El tiempo

‘Adiós a un río’, de John Graves.

“¿Sin nadie más? — me preguntó la mujer de alguien en una fiesta en el pueblo—. ¿Y no te sentiste solo?”
“La mujer de alguien esperaba una respuesta. —No exactamente—dije—Iba con un perro”
Fragmento de la portada del libro 'Adiós a un río' de John Graves.
Fragmento de la portada del libro 'Adiós a un río' de John Graves.

En el mes de noviembre de 1957 John Graves (1920-2013) decidió emprender un viaje por el Brazos, un enorme río que recorre más de dos mil kilómetros desde su nacimiento hasta su desembocadura en el Golfo de México. El golfo se llamaba exactamente igual que ahora, solo que precisamente ahora tal vez John Graves hubiera tenido problemas con su editor por este asunto. Era noviembre porque, nos cuenta, el otoño es el mejor mes para recorrer el Brazos, bautizado a saber por qué por los exploradores españoles como ‘el río de los brazos de Dios’. La idea de hacer el viaje surgió en un momento en el que el río se enfrentaba a un futuro de cambios drásticos motivados por la propuesta de construcción de la presa Grandbury, que venía a sumarse a las ya existentes de Possum Kingdom Lake y el Lake Whitney.  Enormes presas en un río enorme de crecidas espectaculares (también de sequías cíclicas) que cambiaban drásticamente algo más que el paisaje. Sin embargo, John Graves no recorrería el Brazos, ni mucho menos, en su totalidad sino solamente un pequeño tramo: “Doscientos cincuenta o trescientos kilómetros de río hacia su centro en el borde el oeste de Texas, donde se retuerce y se enrosca como una serpiente desde la presa del parque estatal de Possum Kingdom —entre las accidentadas montañas bajas de la región de Palo Pinto— hasta el territorio arenoso con plantaciones de cacahuetes y robles, pasando por las colinas de caliza como enebro que se ciernen sobre un nuevo lago llamado Whitney”. Lo recorrería durante 3 semanas en canoa y con la única compañía de un cachorro de dachshund que durante todo el tiempo fue, simplemente, ‘el pasajero’. Casi cuesta creer que Steinbeck no hubiera leído este libro antes de recorrer el país con Charley.

Una de las ilustraciones de Russell Waterhouse para 'Adiós a un río'.
Una de las ilustraciones de Russell Waterhouse para 'Adiós a un río'.

Naturaleza, memoria, cambio

‘Adiós a un río’ es un temprano relato de viajes y algo más. Tiene que ver con la naturaleza en estado salvaje, con los recuerdos y con el cambio imparable que conlleva la necesidad de regadío y la producción energética. Es una mirada global a la historia nacida en torno al río. A las tribus nativas comanches y kiowas que lo poblaron, a las guerras amerindias, a los asentamientos anglosajones que sustituyeron la lengua española y se sublevaron contra México. También al paisaje, a los modos de vida, a los acontecimientos legendarios como el de John Davis y el suelo de tarima que colocó en la cabaña para su esposa y con el que terminó haciendo su ataúd, a historias olvidadas de los lugares por los que transita. Pero rápidamente se comprende que el libro es, en realidad, un ejercicio de memoria que pone a su autor frente a su infancia y su juventud en un contacto absoluto con la naturaleza, acampando en los arenales, acompañando la caza y la pesca con alubias en lata, observando árboles y animales y disfrutando de la amistad. 

John Graves ya no vivía en Texas cuando regresó al río. Sabía que, si posponía el viaje, ya no podría hacer el trayecto que deseaba ni volver a contemplar la belleza primitiva que lo caracterizaba y por eso, escribe, “quise abarcar el río antes de que todo aquello que Hale, Santata el oso Blanco, Charlie Goodnight y yo habíamos conocido acabase sepultado bajo el estruendo de las lanchas modernas y el zumbido de las radios portátiles”. Quería recuperar la sensación de inmadurez y “flotar de nuevo sobre mi tramo de río”. Porque sabía que “cuando alguien con poder sueña con un dique, generalmente la cosa va adelante”. Y eso es lo que ocurría en ese momento. 

Una de las ilustraciones de Russell Waterhouse para 'Adiós a un río'.
Una de las ilustraciones de Russell Waterhouse para 'Adiós a un río'.

John Graves tenía por entonces 37 años y planeaba escribir un artículo para una revista. Pero las tres semanas en canoa que comenzaron una tarde desapacible de noviembre en Possum Kingdom y le llevaron hasta las cercanías de Glen Rose, le dieron para escribir en un prosa elegante y clara una narración llena de observaciones, de reflexiones, de humor fino.  Y así fue como el libro ‘Adiós a un río’ se publicó en octubre de 1960 (que es el mejor mes del otoño para este viaje) ilustrado por el también texano Russell Waterhouse. Fue galardonado al año siguiente con el premio Carr P. Collins de las Letras de Texas y nominado para el Premio Nacional del Libro. Que seis décadas después Capitán Swing Libros lo recupere en castellano (magnífica la traducción de Rubén Martín, que presumo dificilísima como todas las que incluyen nombres de animales, accidentes geográficos y cuestiones semejantes), corrobora que ha sobrevivido al paso del tiempo como envejecen los libros que merecen la pena.  


Adiós a un río

John Graves
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Ilustraciones de Russell Waterhouse