La otra unión con Asturias
Hablar de la relación entre Asturias y las comarcas del noroeste interior de la Península Ibérica es hablar de una historia compartida que desborda los límites administrativos actuales. Es una historia de caminos antiguos, de hablas emparentadas, de economías complementarias y de vínculos humanos tejidos durante siglos, a menudo a pesar de las montañas y, no pocas veces, gracias a ellas. Esta “otra unión con Asturias”, no es una reivindicación coyuntural, sino la constatación de una realidad histórica, cultural y socioeconómica que ha sido progresivamente desatendida por decisiones políticas y de infraestructuras que han aislado territorios naturalmente conectados.
Desde la Antigüedad, el arco cantábrico y las tierras del interior occidental han mantenido relaciones intensas. Los pueblos prerromanos que habitaron estas regiones compartían estructuras sociales, prácticas ganaderas y una cultura material que se extendía desde la costa hasta los valles altos. La romanización reforzó esos lazos mediante vías de comunicación que atravesaban los puertos de montaña, facilitando el intercambio de minerales, ganado y productos agrícolas. Lejos de ser barreras infranqueables, la Cordillera Cantábrica y los Montes de León funcionaron durante siglos como ejes de tránsito y de encuentro.
La historia medieval profundizó esta interdependencia. El Reino de Asturias primero y el de León después articularon un espacio político en el que Asturias, Laciana, el Bierzo, La Cabrera y Valdeorras formaban parte de un mismo horizonte económico y cultural. Los monasterios, las cañadas ganaderas y los mercados periódicos crearon redes estables de relación. Las montañas no separaban; estructuraban. Los pasos naturales eran conocidos, utilizados y mantenidos por comunidades que dependían unas de otras para sobrevivir en un medio duro.
La lengua acompañó a los pastores en sus trashumancias cortas, a los mineros en sus desplazamientos laborales y a los comerciantes en sus rutas habituales.
Uno de los elementos más visibles de esta unión histórica es la afinidad lingüística. Las hablas tradicionales de Asturias y de las comarcas limítrofes del valle del Sil presentan similitudes notables en fonética, léxico y estructuras gramaticales. El asturleonés, con sus múltiples variantes locales, se extiende de manera continua desde el centro de Asturias hasta Laciana, el Bierzo occidental y La Cabrera, penetrando también en Valdeorras. Esta continuidad lingüística no es una curiosidad académica: es la expresión viva de una comunidad histórica de comunicación, de relaciones familiares y de prácticas compartidas.
Durante siglos, la gente de estos territorios se entendió sin dificultad, compartió romances, cantares y formas de nombrar el mundo. La lengua acompañó a los pastores en sus trashumancias cortas, a los mineros en sus desplazamientos laborales y a los comerciantes en sus rutas habituales. La imposición posterior de fronteras administrativas rígidas y la falta de reconocimiento efectivo de estas hablas no ha borrado esa realidad, aunque sí la ha relegado a los márgenes.
La relación minera constituye otro pilar fundamental de esta unión. El carbón del valle del Sil y de las cuencas asturianas alimentó, desde finales del siglo XIX, un mismo sistema industrial. Empresas, ingenieros y trabajadores circulaban entre Asturias, Laciana y el Bierzo con naturalidad. Las cuencas mineras compartieron conflictos laborales, organizaciones sindicales y una identidad obrera forjada en condiciones de trabajo similares. La minería no solo generó riqueza; creó una cultura común de solidaridad, de lucha y de pertenencia.
Algo similar puede decirse de la ganadería. Los sistemas tradicionales de aprovechamiento del monte, basados en el pastoreo extensivo y en el uso comunal de los recursos, presentan paralelismos evidentes a ambos lados de la cordillera. Las brañas asturianas encuentran su reflejo en los puertos de verano de Laciana y Babia, utilizados por generaciones de ganaderos. Las ferias de ganado eran puntos de encuentro regulares, espacios de intercambio económico y social que reforzaban la cohesión del territorio.
A pesar de esta historia compartida, las políticas contemporáneas de infraestructuras han tendido a fragmentar lo que durante siglos estuvo unido. El caso del valle del Sil es paradigmático. Comarcas, antes densamente pobladas como Laciana, el Bierzo, La Cabrera o Valdeorras mantienen una relación natural con Asturias y, en particular, con Oviedo como centro administrativo, sanitario y cultural de referencia. Sin embargo, las comunicaciones directas han sido históricamente deficientes o, en algunos casos, deliberadamente relegadas.
La necesidad de unir de manera efectiva el valle del Sil con Asturias no es una demanda localista ni una nostalgia del pasado. Es una propuesta racional basada en criterios de eficiencia, sostenibilidad y justicia territorial.
La situación actual, en la que se obliga a muchos habitantes de estas comarcas a realizar largos rodeos hacia el Este para acceder a Asturias, pagando peajes injustos por pasos alejados como el de Campomanes, resulta difícil de justificar desde un punto de vista territorial y social. No se trata solo de una cuestión económica, aunque el sobrecoste es evidente. Se trata de una vulneración del principio de cohesión territorial y de igualdad de oportunidades. Se penaliza a territorios periféricos por el simple hecho de mantener vínculos naturales que no encajan en esquemas administrativos rígidos.
La necesidad de unir de manera efectiva el valle del Sil con Asturias no es una demanda localista ni una nostalgia del pasado. Es una propuesta racional basada en criterios de eficiencia, sostenibilidad y justicia territorial. Mejorar las comunicaciones directas favorecería el acceso a servicios esenciales, impulsaría el turismo de interior y reforzaría las economías locales mediante la integración de mercados complementarios. Además, contribuiría a frenar la despoblación, uno de los principales problemas que afectan a estas comarcas.
Desde el punto de vista cultural, esta unión permitiría recuperar y dignificar un patrimonio compartido que ha sido sistemáticamente invisibilizado. La cooperación entre Asturias y las comarcas del Sil en materia de lengua, patrimonio industrial y tradiciones rurales podría generar proyectos de gran valor simbólico y económico. La memoria minera, por ejemplo, es un recurso cultural de primer orden que trasciende fronteras administrativas y que podría articularse de manera conjunta.
No debe olvidarse, además, que la historia de España está llena de ejemplos de territorios articulados en torno a ejes naturales y humanos que no coinciden con las divisiones actuales. Ignorar esa realidad conduce a políticas ineficaces y, a menudo, injustas. Reconocer la otra unión con Asturias implica aceptar que las montañas no son muros, sino espacios de relación, y que las comunidades que las habitan tienen derecho a mantener y desarrollar sus vínculos históricos.
Insistimos, la unión histórica entre Asturias y las comarcas del valle del Sil, Laciana, el Bierzo, La Cabrera y Valdeorras es un hecho documentado en la lengua, en la economía y en la memoria colectiva. La persistencia de obstáculos artificiales, como la obligación de utilizar pasos distantes y de pago, representa una anomalía que debería corregirse. Apostar por una conexión directa y justa no es solo una cuestión de infraestructuras; es un acto de coherencia histórica y de respeto hacia unas poblaciones que, durante siglos, han vivido unidas a ambos lados de la montaña.