mucho a muchos muertos de hambre es acojonante”.

El púlpito como advertencia moral

En medio de este escenario, la vida cotidiana continúa con una normalidad tensa. Este domingo el párroco, durante la homilía dominical, puso el acento en la importancia de la familia, los principios y los valores, una referencia que muchos interpretaron como una advertencia velada sobre el conflicto que divide al pueblo.

Villamanín sigue teniendo la misma iglesia, el mismo río y las mismas montañas. Pero, como reconocen sus vecinos, algo esencial ha cambiado. La lotería, que debía traer alivio y esperanza, ha abierto una herida difícil de cerrar. 

Y mientras se decide si el conflicto se resolverá con renuncias, demandas o largos años de litigios, el pueblo permanece atrapado entre la fortuna caída del cielo y el precio, quizá demasiado alto, de no haber sabido compartirla.