El tiempo

Lloviendo piedras

'Lloviendo piedras'. Recuerdo haber visto la película de Ken Loach en su momento, incluso antes de llevarse el Premio del Jurado en Cannes 1993...
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“Lloviendo piedras”. Recuerdo haber visto la película de Ken Loach en su momento, incluso antes de llevarse el Premio del Jurado en Cannes 1993. Como todas las del director inglés, muy pegada a la realidad social de esos suburbios industriales británicos, plagados de arquetipos: alcoholismo, macarras, prestamistas, miseria humana individual y colectiva, siempre con un fondo humanista y un intento de redención.

En este caso, Bob, un pobre diablo en paro y padre de familia hará lo imposible por que su hija Coleen haga la comunión, familia católica “habemus”, vestida como una princesa, a pesar de la muy precaria economía familiar. Podría extenderme aquí en la recomendación de su visionado, ya que refleja muy bien las serias dificultades económicas de una familia que está muy cerca de la realidad de otras muchas en estos tiempos. La diferencia es que en los noventa no estábamos tan absolutamente entontecidos y sentíamos una cierta conciencia de clase.

Muchos de nosotros estamos actualmente muy cerca de Bob y Coleen, pero nos empeñamos en negarlo y pensamos que pertenecemos a la privilegiada clase media. No tal. Les invito a que hagan la cuenta de a cuántos sueldos están de no poder pagar hipoteca o desorbitado alquiler. Nos llueven las mismas piedras desde hace mucho tiempo, y arrecia el temporal, pero aún decimos que “orbaya”, y nos deleitamos con nuestra indiferencia, nuestro frentismo hacia nuestros iguales y, aún peor, confiamos nuestro destino a quien nos pone la bota en el cuello, restando aire y limitando nuestros horizontes.

Como las que han caído en el último (ojalá) “argayo” de la carretera a Peñalba de Santiago. No sé cuántos van, muchos, demasiados. Y los vecinos, hasta el gorro, se han reunido en “facendera” y han decidido acercarse a limpiar. Normal.

Pero hoy voy a hablar de piedras de verdad, literales (aunque venga de ”littera” y no de “lithos”), que diría la muchachada.

Como las que han caído en el último (ojalá) “argayo” de la carretera a Peñalba de Santiago. No sé cuántos van, muchos, demasiados. Y los vecinos, hasta el gorro, se han reunido en “facendera” y han decidido acercarse a limpiar. Normal. Temen que la Administración, en cualquiera de sus torpes formas, no tome medidas y el pueblo quede sólo comunicado por el Alto de la Cruz, de incierto y arriesgado uso a poco que las condiciones climatológicas sean adversas.

La Diputación Provincial, laxo órgano titular de la vía, dilata en el tiempo la consecución de las obras por razones de seguridad. Y aquí sale Roberto Aller, 'multipotenciario diputado', a advertir sobre la inoportunidad de la intervención comunal en la carretera. La razón aducida, la puesta en riesgo de la vida de los vecinos participantes. El mensaje sobreentendido, la vergüenza por la incapacidad: dejen las piedras donde están y no nos saquen más los colores.

Pero no ceja ahí el despropósito político y el habitualmente desaparecido como concejal de Medio Rural del Ayuntamiento de Ponferrada, Iván Alonso, aprovecha, cómo no, para hacer frentismo y destacar la nula voluntad de la Diputación de León por actuaciones al oeste del Manzanal. Y eso, menos mal, con un presidente berciano en el palacio de los Guzmanes. Todo bien. A ver el día que Iván se “desmorale” dónde se mete, que para hablar tampoco es que esté.

Pero van a caer más piedras. Y éstas en forma de pavimento, vaya usted a saber de qué calidad y forma, sobre las vías de Feve en su trayecto desde la Asunción a la ya antigua Estación de Matallana.

Aprovechar el argayo de Peñalba para, por enésima vez, decir que León hurta a El Bierzo a favor del resto de la provincia demuestra una absoluta falta de empatía con la gran cantidad de poblaciones de la Montaña Leonesa que están en parecidas condiciones, sin dejar de reconocer, eso sí, que la torpeza, la desidia y la incompetencia se ceban con esa carretera de acceso a esa joya inmarcesible que es Peñalba de Santiago.

Pero van a caer más piedras. Y éstas en forma de pavimento, vaya usted a saber de qué calidad y forma, sobre las vías de Feve en su trayecto desde la Asunción a la ya antigua Estación de Matallana. Imagino otra bicoca que le caerá al Somacyl de nuestros dolores, que parece no haya más contratista en León últimamente. Desde el arreglo de Calle Ancha, hasta la construcción de la nueva pasarela sobre el río Bernesga, no hay rincón de la capital que no reciba tratamiento desde ese ente de la Junta de Castilla y León. Imagino peajes por la construcción de la malhadada central de biomasa de Puente Castro, que desde el gobierno de Mañueco no se mueve un dedo si no hay taquilla donde retratarse. Bien se ve estos días con el juicio de la “Trama Eólica”, mordidas descaradas desde la consejería de Tomás Villanueva, difunto casual (casual, no causal: no tengan la mente sucia)

Y miren por dónde, tomando ejemplo de la “facendera” de Peñalba, igual teníamos en León capital tomar ejemplo e ir también a quitar alguna piedra, de esas en forma de losa o adoquín que van a poner sobre las vías para que circulen esos aún no adquiridos (ni lo serán) autobuses eléctricos. Ahorramos trabajo, porque lo más fácil es que se rajen aun antes de puestas, tal es la calidad habitual de los últimos pavimentos capitalinos.

Pero no se las lleven a su casa, que algo lapidario se nos ocurrirá, más tarde o más temprano.

Y voy a acabar épico y hasta un poco cursi.

“Sous les pavés, la plage!” (¡Bajo los adoquines, la playa!). Un lema del mayo del 68 en Francia. Nadie tenía memoria de lo que bajo los adoquines había de aquélla, que llevaban puestos más que el Sena. En León sí sabemos lo que habrá, si llegan, bajo esas losas. Y es la vía. Y es la vida.