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¿Detestamos nuestra vida?

La demanda de respuestas ha expuesto al apagón como trending topic social...

La demanda de respuestas ha expuesto al apagón como trending topic social, como un traje de domingo con volante y gigavatios robados en una pasarela donde todos tenemos la capacidad de encontrar explicaciones, soluciones y presencias sin recurrir a google o, ahora, a la inteligencia artificial. Las RRSS se quedaron en nada en un mediodía mortecino de misterio. Nadie olvidará este martes de abril en sus agendas mentales, en esos breviarios donde la religión mutó, por momentos, en la búsqueda de lo tecnológico. El hueco ocupado por un recuerdo que, magnificado en la mentira de lo que fue, invertirá horas en justificaciones de otros y nos llevará a convertir en deidad las horas que pasamos en off. 

Nuestro particular unplugged acabará devorado en la nostalgia con el paso de las hojas de los calendarios, en la memoria de las crónicas que quisimos escuchar compartiendo cervezas a pie de acera, conversaciones en los parques, intrigas en las colas del supermercado o especulando con el pastizal que facturaron los negocios chinos vendiendo pilas y transistores de onda media para darnos sopas con honda –hasta en eso China nos lleva ventaja-.

Fuimos orgullosamente analógicos y buscamos de forma social acariciar un carácter que, de forma retroactiva, nos dejó en la orfandad más absoluta comunitaria. ¿Cómo pudimos sobrevivir unas horas sin los memes de Twitter, sin las historias de Instagram? No nos dábamos cuenta, pero no pudimos exponer nuestra vida cuando más nos hubiera interesado/gustado hacerlo. Éramos mártires de nuestra necesidad, soldados en una batalla donde nuestras armas habituales de dedos y pantallas habían quedado obsoletas. 

Maduramos perdiendo monedas de cinco duros en los pinballs de los recreativos de la Pícara, el México y el Jaito… y acabamos con el móvil

Algunos, incluso, prestaron atención a rutinas olvidadas en décadas de (in)civilización. Leer a la luz de una vela, buscar en la ventana iluminación, aplaudir a las ocho en punto a los que gritaban en la calle tras descubrir vida donde la propia vida desacredita la evolución tecnológica. Fue raro, pero lo pudo ser aún más. Los que hemos dejado de peinarnos con la raya al medio seguro que hicimos un ejercicio de melancolía de lo que fuimos, de las estaciones de paso que fueron matriz de nuestro itinerario vital; primero fue el tirachinas, y el balón, y la bicicleta, y los cómics de Bruguera, y  las maquinitas del Donkey que precedieron a las consolas. 

Maduramos perdiendo monedas de cinco duros en los pinballs de los recreativos de la Pícara, el México y el Jaito… y acabamos con el móvil y su parafernalia evolutiva que nos llevó a las RRSS hace más de una década. ¡Vaya morriña! Ese recuerdo me deja más solo emocionalmente que nunca, desamparado y desprovisto de estrategias si cualquier teorema banal me lleva de la mano a la desesperación cuando antes me tranquilizaba si tenía batería y cobertura.

Aprenderemos poco de la miseria que nos dejó atrapados a golpe de luz y de reloj para volver a ser los mismos, los de siempre

Dependemos de nosotros sin ser nosotros. Siendo nosotros, nos perdemos enredados en excusas. Parecemos necesitar una hecatombe para hacer apología de la lectura, de las conversaciones, de la vida trivial. Se asoman al disparate esos posos que ha dejado ese lunes esperpéntico, pero decid (y pensad) lo que queráis, lo que os plazca, aunque ahora algunos solo puedan volver a ser escuchados por audios de whatsapp. 

Hasta para eso vuelve la forma de la soledad a sus orígenes.  Aprenderemos poco de la miseria que nos dejó atrapados a golpe de luz y de reloj para volver a ser los mismos, los de siempre, engullidos por una vida que algunos echamos de menos cuando regresó la luz y no notamos cambios, porque, por una, horas, fuimos rebeldes transitorios de un modo de vida que detestamos.