Cuando los políticos fallan el penalti

Errar es humano. Pero si es humano, si todos cometemos errores en nuestro día a día, ¿por qué nos cuesta tanto permitir que otros se equivoquen? La respuesta parece sencilla: porque nos afecta. La decisión de no activar todos los medios en la lucha contra incendios, o de no mandar un sms de alerta advirtiendo de la crecida de ciertos torrentes, o de la pasividad ante la llegada de un virus desconocido nos afecta. Cientos de miles de hectáreas arrasadas, cuatro vidas, recuerdos perdidos… O cerca de doscientas vidas segadas y poblaciones anegadas… o cerca de cien mil españoles fallecidos. A posteriori se puede decir que son grandes errores, digan lo que digan, cuyo coste es muy elevado y doloroso.
Pero el origen de todo, la responsabilidad de todo, es nuestra: la Sociedad. Somos responsables y debemos decirlo alto y claro.
Deportivo de la Coruña y Valencia juegan el último partido de la liga 93-94. Minuto 90 y el árbitro – cegarato para unos y acertado para otros – señala penalti a favor del Súper Dépor que se juega en ese lanzamiento la Liga. Para sorpresa de todos, el lanzador fue el central Miroslav Djukic. No era el habitual, pero sí fue el único que se atrevió a lanzarlo. Los habituales, los mejores, se borraron por miedo. Fallar les condenaría a la crítica social. Nadie hoy recuerda que el goleador, Bebeto, no quiso tirar el penalti, se acuerda de que Djukic lo falló.
Probablemente no se habría negado a lanzarlo en pretemporada, sin presión y la necesidad de obtener números que permitan su renovación o revalorización. Sin presión todo es fácil. Pues exactamente igual pasa en política. Una crisis requiere de profesionales de la gestión porque los momentos tranquilos, de auge y bonanza son relativamente sencillos. Pues bien, cada vez que se nos presenta un penalti en el minuto 90 nuestros gestores dejan que sea otro el que lance, no vaya a ser que… tenga que dimitir. Gestores con miedo a gestionar. Con miedo a equivocarse por las consecuencias que su gestión pueda traer a su propia carrera, olvidando a quien supuestamente representan.
No hay que perder el miedo a equivocarse, pero hay que saber que te vas a equivocar. Ya sabes, errar es humano. Lo importante es reconocer el error lo antes posible para que te permita reaccionar y subsanarlo y, tal vez, volverte a equivocar con los menores daños posibles. Pero nuestros gestores conocen bien la fórmula para no equivocarse, o lo que para ellos es no perder su sillón: Si no gestiono, no me equivoco.
En esto no se equivocan. Como tampoco en las consecuencias. Reconocer un error en una sociedad que no los acepta, más que los propios, es aceptar que tu sillón peligra.
Quien es responsable, no tiene miedo a fallar. Sabe que lo harán muchas veces. Pues bien, el debate se ha centrado, por ejemplo, en quién debe decretar el Nivel III de Emergencia. Si el presidente Mazón, si era el presidente Sánchez, o si era el presidente Fernández Mañueco o el ministro Marlaska… Publican y anuncian su incompetencia, su miedo a gestionar y fallar. Bajan la mirada cuando más se les necesita. Se arrugan y tratan de pasarle el marrón a otro. No estamos siendo gestionados por profesionales sino por oportunistas.
Comparecía el señor Fernández Mañueco en las Cortes de Castilla y León a petición del grupo socialista. Le echaban en cara que comparecía obligado y no voluntariamente. El presidente se defendía alegando que lo hubiera hecho al poner fin a la crisis y poder ofrecer datos más exactos. En paralelo, el grupo Popular en el Senado pedía la comparecencia de los ministros de Defensa, Agricultura y Transición Ecológica (desaparecidas en la dana y en los incendios forestales). Les echaban en cara que comparecían obligados y no voluntariamente. Se defendían alegando que lo hubieran hecho al poner fin a la crisis. Mismos ataques y mismas defensas.
Tenemos que sentir vergüenza.
Pero, como decía, somo culpables y responsables. Somos quienes hemos elegido que nuestros equipos sean mediocres y no estén formados por líderes responsables. Estamos ante la mayor emergencia, un futuro sin rumbo ni capitanes. Que el pueblo vuelva a coger las riendas de su futuro es urgente.
Deben asumir responsabilidades y, por tanto, saber que pueden (que van) a fallar, pero que inevitablemente tendrán que decidir. Deben hacerlo. Si no son capaces, habrá otros que sí lo sean. A buen seguro la sociedad agradecerá siempre que los que no se atreven dejen paso a quien sí. Les falta entender que el paso por la política es un servicio público que debe ser temporal.
Debemos ser críticos y exigentes más allá de los partidos. Exijamos, más que dimisiones, decisiones.
Repetir un error ya no es un error, es decisión.