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Reportaje

Arbás, la joya silenciosa

La Colegiata de Santa María, fundada en el siglo XII por Fruela Díaz, guarda siglos de historia entre la ruta jacobea y el paisaje de la montaña leonesa

Miles de vehículos atraviesan cada día el puerto de Pajares, pero pocos se detienen a un kilómetro de la cima, donde se alza la Colegiata de Santa María de Arbás. 

El templo, apenas abierto en contadas ocasiones —los fines de semana o para actos especiales—, sorprende por la serenidad de su interior: un lugar donde la luz acaricia la piedra y el silencio envuelve al visitante, en contraste con el bullicio de la Nacional 630.

De hospital de peregrinos a colegiata

La historia de Arbás arranca en 1116, cuando el conde leonés Fruela Díaz y su esposa Estefanía Sánchez promovieron un hospital para los peregrinos que, camino de Oviedo, debían enfrentarse a la dureza del puerto. Aquel albergue, levantado junto al manantial del Bernesga, era humilde pero vital para caminantes y necesitados, lo que le valió el nombre de “Casa de los Probes”.

Un siglo después, el rey Alfonso IX de León convirtió el lugar en punto de referencia: no solo se alojaba allí en sus viajes a Asturias, sino que en 1216 ordenó levantar la nueva iglesia de Nuestra Señora de Santa María de Arbás, consolidando el conjunto monástico.

Un diálogo entre románico y gótico

El edificio actual es un ejemplo único de la transición artística entre románico y gótico. Construido en arenisca parda, conserva dos portadas románicas y restos de una tercera en el muro norte. Su planta basilical se organiza en tres naves, con la central destacando en anchura y altura. Originalmente cubierta por un artesonado de madera, fue modificada en el siglo XVIII, cuando se sustituyó por tres bóvedas de terceletes.

La colegiata, declarada Bien de Interés Cultural, muestra un valor patrimonial que refuerza el carácter monumental de la montaña leonesa.

Patrimonio discreto, identidad eterna

Hoy, la Colegiata de Arbás es un Patrimonio Histórico de España poco transitado, quizá por esa vocación de permanecer en el anonimato sereno de la montaña. 

Un lugar que conjuga arte, espiritualidad y paisaje, y que sigue recordando que, mucho antes de que el tráfico domara el puerto de Pajares, Arbás fue refugio y hospitalidad para los que se aventuraban en su travesía.