Ángel González, el castañero de León, vuelve a encender su locomotora
El pasado viernes, como cada otoño desde hace casi medio siglo, Ángel González estacionó su locomotora Changai en su rincón habitual, junto a la plaza de Santo Domingo, a un paso de San Marcelo. La estampa es la misma que tantos leoneses esperan: el leve humo perfumado, el brasero encendido y el saludo amable de un hombre que se ha convertido en parte del paisaje urbano.
“Aquí estamos, mientras el cuerpo aguante”, comenta Ángel. “Las castañas vienen más pequeñas pero no menos cantidad, que son del Bierzo. Dicen que son más pequeñas por los incendios, pero no es cierto: es el efecto de la sequía”, explica con la serenidad de quien ha visto pasar decenas de otoños bajo el mismo cielo leonés.
Casi medio siglo de brasas y recuerdos
Ángel comenzó en 1980 con una idea sencilla: buscar un refugio laboral en los meses fríos. “Me pareció un buen modo de pasar el invierno y no me equivoqué. Me permitió vivir sin tener que aceptar un trabajo peor”, recuerda con orgullo. Desde entonces, su rostro y su locomotora son inseparables del centro de León.
Cada tarde, con su taburete desgastado, las gafas redondas y el periódico bajo el brazo (El País, que no falte), Ángel observa la transformación de la ciudad. “He visto cambiar todo: los coches, las modas, la gente... pero el olor a castaña sigue siendo el mismo”, dice con una sonrisa mientras atiende a los clientes.
Sus castañas proceden del Bierzo, y asegura que el calor del brasero basta para soportar el frío leonés. “No hace falta abrigarse tanto cuando el fuego te acompaña”, bromea.
Un personaje leonés con alma africana
Pese a ser un símbolo de León, Ángel confiesa que su verdadera fascinación está lejos de la Plaza de Santo Domingo. “Me encanta Argelia, el norte de África... Allí puedes volver al pasado para enseñar y aprender”, asegura con brillo en los ojos. En ese rincón del mundo, dice, todavía se valora el conocimiento práctico, la conversación y la curiosidad, virtudes que él intenta mantener vivas entre ese leve humo y brasas.
Un observador crítico y lector empedernido
Ángel es más que un castañero; es un comentarista espontáneo de la actualidad. “Me gusta leer, porque quien no lee es un necio”, sentencia mientras hojea el diario. No rehúye la conversación política ni social. “Nunca hubo tanta mediocridad”, lamenta, aunque enseguida matiza: “Yo sigo aquí, con mis castañas, que son más nobles que muchos políticos”.
Este año el precio del cono sigue siendo asequible, a pesar de la menor producción y la dificultad para acceder a buena materia prima. “No me gusta subir el precio”, confiesa mientras sirve otro cucurucho humeante.
León y su “Changai”
El olor a castañas asadas sube por la calle Ancha hasta Botines, donde muchos turistas lo confunden con una reliquia viviente. Para los leoneses, sin embargo, Ángel González no es una postal: es una parte de la ciudad que regresa cada año para recordarle que el invierno está cerca.
“Cuando la gente me ve, sabe que ya llega el frío. Es una costumbre, casi una señal”, dice riendo. Y mientras su locomotora sigue desprendiendo calor, León recupera un pedazo de su memoria más cálida, una tradición que, como las brasas del Changai, se resiste a apagarse.
“¿Que hasta cuándo estaré? hasta que se acaben las castañas”, sentencia.