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El Nazareno en Sant’Andrea della Valle

Que yo sepa, nunca ha habido en León teatinos, a quienes pertenece la basílica romana de Sant´Andrea della Valle...
Sant. Andrea de la Valle. Por Giusepe Vasi.
Sant. Andrea de la Valle. Por Giusepe Vasi.

Que yo sepa, nunca ha habido en León teatinos, a quienes pertenece la basílica romana de Sant´Andrea della Valle. Constituyen una orden de clérigos regulares que recibe su nombre del topónimo latino ‘Theate’, actual ciudad y archidiócesis de Chieti, en Italia. De ella era obispo Juan Carafa quien, junto a Cayetano de Thiene, Bonifacio de´Colli y Pablo Consiglieri fueron los fundadores de este instituto clerical en 1524. Fue el papa Clemente VII, el mismo que creó cardenal al leonés Quiñones, quien autorizó su constitución mediante el Breve ‘Exponi nobis’ cuando aún no se había cumplido un año de su elección como pontífice.

Los teatinos tienen precisamente su casa madre en la basílica menor de Sant´Andrea della Valle, dedicada al apóstol san Andrés, una construcción barroca que se inició en la última década del siglo XVI y no se consagró hasta 1650 cuando aún no se había levantado la preciosa fachada que hoy deslumbra a los visitantes. La iglesia se levantó donde había estado el palacio Piccolomini, que Constanza Piccolomini, duquesa de Amalfi, dejó en herencia a los teatinos expresamente para ello.

Este legado explica que la basílica custodie los enterramientos y monumentos funerarios de dos papas, Pío II y Pío III, ambos pertenecientes a la influyente familia Piccolomini, muy vinculada a Siena. Tanto, que la plaza en la que se encuentra la actual basílica -llamada hoy Piazza della Valle por las propiedades de la familia de ese nombre- se denominaba entonces Piazza di Siena. Pío III fue, como curiosidad, uno de los papas más breves de la historia de la Iglesia porque su pontificado apenas duró 26 días: elegido papa en septiembre de 1503, murió el 18 de octubre inmediato por lo que se convocó un nuevo cónclave en noviembre del que saldría Julio II. En ambos cónclaves participó Francisco des Prats, creado cardenal precisamente en 1503 por Alejandro VI, que en 1500 había sido nombrado consecutivamente obispo de dos diócesis, Astorga y León, y que muy probablemente no llegó a pisar ninguna de las dos. 

Giovanni Lanfranco ejecutó los frescos de la cúpula (‘la gloria del Paraíso’) en una suerte de trampantojo y Domenico Zampieri (‘Domenichino’)

Sant´Andrea fue diseñada con una nave central de enormes dimensiones en anchura y altura y sin naves laterales: en su lugar dispone de 6 capillas interconectadas entre sí. La más famosa es, sin duda, la Capilla Barberini porque, además de las obras de arte que atesora, en ella se desarrolla el primer acto de la ópera trágica ‘Tosca’ de Puccini.  

La nave, con bóveda de cañón decorada con modernas pinturas murales y estucos, desemboca en el crucero sobre el que se eleva una espectacular cúpula (la segunda o la tercera más alta de Roma, depende a quien se pregunte), obra de Carlo Maderno que se concluyó en 1622. Giovanni Lanfranco ejecutó los frescos de la cúpula (‘la gloria del Paraíso’) en una suerte de trampantojo y Domenico Zampieri (‘Domenichino’) los frescos de las pechinas además de la vida de san Andrés en el ábside.

Se dice que, cuando se colocó en su lugar, hubo muchos a quienes no les gustó

Carlo Rainaldi, con la ayuda de Carlo Fontana, construyó la imponente fachada de la basílica que probablemente no se terminó hasta 1667 a pesar de la inscripción que reza en su frente: ‘ALEXANDER SEPT. P.M. S. ANDREAE APOSTOLO AN. SALVTIS MDCLXV’ (Alejandro VII, Pontífice Máximo, al apóstol San Andrés en el año de la Salvación de 1665). Las esculturas de la fachada son de San Andrés, San Cayetano, San Andrés, San Sebastián y San Andrés Avellino. Y sobre la puerta principal están representadas la oración y la esperanza. 

El ángel que los afortunados que acompañan a Nuestro Padre Jesús Nazareno podrán ver en la fachada antes de entrar en la iglesia para el besapiés, tiene una de esas sabrosas anécdotas romanas. Se dice que, cuando se colocó en su lugar, hubo muchos a quienes no les gustó. Y que el escultor, Ercole Ferrata, sabiendo que entre ellos estaba el propio papa Alejandro VII, exclamo: ‘Si quiere el otro ángel, que se lo haga él solo’. La iglesia se quedó sin el otro ángel.