Una churrería leonesa, famosa en Corea

En un extremo de la avenida José Aguado, justo donde se cruza con la de Europa, hay una churrería discreta pero legendaria. No tiene más pretensiones que ofrecer churros recién hechos, pero su fama ha traspasado fronteras. Y no es una metáfora: la Churrería Santa Ana es famosa en Corea del Sur.
Lo que empezó como un modesto negocio familiar en 1953, se ha transformado en una de las paradas preferidas por los peregrinos coreanos que atraviesan León camino de Santiago. En muchos foros y reseñas digitales del país asiático, este lugar figura como tan imprescindible como la Catedral.
Una receta que viaja de boca en boca (y de red en red)

La clave del éxito está en la receta secreta de la familia, que ya va por la tercera generación: Alberto, Elena y Óscar siguen friendo churros con la misma pasión que sus antecesores. La constancia, el sabor auténtico y un trato cercano al cliente han hecho de este pequeño negocio un fenómeno global. Internet ha jugado un papel esencial.
Las reseñas en plataformas como Google, Naver (el “Google coreano”) o blogs de viaje, destacan no solo la calidad de sus churros, sino también lo pintoresco del lugar y la calidez con que se recibe a cada visitante, sea de León o de Seúl.
Colas con paraguas, nieve o sol
Llueva, truene o nieve, siempre hay cola. Desde las seis y media de la mañana, en pleno invierno leonés, es habitual ver peregrinos y vecinos esperando con paciencia. La frase que corona el carrito —"Soy tu churri"— se ha convertido casi en un emblema de la ciudad.
El horario, inalterable como la receta: lunes a viernes de 6:30 a 12:00, y sábados y domingos también por la tarde, de 17:30 a 21:30. Una rutina que no se interrumpe, y que ha convertido a este rincón en una experiencia casi litúrgica para muchos coreanos en su viaje espiritual hacia Santiago.
Un puente cultural hecho con masa y azúcar
No es solo una churrería: es también un punto de encuentro entre culturas. Muchos de los visitantes surcoreanos regresan de su peregrinación hablando con nostalgia de aquel desayuno cálido que tomaron en León, con un cucurucho de churros en la mano y una sonrisa detrás del mostrador.
El equipo de Santa Ana lo vive con naturalidad, aunque con orgullo. Saben que, sin pretenderlo, han logrado algo difícil: convertir un negocio tradicional en parte del relato global del Camino de Santiago.