El tiempo

Irene Andrés-Suárez, Premio Semilla de Oro 2025

Hay desconocimientos imperdonables. Al menos así lo siento yo pensando en Irene Andrés-Suárez, que el sábado recibirá el Premio Semilla de Oro en el MIHACALE de Gordoncillo...

Hay desconocimientos imperdonables. Al menos así lo siento yo pensando en Irene Andrés-Suárez, que el sábado recibirá el Premio Semilla de Oro en el MIHACALE de Gordoncillo. Un premio que no es más que un humilde homenaje -en comparación con otros reconocimientos de mayor repercusión o enjundia- pero que condensa, sin embargo, una carga afectiva inigualable. Porque eso es, sin duda, lo que convierte en algo tan valioso ese premio del Ayuntamiento de Gordoncillo, que pretende hacer de la palabra una fiesta.

Hasta ahora había elegido festejar a narradores y poetas leoneses: Luis Mateo Díez, José María Merino, Antonio Gamoneda, Juan Pedro Aparicio. Autores que han convertido lo local en universal. Aunque ya se sabe que lo universal, tal como escribió en ‘Cuentos de la montaña’ Miguel Torga, “es lo local sin paredes”. Algo a lo que muchos autores de todas épocas se han referido, aunque no hayan sido capaces de expresarlo con tanta elegancia y, sobre todo, brevedad. 

La novedad de este año es doble. Su destinataria es una mujer leonesa, algo que ya pensábamos todos que convenía por eso de que hay también olvidos imperdonables, y además no es una narradora. Es una prestigiosa filóloga que ha desarrollado su vida académica en las universidades de Ginebra, Basilea y Neuchâtel. De la última fue catedrática de Literatura Española y es actualmente profesora emérita. A mí me complace la elección de Irene Andrés-Suárez por todo: por mujer, por filóloga, por no ser narradora, por su excelencia en el ensayo, por su capacidad crítica, por su humanidad, por su capacidad para organizar actividades culturales y, sobre todo, por el modo pionero en que fue capaz de realizar una necesaria lectura de la narrativa española en tiempos tempranos. 

No hay más que fijarse en la nómina de los autores que fueron protagonistas de aquellos encuentros durante los años de su dirección y la constante y exitosa carrera literaria han desarrollado hasta la actualidad

Quienes la conocen saben que ella puso en marcha en 1992 el Grand Séminaire de la Universidad de Neuchâtel: un coloquio internacional creado para difundir la narrativa española y dedicado a escritores españoles contemporáneos (algunos eran entonces bien jóvenes), que seleccionó con un tino fuera de serie. No hay más que fijarse en la nómina de los autores que fueron protagonistas de aquellos encuentros durante los años de su dirección y la constante y exitosa carrera literaria han desarrollado hasta la actualidad. 

No hacen falta muchos nombres, pero para muestra vale un botón. Pues dos de los escritores también galardonados con el Premio Semilla de Oro, Luis Mateo Díez y José María Merino, fueron invitados a Neuchâtel. Y lo mismo Julio Llamazares, cuya figura ha sido objeto del último libro de Irene Andrés-Suárez que será publicado en estos días por la editorial Arco/ Libros, en coedición con la Universidad de Neuchâtel, dentro de la colección ‘Cuadernos de Narrativa’.

Ahora ha venido Irene a apaciguar compensar pérdidas y a traer alegrías. Qué contentos estarán en Vegarienza, pueblo de dómines y latines

A mí me complace especialmente este premio porque Irene Andrés-Suárez es, además, omañesa. Nacida en Vegarienza, un hermoso lugar de la que es, quizá, la comarca más despoblada de toda la provincia de León. Una tierra de robledales inmensos, abedulares blancos, montes de urces y escobas, ríos grandes y regatos pequeños (como los de Rosalía). De gentes muy longevas de pasado campesino que tratan de no perder su vinculación con la tierra. Sé que Irene Andrés-Suárez no es muy conocida en su tierra. Pero ese desconocimiento, que para mí podría ser imperdonable, no lo es en el contexto de sus paisanos, que hace pocos días se despidieron de Luis Miguel Rabanal. El poeta que en Olleir vivió sus días de felicidad envueltos en el recuerdo ‘de las dulcísimas flores/de agosto’. 

Ahora ha venido Irene a apaciguar compensar pérdidas y a traer alegrías. Qué contentos estarán en Vegarienza, pueblo de dómines y latines.