Alejandro Morán, el hombre que amaba al Nazareno

Luto cofrade tras conocerse el fallecimiento de Alejandro Morán Marcos, 'Jandrín', uno de los hermanos más queridos y reconocidos de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno. Su figura, inseparable de la Semana Santa leonesa, representaba la fidelidad, la tradición familiar y el amor inquebrantable por "su Jesús Nazareno".
Alejandro era hijo del recordado Alejandro Morán Robles, quien ejerció como abad durante el bienio 1993-1994 y falleció en 1998. Desde entonces, su hijo recogió con orgullo el testigo de una devoción heredada, convirtiéndose en uno de los referentes más constantes de la vida cofrade leonesa. En cada procesión, en cada gesto, se adivinaba el respeto por lo recibido y la voluntad de mantener viva la llama.
La insignia de oro: un gesto eterno
Propietario de la histórica Joyería La Española, ubicada en la emblemática calle Teatro, Alejandro mantuvo con cariño y convicción una de las tradiciones más singulares de la cofradía: la entrega de la insignia de oro al nuevo abad el día de su toma de posesión. Un gesto simbólico que hablaba de generosidad, elegancia y un profundo compromiso con la institución.
Este obsequio no era solo una joya: era la materialización de una herencia emocional que Alejandro custodiaba con humildad. Cada medalla entregada era, en realidad, una parte de sí mismo, un recuerdo del padre ausente y una semilla de continuidad para el futuro de la Cofradía.
Adiós al bracero honorario del Nazareno
Morán Marcos ostentaba el título de bracero honorario del paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno, una distinción que iba mucho más allá del protocolo. Era un lugar que le correspondía por vínculo vital, por implicación personal y por el cariño que despertaba en todos los hermanos de Jesús.
Desde la Cofradía se ha expresado el profundo pesar por su pérdida: "Concédele Señor el descanso eterno. Brille para él la luz eterna", han publicado en señal de duelo.
Un legado que no muere
Alejandro Morán no fue solo un joyero, ni solo un papón. Fue un pilar discreto, constante, profundamente humano en la vida religiosa y social de León. Su despedida deja un vacío difícil de llenar, pero también una huella imborrable.
Su vida estuvo tejida con los hilos de la fe, tradición y la elegancia de quien sabe que los símbolos importan, pero que lo esencial es el corazón con que se entregan. León pierde a un hombre reconocido, la Cofradía al amigo fiel, y su familia a un custodio de memorias imborrables.